Julio Verne es sinónimo de aventura. Como no podía ser de otra manera, una de sus obras ha pasado a formar parte de la colección de Zenda Aventuras. Coincidiendo con la publicación de Aventura en el Transasiático, Susana Rizo ha escrito este artículo sobre este autor universal.
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A veces se ha reprochado a mis libros que incitan a los muchachos a abandonar su hogar para recorrer el mundo… Si algún chico se lanzase alguna vez a semejantes aventuras, que siga el ejemplo de los héroes de los Viajes extraordinarios y tendrá asegurado arribar a buen puerto.
El mundo cambia cuando llegan personas como Julio Verne. Sucedió en 1828, en la Isla de Feydeau del Loira (Nantes, Francia). Aquel niño que se crió contemplando barcos, leyendo el Robinson Crusoe de Wyss, soñaba con embarcarse en épicas aventuras. Con el tiempo llevó sus ensoñaciones a la literatura. Sus viajes y muy especialmente sus incursiones por el mar fueron prudentes, y lo más lejos que le llevaron fue a Escandinavia y América, pero bastaron para imaginar lo no vivido y transformarlo en algo tremendamente mágico e inmortal. Recluido en su estudio de Amiens, donde trabajó durante treinta años sumergido entre libros, logró hacer posible lo imposible.
«Julio Verne ha traído la poesía del espacio, el escalofrío de lo infinito […]. La novela de Julio Verne es el aire libre, es el aire virgen, el aire no respirado. Tomamos posesión de toda la Tierra, de todo el firmamento. Mejor todavía, cobramos conciencia del cosmos». (Anatole Le Braz)
Es posible que muchos de ustedes se pregunten quién fue realmente el hacedor de algo que jamás antes se había visto en literatura, una mezcla de fantasía y aventura siempre de la mano de la ciencia, y cómo pudo adquirir esa visión que se sale, como la de todos los genios, de cualquier tiempo para vivir en todos a la vez. Lo que pasaba por su cabeza sigue siendo hoy un misterio, pero sí podemos afirmar que abrió el infinito, uno contrastado y creíble, porque Verne se volcó en cuerpo y alma para hacerlo verosímil.
Tengo en mis manos una joya escrita por Rémi Guérin, Testamento de un excéntrico (Plataforma Editorial, 2018), que arroja luz sobre quién fue este genial escritor. Se trata de una edición espectacular, de gran formato, llena de bellas ilustraciones y documentación interesantísima para acercarnos a ese inabarcable mundo interior.
«He querido ofrecer a los jóvenes libros útiles, poniendo a su alcance la ciencia y la geografía […] Mi tarea consiste en pintar la tierra entera, el mundo en forma de novela, imaginando aventuras especiales en cada país, creando personajes especiales en los entornos en los que actúan».
Verne, además de marino, quiso ser poeta. Escribía versos para las mujeres de las que se enamoró. La primera de ellas fue su prima Carolina Tronson, la cual encabezó una lista de fracasos sentimentales que dejarían una profunda huella en el escritor, en especial la que fue su gran amor, Hermínie Arnault-Grossetière. Es ella el personaje de Ellen que inspiró Una ciudad flotante. Las historias de mujeres jóvenes casadas en contra de su voluntad las encontramos también en la figura de Gérande, en El maestro Zacarías. Tras su última herida amorosa, Verne empezó a frecuentar un círculo exclusivo para hombres solteros llamado El Club de los Once sin Mujeres, en el que se recitaban poemas.
«Basta que ame a una mujer para que se case con otro».
Descartando hallar el amor platónico que soñaba, Verne escribió a su madre, implorándole que le encontrara una joven hermosa y rica, con el fin de consagrarse enteramente a la literatura, para disgusto de su padre, que deseaba que su hijo fuera abogado, pero Verne ya había tomado su decisión.
