Hoy es un día especial. Hoy me ha llegado a este rincón del mundo un pedido de doce botellas de blanco de Rueda, localidad vallisoletana bendecida por Dios con el arte de elaborar blancos. Los blancos de Rueda son secos y profundos como el arte que distingue a los buenos narradores: blanco de Rueda, tabaco de Cuba y un relato hondo y seco, que no superficial y amanerado, constituyen un Triángulo Sagrado en cuyo perímetro se encierra el Paraíso.
Bueno, vale de masturbaciones, profesor, que aún le queda un folio y tiene usted que trabajar en lo que paga el pienso, así que déjese de boludeces. Volviendo a lo nuestro, y ya que estamos con los narradores de raza, si don Arturo Pérez-Reverte accediese a venir por Cahill encontraría magnífico y entregado auditorio con excelente español hablado, si no nos ponemos exigentes con la fonética, amén de sólidos conocimientos sobre la cultura española en general y el Siglo de Oro en particular. El año pasado mis alumnos hicieron una traducción bien plausible de La vida es sueño, que representaron con éxito, tanto que fueron reclamados en Edimburgo. Buenos degustadores de Alatriste, son fans confesos del oscuro espadachín a sueldo y se han hecho ya con unos cuantos ejemplares del magnífico tomo de Alfaguara que contiene los Siete Títulos, desde hoy para mí sagrados. El capitán Alatriste. Limpieza de sangre. El sol de Breda. El oro del rey. El caballero del jubón amarillo. Corsarios de levante. El puente de los Asesinos.
La aparición del Todo Alatriste nos llevó a invertir unas clases en divagar por los meandros de España y su cultura. No clases magistrales, no piense nadie, por Dios, pobres criaturas, sino un intenso y democrático diálogo sobre el sentido de esa oceánica cultura que se expresa en cuatro lenguas y se reparte, al menos, por dos continentes, si no tres, y eso dejando Asia de lado. Vuela soñadora mi alma, alumbrada en este punto por el vino, a los cielos del Pacífico y embarca en el galeón de Manila rumbo a las costas occidentales de Panamá entonando con pasión una habanera. «Divina perla de las Antillas, nunca en la vida podré olvidar…»
En fin, desde una perspectiva anglosajona, y previo depósito en la fresquera de los siempre entontecedores resabios nacionalistas, España aparece como el otro lado del espejo de Carroll, una suerte de universo paralelo al nuestro que, oculto durante siglos de rivalidad nacional, de pronto se desvelase ante los ojos del polígrafo británico igual que se revela un continente desconocido en apariencia. Y es que a despecho de rivalidades económicas y políticas, que son al fin y al cabo lo mismo –cherchez l’argent, que diría el francés–, no ha faltado entre ambas culturas una rica corriente fecundadora en los dos sentidos.
A ver por dónde me sale el Cahillian Economic Council, que Dios confunda. Ya tengo preparada la documentación, presupuesto y demás bobadas. Que no sería gasto, sino inversión: cuento con el respaldo de los responsables de las páginas culturales de la prensa de Glasgow y Edimburgo. La corresponsalía de la BBC me ha asegurado que la presencia de Arturo Pérez-Reverte en el Reino Unido, aunque no pasase por Londres, sería noticia destacada en los noticieros nacionales y hasta cabe la posibilidad de que fuera recibido en audiencia por S M la Reina en sus augustas posesiones del castillo de Balmoral, así que no sé qué más quieren estos obsesos de la prevención de incendios. El año pasado un estudiante italiano encendió un pito en el servicio de la tercera planta del edificio de Ciencias y a los diez minutos había tres coches de bomberos en la puerta principal. Para mí que nos estamos volviendo locos.
Sólo me queda añadir que la inesperada llegada del monumental Todo Alatriste, y su lectura subsiguiente, es decir, la de todas las novelas de un tirón, ha dado cuerpo a una vieja sospecha. La llamada Saga Alatriste por los devotos no sería un conjunto de siete novelas hábilmente entrelazadas, sino una sola escrita por etapas. Un novelón, verdadero Guerra y paz de su autor, novelón todavía huérfano de un final que lo redondee y complete. Un final que, dándonos sentido a sus lectores, rindiera homenaje a quienes quizá lo inspiraron, los soldados que en los primeros setenta defendieron el Sahara Español, y también a los españoles de todas las épocas, buenos vasallos pese a carecer de buen señor, así como a los cientos, si no somos miles, de millones de personas que llenamos el planeta sin otra nación que nuestros zapatos, nuestro valor y nuestras lealtades. Desde esta perspectiva, la historia contenida en los papeles del alférez Balboa, la historia de la peculiar relación que Íñigo mantiene con la figura de Diego, no sería más que la evocación de nuestra vida de la cuna a la tumba, nuestra verdad desnuda: el único, inimitable y auténtico Territorio Reverte. Por eso a los que leemos nos inquieta no llegar a saber cómo será en lo sucesivo la mirada que un Íñigo Balboa cada vez más hecho, más adulto y más dueño de sí deposite sobre su desvencijado amigo.
La idea parte de uno de mis alumnos, la señorita Zoe Henderson, instruida joven londinense que en su locura da clases de baile flamenco con una profesora japonesa que enseña su arte en los barrios bajos de Cahill South. Según Miss Henderson, los lectores habríamos tenido el privilegio de ir conociendo la historia, esa que une a Alatriste con Balboa, conforme se escribía: es decir, al modo de los viejos folletines. Sólo estamos pendientes de un final, pendientes de una conclusión que nos interesa mucho porque somos el puñetero Alatriste y él es nosotros, como aseguraba don Jaime de Usandizaga y no sé qué más en Copenhague. Y sin saber cómo acaba, argumentaba la señorita Henderson con ejemplar lucidez y arrebatado encanto antes de mi viaje a Polonia, nunca podremos largarnos a ningún lado, ni siquiera al Otro Lado, porque no podemos irnos incompletos, no podemos salir de aquí dejando sin cerrar tras nosotros el último capítulo de nuestra vida.
Así pues, el que ha quedado cerrado en Cahill hasta nuevo aviso es el Hades. Y momentáneamente suspendida de empleo la Puta Perra, la Descarnada. Vamos, que hasta que Reverte no ponga punto final a Alatriste aquí no se muere nadie: así lo ha determinado el último año de filología española del curso 2015-2016 de la Cahill Highlands. Prohibido morirse.
Denos pues Alatriste, señor Reverte, que queremos libertad para ir muriendo. Tenemos hambre y sed de justicia, aunque no sea más que poética, que es como decir literaria, la única posible a estas alturas. Estamos más solos que astronautas perdidos en la órbita de Júpiter, y nuestro padre Alatriste nos reconforta, a veces más que la Biblia. Que Dios me perdone este dislate y todos los demás también. Y que Él y Alatriste nos protejan y guarden a todos ahora, así como en la hora de nuestra muerte, amén.
FIN
Cahill Highlands University (Scotland, GB) julio de 2016.
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Título: Todo Alatriste. Autor: Arturo Pérez-Reverte. Editorial: Alfaguara. Páginas: 1792. Edición: papel
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