Ciudadano Kane demostró que la vida de un hombre, la multiplicidad de facetas que componen una personalidad, era más una temible espiral de recuerdos y pensamientos que una implacable línea recta hacia delante. Mank, la película de David Fincher que retrata a su despreciado guionista, hace lo propio con la figura de Herman Mankiewicz, que encuentra su Rosebud particular en la confección del propio guión de Ciudadano Kane.
Si Ciudadano Kane nació en pleno auge del cine popular por la crisis de la Segunda Gran Guerra, Mank llega cuando las salas del cine podrían haber visto apresurado su epitafio por otra crisis, la sanitaria, en un momento de reformulación absoluta del modelo de negocio cinematográfico debido a la presencia de una serie de nuevos actores en la sombra, las empresas de telecomunicaciones que sostienen las plataformas de streaming que financian el cine al margen de los estudios convencionales, un círculo extraño que se cierra con un acto de violencia purificadora como la que Mank encuentra de manera inesperada para cerrar su guión.
Pero Mank riza el rizo de su propia ironía si miramos su ficha técnica y la historia del propio largometraje. Estamos ante un capricho de autor de esos que solo precisamente Netflix, por su independencia de las salas, es capaz de financiar. Mank es un proyecto soñado de Fincher guionizado por su padre, Jack, un passion project aparcado por los estudios durante años por su inviabilidad comercial. La película, en un biopic en blanco y negro sobre el guionista olvidado de una película antigua, es un producto que convierte la definición de cine de nicho en un blockbuster de Marvel. Rodada en blanco y negro y con una duración notable, el espectador casual se encontrará con un insoportable mix de diálogos trepidantes y conversaciones en el espacio que no se justifica ante nada ni ante nadie, que no pierde un minuto en contextualizar o explicar quién es quién en esta orgía de intereses y acciones que es el hacer una película. Así es como le definen el propio guión de Ciudadano Kane a Mank en uno de sus estados embrionarios.
Fincher, que ha concebido su película para la plataforma de streaming, concibe un híbrido peligroso de cine clásico y película de autor. Romántica a su manera (tengan en cuenta que estamos ante una película de Fincher, por Dios) en Mank vemos al director de Seven adoptar registros y texturas más emocionales que en otras ocasiones. No es la primera vez que lo hace, por supuesto (el ejemplo más inesperado podría estar ya al principio de su filmografía, con la memorable secuencia de la muerte de Ripley), pero sí la más acertada presionando ciertas teclas. Mank es, en manos de un prodigioso Gary Oldman, un personaje entrañable y vivo, un tipo carismático y despreocupado que esconde una fiera en su interior, pero no el ladino lagarto Mark Zuckerberg de La red social. De modo que sí, preferiríamos ser ese brillante alcohólico fracasado que el envidioso millonario millennial. Oldman se hace con todas las miradas sin pestañear.
Si esperan un biopic en Mank, una película que muestre el lujo y glamour del cine clásico, olvídense. La misantropía de Fincher le permite ignorar la toxicidad de Mank para su entorno (véase su particular, bella y extraña relación con “la pobre Sara”, su mujer) y hasta satirizar la figura intocable de Orson Welles sin juzgar en absoluto a sus personajes según parámetros morales convencionales. Todos los fotogramas digitales de Mank huyen del melodrama y adoptan la textura de un sueño a punto de tornarse pesadilla, con Fincher facturando además su película más política. Y aquí llegamos al meollo de la cuestión.
Mank va tanto del poder del cine como fábrica de sueños como de la moderna política como encarnación de los mismos. Fincher relaciona Hollywood con el nacimiento de las fake news, y es de eso mismo de lo que versa realmente Mank, sobre las sombras que amenazan la democracia y cómo se conjuran los espectros de la manipulación. Antes decíamos que Mank es la película más emocional de Fincher, pero porque va precisamente sobre la emoción. Pero también es una en la que las palabras más utilizadas son “socialismo” y “comunismo”. Los vídeos políticos perpetrados por Irving Thalberg y Louis B. Mayer para lograr la victoria republicana evocan la magia del cine popular, conjurando el poder del cine sobre la realidad y su probada capacidad de manipulación política. Hoy, la creación de relatos y los procedimientos para ficcionalizar la realidad capitalizando nuestras emociones más básicas tienen lugar de una manera igual de ladina, aunque quizá alejados de la pantalla grande.
El bueno de Mank es el observador de este nuevo régimen de las emociones, y concibe Ciudadano Kane como denuncia en la cara de Charles Foster Kane al margen de él mismo y del propio Orson Welles, una figura más bien ausente y oportunista. El resultado es una crónica en forma de comedia negra y thriller que toma modos y recursos de Ciudadano Kane, desde el uso de flashbacks hasta la intocable figura de su biografiado, que a su manera sigue sigue siendo el tótem inaccesible de la película. Fincher no sobre explica y sume al espectador en su diatriba, rematando una excelente película que es, todavía, mucho más de lo que se nos ha vendido.
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