Nadie como un forastero en Madrid para entender una ciudad porosa que resuella casi con la misma intensidad para vivir o morir. Y de sus exhalaciones respiraba Galdós, a medida que pasaba los días en esta miscelánea, absorbido por las propias secuelas que iban dejando los días intensos, inciertos, desconcertantes… de una ciudad que crecía constantemente al mismo tiempo que menguaba, que convulsionaba y se expandía a la vez que se arrebataba el espacio a sí misma para volver a edificarse en los mismos terrenos, y entre ellos los cimientos que echaban raíces aunque cambiaran de cara. Fachadas difíciles y torcidas que avanzaban sin preguntar hasta las esquinas más insospechadas, rebañando recodos con descaro y enlutando callejones.
Van dejando huellas las casas en quienes las habitan, o son sus habitantes las que les dan carácter, tal vez. Y así fue Don Benito, de una a otra, arrastrando el equipaje hecho de todo.
Galdós llegó siendo un jovencito con los ojos abiertos y ávidos de absorber lo que ocurría alrededor, y se fue ciego de ver mientras había dejado firmadas más de 30 novelas, 41 Episodios nacionales, obras de teatro, cuentos e innumerables artículos periodísticos y obras inéditas.
Muchos rincones en Madrid nos recuerdan al escritor, a sus personajes y a sus libros. En algunos también estuvieron las casas que habitó. De la pensión de la calle del Olivo a la de las Fuentes. Del centro de Madrid a la calle Serrano. Del barrio de Salamanca (Serrano) a Colón. De la plaza de Colón al paseo de los Areneros (Alberto Aguilera). Entre medias pasaría largas temporadas en Santander, en su casa de “San Quintín”. Por último, y hasta su muerte, se trasladará al “hotelito” del barrio de Argüelles, en la calle Hilarión Eslava.
“A Galdós del pueblo de Madrid”. Así dicen unas letras grandes de imprenta en la fachada de lo que hoy es un bloque de apartamentos.
3.- C/Serrano 8 (en 1870) (Tercera casa)
El día en que el Marqués de Salamanca dijo que Madrid se estaba quedando chico, sin duda estaba pensando en él. Demasiado sucio, demasiado incómodo le parecía ese Madrid donde vivía Galdós en comparación con el boulevard de Saint-Germain, inspirado por el barón Haussmann, que se empezaba a construir en París. Así que, comprado el terreno a las afueras, se puso a edificar en él grandes casas de dos o tres pisos, de amplios ventanales y patio interior ajardinado, e incluso con grandes portones para carruajes de lujo. Las retorcidas líneas del centro se estiraban aquí formando cuadrantes y avenidas. Las letrinas en las cocinas se esconden ahora en estancias privadas. Son casas con comodidades, donde se instalaban calefacciones y agua corriente.
El nuevo barrio de Salamanca (que forma parte del Ensanche, Plan Castro, 1846) ponía así distancia no sólo física con el centro, sino también entre clases sociales. Pero la distancia, que no la social, la solventa enseguida el marqués haciendo construir la primera línea de tranvía española. Las mulas inquietas tiran de un coche de dos pisos que se mueve más ligero por raíles que los ómnibus que hasta ese momento soportaban los desiguales empedrados, una línea que desde la calle Serrano le llevaba directo a Sol y terminaba en Pozas (actual barrio de Argüelles).
Cuando Benito Pérez Galdós se traslada a vivir al nº 8 de esta calle Serrano se siente apesadumbrado y triste. Su hermano mayor acaba de morir en Las Palmas. Es entonces cuando su cuñada convence a las hermanas del escritor para que se vayan todas juntas a vivir a Madrid e instalarse junto a “Benitín”, para que éste deje atrás su vida entre pensiones y cuartos. Desde ahora son ellas las que lo cuidarán, como siempre hizo Carmen, su hermana mayor, que fue como una madre en la casa familiar del barrio de Triana, en Gran Canaria, donde creció el escritor. Ellas se ocuparan de lo prosaico, asistiéndolo, para que él se dediqué de lleno a la prosa. Y será precisamente su cuñada Magdalena la que financia la publicación de su primera novela: La Fontana de Oro.
