En El asesinato de Liberty Valance, el crítico cinematográfico y fiscal Eduardo Torres-Dulce hace un repaso de los misterios, mentiras y secretos que envolvieron el rodaje de una de las más míticas películas de John Ford. En este libro, Torres-Dulce recorre, como experto en el cine de John Ford, los aspectos cinematográficos, sentimentales y jurídicos de El hombre que mató a Liberty Valance, una narración poliédrica, enmarcada en un momento crepuscular de la historia de los Estados Unidos.
Zenda reproduce un fragmento extraído del libro El asesinato de Liberty Valance (Hatari! Books, 2020) de Eduardo Torres-Dulce Lifante.
El hombre que mató a Liberty Valance es una de las películas más misteriosas y complejas de John Ford y aparece ante nuestros ojos cada vez que la vemos como un insondable archivo de secretos. ¿Quién mató en realidad a Liberty Valance? ¿A quién amaba de verdad Hallie? ¿A su marido, Ransom Stoddard? ¿A Tom Doniphon, que lo sacrificó todo por su amor? ¿Cuál es la razón real por la que los Stoddard viajan de regreso a Shinbone? ¿Por qué los Stoddard no han vuelto jamás a Shinbone ni se han ocupado ni preocupado por los amigos que dejaron allí, como Tom Doniphon, Pompey, Dutton Peabody, Nora y Peter Ericson? ¿De verdad que han regresado solo para asistir al velatorio de un buen amigo, al que no han visto en siglos, como les cuenta Stoddard a los ávidos periodistas?
¿Por qué le oculta inicialmente Hallie a Ransom el gesto de colocar una rosa de cactus sobre el ataúd de Doniphon? ¿Por qué confiesa Ransom Stoddard, tras tanto tiempo, a los periodistas que no fue él quién mató a Liberty Valance? ¿Es verdad lo que Stoddard les cuenta a los periodistas sobre esa confesión que le hizo Stoddard? ¿Es verdad lo que Tom Doniphon le contó a Ransom Stoddard sobre la muerte de Liberty Valance o lo hizo, una vez más, por el amor de Hallie a fin de que Stoddard no tirara la toalla y volviera al este renunciando a todo y especialmente a Hallie?
John Ford nos ofrece con El hombre que mató a Liberty Valance una narración fragmentada, rota. Vamos y venimos del presente al pasado y regresamos al hoy. Es una narración suspensiva, anclada en esos misterios que la atraviesan y justifican. Una narración que, como ocurre con todo el cine de Ford, exige al espectador una participación emocional. Un thriller sobre fantasmas del pasado y en especial sobre la elusiva figura de Tom Doniphon: un fantasma siempre amenazador, un personaje más allá de un símbolo, un muerto viviente. Una narración sobre secretos, mentiras y recuerdos. Solo nosotros, los espectadores, somos capaces de reunir las piezas del puzzle de la vida de estos personajes, por mucho que Ransom Stoddard diga a los periodistas que solo él puede contar completa la historia. Porque esa es otra de las dificultades morales de la película: que es Ransom Stoddard, un avezado político, el que nos narra la historia y dependemos de sus recuerdos y de su punto de vista para adentrarnos el filme. Y Stoddard nos narra, y eso añade un plus de complejidad, incluso el flasback dentro del flashback, lo que le contó Tom Doniphon sobre quién en realidad mató a Liberty Valance.
Algunos críticos disminuyen la epicidad del relato alegando que es un no wéstern, una especie de wéstern de cámara, rodado en blanco y negro por Ford, cómodamente, en decorados de estudio y en exteriores que lejos de la espectacularidad de Monument Valley detectan un artista cansado y en retirada. Incluso desdeñan la fotografía de William Clothier como sencillamente convencional. Otros en cambio se dejan llevar por un aroma de retirada, se trataría de un wéstern crepuscular, un wéstern de despedida, una suerte de adiós de Ford al viejo Oeste, a sus películas emblemáticas en el género, una suerte de testamento en clave wéstern; claro, que lo mismo dijeron años después de 7 Women (Siete mujeres) nuevamente rodada en estudio y en este caso con un reparto all women y una conmovedora y áspera galería de personajes femeninos presididos por una atea pecadora que se sacrifica por unas misioneras cristianas.