«Querido papá […]. ¡En cuanto al trabajo de abogado, recuerda tus propias palabras! ¡No hay que perseguir dos objetivos al mismo tiempo! ¡Trabajar en un bufete me obliga a llegar a las siete y media de la mañana para salir a las nueve de la noche! ¿Qué me quedaría para mí? […] La literatura, ante todo, pues solo en ella puedo triunfar, ya que mi espíritu permanece siempre atento a ella».
Entretanto, Verne se sumergió en la intensa vida bohemia del París insurrecto e ilustrado de 1848, y participaba en las veladas literarias que las damas de la alta sociedad organizaban en los salones. Fue en una de esas veladas donde conoció Alejandro Dumas hijo, figura clave que le abrió las puertas del Teatro Histórico, en el que pudo representar algunas de sus obras escritas en verso. La primera de ellas, Las pajas rotas, era un vodevil sobre las relaciones matrimoniales, en el que trataba de acabar con los prejuicios sobre las mujeres. Este fue uno de los caballos de batalla a lo largo de toda su obra, por mucho que se le acusara de misógino. Por aquel entonces, Julio Verne aún malvivía, y lo poco que ganaba se lo gastaba en libros. Estudió a fondo la obra de Shakespeare, Byron y Walter Scott.
Hubo un encuentro decisivo que abriría aún más la mente imaginativa de Verne y, posiblemente, fue determinante en la creación de sus Viajes extraordinarios. Me refiero al que tuvo con el explorador y fotógrafo Jacques Arago quien le inspiraría, años más tarde, al profesor Samuel Fergusson en Cinco semanas en globo. Hubo otros acontecimientos importantes en la vida de Verne, como fue su primer viaje fuera de Francia, en el que recorrió Escocia y quedó prendado por sus paisajes, especialmente la denominada Gruta de Fingal, que inspiró algunos lugares recreados en Veinte mil leguas de viaje submarino y en La isla misteriosa. También recorrió el Mediterráneo, el Báltico, el Mar del Norte y el Atlántico a bordo de su yate Saint-Michel. En uno de esos viajes conoció las costas de Galicia, y fue justo en la bahía de Vigo donde ambientó la escena en la que el Capitán Nemo, a bordo del Nautilus, se hizo con los tesoros de los galeones hundidos durante la batalla de Rande. Pero si hubo un viaje especialmente trascendental en la vida de Verne fue el que hizo rumbo a Norteamérica a bordo del Leviatán de los Mares. Verne admiraba a los norteamericanos, por su perseverancia en ser los primeros en todo, y a Nueva York está dedicada su obra La ciudad flotante.
En 1856 Verne conoció a Honorine de Viane, una joven viuda de buena familia, con la que tendría la oportunidad de colmar su anhelo, hallando una posición acomodada que le permitiera dedicarse solamente a escribir, tras haber renunciado al amor pasional que profesaba en sus poesías a las mujeres que no le habían correspondido. Se casó con ella un año más tarde. No fue una relación de amor, y su vínculo familiar tuvo siempre una deriva más práctica que sentimental. De hecho, justo antes de nacer Michel, el primer y único hijo del matrimonio, Verne partió de crucero por Escandinavia. No tuvo una buena relación con su hijo, y reconoció que nunca había querido ser padre. La joven Estelle Hénin se convirtió en su amante, una relación que duró casi dos décadas. Poco después, Verne abandonó su trabajo en la bolsa, un empleo que aceptó para encajar en el nuevo ambiente que se abrió desde su matrimonio. Así fue como se despidió de sus colegas:
«Muchachos, acabo de escribir una novela de una nueva manera. Si tiene éxito, estoy seguro de que será un filón. Entonces continuaré escribiendo novelas mientras vosotros compráis primas…»
La novela que iba a escribir era Cinco semanas en globo. Fue entonces cuando apareció en escena una figura clave en la vida de Verne, Pierre-Jules Hetzel, uno de los editores más prestigiosos del momento —con él publicaban Victor Hugo, Stendhal, Zola o Poe—. Hetzel trabajaba desde la firme creencia de que los niños solo pueden llegar a ser verdaderos ciudadanos si son instruidos correctamente, y para ello creó una revista literaria periódica destinada a la juventud: Magasin d’education et de récréation. A Hetzel le fascinó el manuscrito de Cinco semanas en globo, y se comprometió a pagar quinientos francos por una tirada de dos mil ejemplares; a cambio Verne debía entregarle dos títulos al año. La novela, publicada en 1863, cosechó un éxito inmediato, pero Verne aún no estaba seguro de querer encasillarse en este género. El segundo manuscrito que presentó fue París en el siglo XX, una obra de ciencia ficción en la que el dinero y la industria dominan las artes y la cultura, pero fue rechazado frontalmente por Hetzel, porque la consideró demasiado pesimista y sombría:
«La publicación de su trabajo se me antoja un desastre para su nombre. Haría creer que Cinco semanas en globo ha sido una afortunada casualidad. No está usted maduro para este libro, lo reescribirá dentro de veinte años… Es un completo fracaso, y si cien mil hombres me dijesen lo contrario, los mandaría a todos a paseo».