El asesinato de Prim, el desencanto que le produjo el Sexenio Democrático (el fin de la Primera República) y el giro conservador de Cánovas… todo esto hizo que, durante los primeros años de la restauración, Galdós se concentrará más en su creación literaria y reflejara ese desencanto en ellas. También en sus artículos. Durante estos años será nombrado director de El Debate, y de la revista España.
Pitillo tras pitillo, paseo tras paseo, también llegará la publicación de La sombra (1870), El audaz (1871), y desarrollará el germen, tras sus estancias veraniegas en Santander, de sus Episodios nacionales, con la publicación del primero en 1873: Trafalgar.
4.- Casa en plaza de Colón nº 2 (1876- 1897 aprox.)
“Siga el lenguaje de los bobos llamando paz a lo que en realidad es consunción y acabamiento”. Así escribiría después Galdós, en el episodio nacional Cánovas, el pesimismo que definía estos tiempos que llamaba bobos.
Con Alfonso XII en el trono, la nueva constitución recién estrenada, las guerras carlistas sofocadas, la Paz de Zanjón firmada (1878) y los dos partidos, Conservador y Liberal, Cánovas y Sagasta, pasándose el turno, Galdós pisará el acelerador de su creación literaria en su nuevo y lujoso piso de la plaza de Colón. En el nº 2, tercero izquierda, exactamente.
Son doce las novelas que escribe en su iluminado escritorio desde el que contempla la plaza, la Casa de la Moneda, la Biblioteca Nacional y la recién inaugurada estatua de Colón. Y entre estas doce su Fortunata y Jacinta, donde convergen los barrios y las calles de Madrid, los laberintos, las amistades, la trasgresión, y por supuesto las casas: esas estancias que hablan del personaje donde vive su aislamiento o su promiscuidad, personajes que no paran de deshacer y reconstruir sus casas, a la vez que lo hace el mismo escritor.
Esa necesidad de cambio de inmueble sea tal vez la necesidad de búsqueda y la búsqueda del espacio. No debe de ser barato el nuevo piso; sin embargo Galdós se va quejando continuamente de la falta de ingresos, o tal vez sienta que estos están descompensados en relación a lo que produce, como le confesaría a Mesonero Romanos.
La Editorial Obras de Pérez Galdós, que años más tarde fundaría (en 1897) el propio escritor, surge, precisamente, de esa disconformidad que siempre le acompaña, en concreto de un pleito con su entonces editor Honorio Cámara (en juego está La Fontana de Oro y una falsa edición).
Clave para aportar el dinero a la familia es, de nuevo, su cuñada, su “madrina” Magdalena. Ella también le dará, más adelante, las 50.000 pesetas necesarias para una edición con ilustraciones de los personajes y escenas de los veinte primeros Episodios nacionales.
El piso de Colón es de techos altos y espaciosos. De tonos rosados y blancos. Con una escalera amplia y con cristales de colores, una hermosa casa burguesa rodeada de verdor:
“ En el tercer piso llamas a una puerta, y por la mirilla preguntan quién es; das el nombre… y una criadita, que al visitante le parece una provinciana de su país, franquea el paso. Te introducen en un recibidor amueblado modestamente; muebles tapizados, algunos grabados en color, imitando óleos. Inmediatamente aparece Galdós, un hombre alto, delgado, que parece mucho más joven de los 39 años que tiene. Una cara de color muy atezado, pelo, corto, cortísimo, un bigotillo… Sus ojos oscuros brillan con inteligencia y buen natural”
…según cuenta Isaac Pavlovsky (*1), amigo de Emila Pardo Bazán, después de visitar a Galdós.
A Emilia el escritor ruso la describe como una mujer regordeta, muy morena, incorregible, disputadora y habladora…Se han conocido en París e inician su amistad impetuosa, de encuentros y desavenencias, tal vez de romance. La verdad es que doña Emilia es una mujer contundente que sobresale del molde de su época y de su tiempo, y así lo viviría después Galdós, con la que mantuvo un relación amorosa clandestina, apasionada pero intermitente, entre estaciones de idas y de vueltas, también de celos, deslealtades y relaciones paralelas (a la vez la escritora mantuvo un idilio con Lázaro Galdeano) que al principio sostuvo la pasión, y en la que finalmente cuajó la amistad.