Quizás El hombre que mató a Liberty Valance sea todo eso, cada uno es muy dueño de ver en las películas aquellas claves personales con las que se forma un juicio personal o crítico, pero siempre he pensado que abarcar todos los sentidos y significados de esta película es tarea extraordinariamente difícil. Personalmente, El hombre que mató a Liberty Valance es una película que me fascinó desde que la vi, poco después de su estreno, en el cine Bilbao de Madrid, y esa fascinación ha permanecido inalterable a lo largo de los años, ampliándose visión tras visión de la película.
Ford es un artista, un cineasta sutil, lleno de disgresiones y recovecos tanto narrativos como formales, muy dado a que sus personajes, como el propio relato dejen en zona de penumbras: su pasado, sus motivaciones, su futuro. Ford odiaba las explicaciones de motivación, la retórica de la simbología, las grandes parrafadas grandilocuentes. En muchas de sus películas la clave para comprender el sentido del relato se descubre en un plano fugaz, oblicuo, una frase de sentido indirecto, una mirada —o un cruce de miradas—, un silencio, lo que no se dice pero se intuye.
El hombre que mató a Liberty Valance está llena de todos esos resortes. El plano de un féretro desnudo de un hombre olvidado coronado por una flor de cactus, una sombrerera, una diligencia arrumbada y cubierta de polvo, unos libros de leyes remendados y leídos mientras se friegan unos platos, un bistec caído en el suelo de una casa de comidas, la mirada de una mujer asomada a una puerta sobre un hombre que desaparece en la oscuridad de un callejón silencioso, un tiroteo en el que nadie sabe bien quién dispara y desde dónde, un rancho incendiado, un borrachín citando a Shakespeare antes de morir con dignidad, una verdad que es mentira y una mentira que es verdad, una vida construida sobre la gloria y la derrota de la vida que ha hecho posible esa gloria, una mujer que elige a un hombre y nunca olvida a quien abandonó, una escuela multirracial en un pueblo sin escuelas, un marshall que era un gordinflón cobarde pero que al cabo de mucho tiempo es un tipo lleno de dignidad que sabe adónde quiere ir, una mujer que aprieta entre sus manos una sombrerera, un viaje —o muchos viajes— a Shinbone, al pasado que es siempre presente y un regreso que se adivina como de siempre jamás.
Todo eso y posiblemente mucho más es El hombre que mató a Liberty Valance, una película que puede entenderse como un wéstern noir o un thriller político, un melodrama amoroso o un ensayo sobre la Historia y la historia, la ley y la violencia. La riqueza de la película es que abarca todos esos géneros. Es por completo fordiana porque en toda la película, en sus personajes, en su moral narrativa, en el diseño a golpes, en la traza formal, se adivina la ingenuidad pionera de tantos wésterns que John, entonces Jack Ford, rodó en la Universal en los años 10 y 20. Pero también se rastrea la simbología moral de otros wésterns más complejos como 3 Bad Men (Tres hombres malos, 1926) y su heredero en clave de cuento de navidad, Three Godfathers (Tres padrinos, 1948), como su ambiente nocturno de fatalidad y frontera le emparenta con el tercio final de Stagecoach (La diligencia, 1939) y la de My Darling Clementine (Pasión de los fuertes, 1946) ya que los pueblos de frontera de esas películas, Lordsburg, Tombstone, son hermanos de sangre y violencia de Shinbone.
El tema de fondo de El hombre que mató a Liberty Valance es la historia de amor y rivalidad a tres bandas entre Tom Doniphon (John Wayne) y Ransom Stoddard (James Stewart) con Hallie (Vera Miles) pivotando entre ambos. Toda la película se encierra en el corazón y en la cabeza de Hallie, en sus controvertidas decisiones y en lo que de verdad guardaba en su corazón, algo que revelará su viaje de regreso a Shinbone en compañía de su marido, Ransom Stoddard. ¿Homenaje fúnebre al hombre cabal, al amigo leal al que le debe la vida de su marido y la felicidad de su vida? O, más secretamente, la confesión de un error, la confesión de cuánto ha seguido recordando y amando cada día de su vida aTomDoniphon.