Verne nunca volvió a retomar este proyecto, y se volcó en escribir nuevos manuscritos siguiendo el estilo que reclamaba Hetzel, y que él mismo había inaugurado a bordo del globo Victoria junto al doctor Fergusson, Dick Kennedy y Joe. Así fue como sucesivamente fueron llegando El capitán Hatteras, Viaje al centro de la Tierra, Veinte mil leguas de viaje submarino, De la Tierra a la Luna, La vuelta al mundo en ochenta días —–libro que motivó a la escritora y periodista Nellie Bly a superar ese récord, un periplo que Verne siguió, fascinado—, entre otros muchos volúmenes.
En esta etapa de su vida, Verne se inspira en los relatos de los intrépidos viajeros y exploradores de su tiempo, y realiza una exhaustiva labor documental: lee revistas científicas, informes de viajes, manuales de geografía, busca el vocabulario adecuado para ofrecer a sus lectores información lo más justa y precisa posible, siempre con el objetivo de lograr que sus relatos sean creíbles. Esa, de hecho, es la razón por la que los personajes de De la Tierra a la Luna no ponen un pie sobre la superficie lunar: no podía describir cómo sería ese lugar. Solía decir que esa parte fantasiosa se la dejaba a Edgar Allan Poe, a quien admiraba profundamente. Basándose en los avances tecnológicos que estudió, Verne planteó nuevas invenciones, prototipos tecnológicos y teorías científicas. Fue un audaz visionario que supo mezclar ficción y ciencia, novedosa combinación que sedujo y sigue seduciendo a miles de lectores a lo largo y ancho de este mundo. No en vano está considerado el padre de la ciencia-ficción.
«No trataré de explicarles lo inexplicable, lo incomprensible, el producto imposible de una imaginación que Poe llevaba a veces hasta el delirio».
En ese tiempo, Verne trabajaba en estrecha colaboración con Hetzel, con quien discutía a menudo el enfoque de las obras. Hetzel quiso, por ejemplo, que el Capitán Nemo fuera un antiesclavista polaco, y ahí se impuso el criterio de Verne: Hay que mantener la imprecisión sobre su nacionalidad, sobre su persona y sobre las causas que lo han arrojado a esa extraña existencia.
Las novelas de Verne empezaban a gozar del reconocimiento internacional, y el escritor entregaba tres libros por año. A Hetzel se le ocurrió reagrupar todas esas obras bajo un título general, Viajes extraordinarios, que finalmente comprenderán sesenta y dos novelas en las que se percibe la evolución personal y emocional de este sensacional escritor. A medida que llegamos a las últimas creaciones, la esperanza y ensalzamiento del progreso de las primeras se torna más pesimista, dando más cabida a los conflictos humanos e incidiendo en la repercusión negativa de esos mismos avances tecnológicos sobre los recursos naturales.