“Pánfilo de mi corazón, rabio también por echarte encima la vista y los brazos y el cuerpote todo. Te aplastaré. Después hablaremos tan dulcemente de literatura y de la Academia y de tonterías. ¡Pero antes te morderé un carrillito!», como le dice ella a él en la correspondencia que mantuvieron. El escritor profesó admiración por Emilia, también como escritora. Su relación empezó con esta misiva en 1881: “Señora y distinguida amiga: hace tiempo que pensaba escribir a V. felicitándola por los admirables artículos…Ha dicho cosas tan verdaderas, hermosas y oportunas […]. Soy de los primeros más vehementes admiradores de sus escritos. Pero no cuajó en una sociedad machista que sin embargo no la permitió su entrada en la RAE, algo que finalmente sí sucedió con Benito Pérez Galdós en 1889.
Pero al escritor “tímido”, que hacía pajaritas de papel, reservado a la hora de contar su propia vida si no era a través de lo que se puede intuir en sus relatos, apuntó en los personajes femeninos de sus novelas una lista de las mujeres que fue conociendo a lo largo de su vida: María Dolores, la novicia; Sistia, la prima cubana; Luisa García, la empleada de su segunda pensión en la Calle de los Olivos; Juanita Lund Ugarte, de 18 años, la hija del pastor protestante de Cantabria que inspira el personaje femenino de Gloria; Lorenza Cobián, a la que enseñó a leer y a escribir, que conoció en Santander, a la que puso casa en Madrid y que ahorcándose puso fin a su vida (fruto de esta relación nace María, en 1891); la bella pero inestable actriz Concha Morell, con la que frecuenta “el Palomar” (el cuartito en el barrio de Arguelles, en el número 17 de la calle de Buen Suceso); la actriz, que entonces tiene 24 años, María Guerrero; la actriz Concha Catalá, a la que escribía misivas casi ya ciego; y finalmente Teodosia Gandaria, aunque no dejó de acariciar otras manos como las de sus Margaritas: Nelken y Xirgu…
En este piso de Colón tal vez pudiera imaginarse un escritor confinado, privándose de algunos de esos paseos diarios que tanto le gustaba darse, cuando en 1885 una segunda oleada de cólera se extienda por Madrid. Galdós describirá el ambiente de miedo y desconcierto donde se buscan los remedios caseros, las friegas o las infusiones, donde describe la degradación de la enfermedad en los barrios más pobres, o el histerismo de los ricos, mientras todos se tapan la boca o cierran las ventanas por no saber por dónde entra la peste. Y así será la situación hasta que llegue la vacuna de Jaime Ferrán, al que al parecer el escritor también entrevista.
El cólera no, pero sí la tuberculosis se acaba llevando en esta oleada a Alfonso XII, tras su famosa visita a los enfermos en Aranjuez, a la edad de 27 años. De todo ello da cuenta en sus obras inéditas (Cronicón 1883-1886) Galdós el cronista, una vez más, el periodista.
Gracias a su nombramiento de diputado, en el gobierno de Sagasta, será también uno de los casi 200 hombres, entre altos cargos y autoridades, que esperen el 17 de mayo de 1886 al lado de las habitaciones reales a la parturienta reina Mª Cristina para que dé a luz al heredero. He aquí el niño (la Camarera mayor de la reina lleva una bandeja de oro en el que reposa el pequeño en un cojín de rojo terciopelo). Entonces descubren el lienzo que lo cubre y dejan ver su sexo. Y al comprobar que es un varón todos aclaman: “Viva el Rey”.
5.- Casa de Areneros n º46 (Alberto Aguilera) 1897-1911 y 6.- Casa de Hilarión Eslava, desde 1911 hasta su muerte en 1920
En esta etapa publica Realidad, Torquemada en la hoguera, pero se va a deshacer la Incógnita y por fin será nombrado Académico, el mismo año que su amigo Clarín le dedica una biografía. Aunque pasarán casi ocho años hasta que pronuncie su discurso de ingreso en la RAE, que calará hasta nuestros días con una frase: «La sociedad presente como materia novelable». El atentado terrorista en Barcelona en la procesión del Corpus, los juicios militares que siguieron después y el asesinato de Cánovas… trascurren casi paralelos a su discurso donde pone, justamente, el énfasis en los tiempos convulsos como fuente de la literatura. [*2]
“Y concluyo diciendo que el presente estado social, con toda la confusión y nerviosas inquietudes, no ha sido estéril para la novela en España”. [*3]
Paralelamente, su vida personal cambia de escenario, ya que la familia afronta una nueva mudanza, pero todavía no será la última, pues antes de ocupar el hotelito que su sobrino construye en la calle Hilarión Eslava, pasará unos años cerca, en la calle Areneros, en una casa con jardincito, en un barrio cómodo pero mucho más modesto y apagado…
Nada comparable con el brillo de París, donde acude en 1904 al Théâtre de la Porte Saint Martín para el estreno de Electra. El éxito llegará a los oídos del embajador de España en esa ciudad, y esto dará pie, como mediador, a que suceda esa jugosa conversación que, a modo de entrevista, mantiene el escritor con Isabel II, a la que describe como una señora ya anciana que lo recibe enfundada en un elegante traje de azul terciopelo.