Ese secreto, ese misterio en la vida de los Stoddard, se enlaza con el suceso que persigue toda la trama desde que comienza la película: el duelo entre Liberty Valance y Ransom Stoddard. Un duelo resuelto en las calles de Shinbone, una ruidosa noche de sábado, con la muerte del pistolero a manos del novato. O quizás ese suceso que cimentó la vida y el futuro político de Stoddard es una pura falacia, una de esas leyendas que se imprimen en el Oeste para cimentar famas, para crear un aura de frontera que ya no existe. Tom Doniphon desde su silencio en un féretro quizás hable públicamente de aquella noche de duelos de pólvora en Shinbone.
Ese duelo en las calles de Shinbone nos lleva a otra escala de reflexión. John Ford fue calificado por el cineasta Jean-Marie Straub como el más brechtiano de los directores de cine, un artista cuya dialéctica de contradicciones resulta harto difícil de rastrear. El hombre que mató a Liberty Valance es un wéstern y como tal un relato de frontera, la crónica romanceada de unos hechos de los que quedan pocos supervivientes, pocos testigos, la crónica de un tiempo en el que la Historia se aprestaba a girar sobre sus goznes y a alumbrar un mundo nuevo.
Ransom Stoddard llega a Shinbone con su equipaje de ilusiones lincolnianas, desde un este en el que ha estudiado que la vida se atempera a las leyes y que los conflictos individuales y colectivos se someten al imperio de la ley y a la decisión de los jueces y tribunales. Nada de ello existe en Shinbone, un pueblo situado al sur del río Picketwire. La ley y el orden lo representa un gordinflón que duerme en la única celda de la cárcel que no tiene cerradura. Como le advierte Tom Doniphon a Stoddard, en Shinbone, en la frontera, los hombres arreglan por sí mismos sus problemas, con los puños o con las armas de fuego. El avance de las oleadas de emigrantes ha ido poblando el gran desierto americano, desde los grandes ríos a las Montañas Rocosas, desde el Atlántico hasta las nevadas cumbres, la Continental Divide, de esa espina dorsal montañosa y de esta al Pacífico. Ha sido un territorio pleno de violencia y sangre, de vida y muerte, entre indios primero, entre indios y blancos después, entre blancos siempre. Un darwinismo rampante ha surtido de vida y muerte a la colonización. Primero los Mountain Men, los cazadores, exploradores, la expresión de la más pura y radical individualidad, la que representa la frase de Liberty Valance cuando los burgueses de Shinbone le cierran el paso a una asamblea porque no vive en Shinbone, porque no está censado como elector en el pueblo: «Yo vivo donde cuelgo mi sombrero». Luego llegaron los ganaderos y extendieron por los pastos libres millones de cabezas de ganado y seguía no habiendo más ley que la del más fuerte, y esos eran los grandes ganaderos situados al norte del Picketwire. El siguiente conflicto era el de los pastos libres frente a las alambradas de los pequeños rancheros, los granjeros y los agricultores, que reclaman leyes, orden, oficiales que la impusieran, escuelas, iglesias, instituciones públicas, regadíos, ferrocarriles, el incontenible avance del progreso y la industrialización; era el momento de elegir entre una u otra forma de vivir en la frontera o, aún mejor, decidir si la frontera, su estilo de vida, violento, sin reglas, vital, podía pervivir siendo un territorio en manos de los poderosos ganaderos o se transformaba en un estado de la unión, desarrollando las ideas de civilización y progreso.
Ese es el móvil de la narración, junto con la historia de amor a tres bandas, y ambas aparecen inextricablemente unidas.
Porque el joven e ilusionado Ransom Stoddard que diligencia al Oeste con el reloj de su padre, unos cuantos dólares y sus libros de leyes recibe un brutal baño de realidad fronteriza esa noche en medio de un camino desierto. La diligencia en la que viaja es asaltada en plena noche y en el desierto por unos hombres enmascarados y, cuando defiende a una dama viajera tratada brutal- mente por los bandidos, recibe una paliza no menos brutal a manos de un tipo que maneja un látigo con empuñadura de plata. Cuando Stoddard alega la ley, y, quijotescamente, la caballerosidad, ante el ultraje de los bandidos a esa pobre viuda recibe, no menos quijotescamente, más golpes, la ley de la frontera, mientras el bandido rasga los libros de leyes. A ese mundo, a esa frontera, llega el joven Stoddard. Si sobrevive, lo hace merced a que le recoge Tom Doniphon, como un buen samaritano, un hombre de frontera tan peligroso como el bandido del látigo de plata; de hecho este, el notorio Liberty Valance, es el segundo hombre más duro al sur del Picketwire tras Doniphon, según su propia confesión. Desde ese momento el abogado Stoddard, acogido en el negocio de comidas de los Ericson, unos emigrantes suecos, y curado por Hallie, la chica de Tom, o al menos eso se cree él, solo tiene en mente atrapar en la ley a Valance y someterlo a juicio. Ransom Stoddard no lo logrará porque la frontera lo atrapa en su espiral de violencia y deberá dirimir la cuestión colt en mano frente a Valance en las calles de Shinbone. Conforme, como le había pronosticado Tom Doniphon, con la ley del Oeste.