En 1872 Verne se instaló definitivamente en Amiens. Presentó su candidatura para poder entrar a formar parte de la Academia Francesa, candidatura que fue sistemáticamente rechazada. Siempre arrastró esa decepción por no haber recibido el reconocimiento de la crítica literaria. Siguió escribiendo su ingente obra, pero empezaron a sucederse acontecimientos que entenebrecerían su ánimo. En 1886 un perturbado sobrino suyo, Gaston Verne, le disparó dos veces para atraer su atención, hiriéndole en una pierna. La cojera le acompañó el resto de su vida y no volvió navegar. Poco después falleció su amigo y editor Pierre-Jules Hetzel.
«He entrado en la serie negra de mi vida y, sin dejarme abatir, créame que me tomo las cosas con mucha filosofía. El futuro es bastante amenazador para mí […]. Reconozco que si no pudiera refugiarme en un trabajo tesonero y que me agrada, sería digno de compasión».
Tras la muerte de Hetzel, Verne experimentó nuevos enfoques que le habrían resultado difíciles de realizar con las exhaustivas revisiones de su exigente editor, alejándose algo de la ciencia y acercándose a la fantasía que estuvo más presente al inicio de su obra. Pero se sentía cada vez más enfermo y cansado, y apenas salía ya de su estudio. Julio Verne se apagó el 24 de marzo de 1905.
¿Qué pensaría contemplando ese globo terráqueo que yacía sobre su mesa de trabajo? ¿Sería consciente de que su obra había cambiado la historia de la Literatura? Tal vez no pensara en ningún término grandilocuente, ni en su eterna fama. Tal vez sólo pensara en cómo desearía haber inventado una máquina que dilatara el tiempo, para poder vivir las aventuras que había concebido sobre papel. O para seguir inventado muchas otras más.
«¡El mundo es muy grande y la vida es muy corta! ¡Para dejar una obra completa, habría que vivir cien años!»
Julio Verne es un salvoconducto mental en días difíciles. Nos ayuda a sobrevivir desde la propia conciencia individual y libre, lejos de la oratoria política con mucho de res, y nada de pública. ¿Cómo no se iba a estar mejor ahora mismo en el centro de la Tierra, con sus setas gigantes, o recorriendo la estepa siberiana con Strogoff? ¿No les apetecería acompañar a Mary y a Robert en la búsqueda de su padre, el capitán Grant, o a la heroína mistress Dolly Branican en busca su marino desaparecido en alta mar? Esos lugares mágicos son infinitamente mejores. Siempre se puede regresar, y nunca defraudan.
Verne acechó la tierra y el mar, su primer y gran amor, más desde el atril de su imaginación, y dejó a sus personajes hacer el resto. Así, surgen hombres que se creen dioses, como el maestro Zacarías, disidentes como el capitán Nemo, o solitarios y excéntricos como Phileas Fogg, cuyos desafíos amplían el mundo, haciendo de éste un lugar infinitamente más interesante. La locura está presente en muchos de sus personajes, pero uno se pregunta si no son más sabios en realidad que el resto. Esa clase de locura producto de un exceso de lucidez que la sociedad no permite encajar.
Según Jean Verne, bisnieto del maestro, nada explica su repentina proliferación, ni el contraste entre una visa que una película biográfica tornaría un tanto soporífera y unas novelas tan poderosas que ningún cineasta hasta hoy ha logrado transcribir, con la excepción de Veinte mil leguas de viaje submarino, de Richard Fleischer.
Verne se conformó a las costuras de su tiempo, pero las rompía cada vez que se sentaba en su viejo escritorio. Me pregunto si sentiría que era suficiente navegar con su imaginación desbordante o acusó en algún momento el no haber sido más intrépido. Pero, tal vez, si hubiera experimentado más esa vida alternativa como el marino que deseaba ser, no existiría su obra imperecedera, cuyas lecturas son tan infinitas como lo que dé de sí el Tiempo.
«Parece más sabio asumir lo peor desde el principio y dejar que lo mejor llegue como una sorpresa…»
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