El niño Alfonso XIII ya ha crecido para entonces, un poco, y han pasado ya dos años desde su coronación. Sagasta ha muerto y a Echegaray le han concedido el premio Nobel, algo que nunca conseguirá Galdós. La Semana Trágica de Barcelona y el gobierno y asesinato de Canalejas (1910) coincidirá con la publicación por parte de Galdós de su último episodio nacional: Cánovas.
La casa que edifica Juan Hurtado de Mendoza, su sobrino, está terminada. Una construcción de estilo mudéjar con almenas y celosías de dos plantas y azotea. Será éste el último inmueble que acoge a Galdós, que atraviesa de nuevo dificultades económicas. De entre muchos amigos que entran y salen de Hilarión Eslava se encuentra su amigo el doctor Gregorio Marañón. Sus visitas empezarán a ser más frecuentes a medida que la salud de Galdós empeore: dolores de cabeza, dolencias estomacales, pero principalmente problemas en sus ojos y falta de visión. La ceguera incipiente, tras el fracaso de la primera operación de cataratas, hunde también su ánimo, viéndose a sí mismo al final de su vida y de su producción literaria. Sin embargo el éxito de la segunda intervención, en el otro ojo, le hace salir del “oscurantismo”, como él mismo ironiza con su situación… Dicta sus escritos y organiza tertulias y encuentros en la casa. Estrena obras de teatro, y todavía le dará tiempo a publicar una última novela, La razón de la sinrazón (1915), e incluso tendrá fuerzas para dictar sus Memorias un desmemoriado (1916).
Galdós lleva hasta el límite su afán por seguir bebiendo de las calles y participar en la vida pública, como siempre le ha gustado hacer. Era frecuente verlo en manifestaciones. Ahora firmará en 1917 junto a otros amigos, escritores y políticos el Manifiesto de la Liga Antigermánica de España. Y, como último acto público, asistirá, ya ciego, para ver sólo con sus manos la blanca escultura que se descubre en su honor en el parque del Retiro mientras escucha como fondo las notas de la banda municipal interpretando «Cádiz» (basada en su Episodio nacional).
Morirá un año después, el 4 de enero, en su casa y en su cama, una madrugada de carácter frío oliendo a invierno. Y de haber visto su multitudinario cortejo fúnebre, en un landó tirado por seis caballos negros, al ritmo de «El ocaso de los dioses” hubiera besado la mejilla de la Xirgu, deshecha por el llanto, despidiendo al personaje que en vez de abogado quiso ser escritor.
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*[1] Isaac Pavlovsky (Rusia 1853). Nihilista. En su libro de viajes, a través de Ortiz Armengol
*[2] Periodo en el que empieza a germinar lo que llamarán la Edad de plata en literatura. Hay que anotar que para Galdós es un periodo significativo y fructífero en cuanto a la literatura, y más de una vez se mostrará critico con el llamado “Siglo de las Luces”, que en ocasiones define como: «Siglo de transición en política, en arte, en literatura, en costumbres, que se presenta como período de marasmo y debilidad, que sólo inspira lástima». *O.C. tm. VI, p 1453 (a través de Biblioteca Galdosiana). Aunque también comprenderá “que hay una repulsión infundada a todo lo acontecido en España desde 1680 hasta el presente. No reconocemos en nuestros abuelos a los hombres de aquella España cuya grandeza estudiamos de niños…” (del ensayo de Sebastián de la Nuez sobre Galdós y la ilustración).
*[3] Fragmento de su discurso en la RAE, 7 de febrero de 1897.
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