Stoddard, empero, revoluciona Shinbone, fundando una escuela abierta a todos, incentivando el celo profesional del Dutton Peabody, el desilusionado y borrachín editor, propietario y único redactor del Shinbone Star, el periódico del pueblo, liderando el proceso político de la convención de ciudadanos que desean que el salvaje territorio se convierta en estado derrotando a los poderosos ganaderos. Pero todo eso lo hace a la sombra, bajo la protección recelosa de Tom Doniphon, y en la admiración o el amor que por él siente Hallie.
¿Y Doniphon? Tom es un hombre de frontera, pero sus códigos no son los de Valance, un hombre sin ellos. Doniphon puede recurrir a la violencia, a la fuerza, pero solo cuando es desafiado —veremos la secuencia del bistec caído en el suelo del comedor de Pete Ericson, en esa forma de vida de vivir y dejar vivir, sin abusos ni imposiciones—. No creo que vea con satisfacción, aunque su lucidez es notable, el cambio de los tiempos, el cierre de la frontera, el avance de la civilización que contempla con reticencia e ironía. Ayuda a la gente de Shinbone y a Stoddard, con quien no simpatiza, pero al que reconoce valores y coraje personal contra los ganaderos y contra Valance porque comprende que su propio estilo de vida, un rancho pequeño de caballos, una existencia que prevé y sueña tranquila, un hogar en el que vivir y ser feliz con Hallie en el rancho que está ampliando, no tiene sentido si triunfa la ley de la violencia sin tasa de los poderosos.
La mirada fordiana al conflicto de la frontera es misteriosa, compleja, no creo que ambigua, ya que no es John Ford un tipo al que le vayan las medias tintas ni las ambigüedades, aunque tampoco sea un hombre de grandes certezas morales o sociales. Es indudable que Ford —él lo declaró a Bogdanovich a su manera— siente más proximidad por Tom Doniphon que por Ransom Stoddard, aunque su irreductible individualismo le lleva a la idea moral y cristiana del sacrificio por la colectividad, muy presente en toda su obra. Pero el sacrificio deja siempre en el alma, un enorme caudal de soledad, desilusión, amargura, desesperación y melancolía, y a eso se reduce, fuera de plano, fuera de la narración, lo que fue la vida de Tom Doniphon tras sacrificar todo por Hallie, no por Stoddard ni sus ideas. Una vida sin futuro, anónima, probablemente poblada por la miseria y el abandono, el alcohol y el olvido de todos, incluidos Hallie y Ransom Stoddard, quienes le debían todo.
Por todo ello creo que la lectura de El hombre que mató a Liberty Valance tiene más que ver en claves personales, de estilo de vida, de valores y principios, de moral existencial, que de discurso político y social, una discusión que ha llevado a muchos a disertar con brillantez sobre la dialéctica de cómo se destruye la frontera y sus valores y cómo se construye la modernidad, o cómo es necesario un cierto uso de la violencia para construir una sociedad asentada en el imperio de la Ley y el Orden, en la gobernanza de las instituciones y de los individuos bajo leyes legítimas y justas, todo lo cual subyace evidentemente en la película pero muy instrumentalmente al conflicto personal, al triple duelo Liberty-Doniphon-Stoddard y al más esencial, emocional y sentimental, que es el triple duelo Tom-Hallie-Ransom.
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Autor: Eduardo Torres-Dulce. Título: El asesinato de Liberty Valance. Editorial: Hatari! Venta: Todostuslibros
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