Alberto Olmos,que hace unos meses publicó una recopilación de artículos, reflexiona sobre la paternidad en su última novela, Irene y el aire.
Vivió en Japón, no le gustaría que un edificio llevara su nombre y quedó finalista del Premio Herralde cuando Roberto Bolaño ganó. A Alberto Olmos (Segovia, 1975), autor de A bordo del naufragio y Trenes hacia Tokio, le precede una «mala fama» que adorna su nombre de autor y que sólo es fruto de su querencia por buscar verdades, decir lo que piensa, aplicar el sentido común y una inclinación casi inevitable hacia la ironía que asoma instintivamente cuando se sienta en una mesa a escribir. Una debilidad que reluce hasta en el título de la última recopilación de artículos que ha publicado: Cuando el Vips era la mejor librería del mundo (Círculo de tiza). El escritor regresa estos días en su vertiente de novelista con Irene y el aire (Seix Barral), una obra cargada de reflexiones y no exenta de humor, que aborda las distintas esquinas de la paternidad.
—Es una novela autobiográfica. ¿Está provocando a los escritores de autoficción?
—La autoficción se ha desvirtuado. Esos relatos del yo son autocomplacientes, para promocionarse. El género de autoficción se ha prostituido en la literatura española. Hasta ahora la actividad de ciertos autores, más o menos rastrera, era hacer la pelota a uno y a otro. Pero la autoficción ha invadido el texto, y ahora se introduce en el libro a los amigos, y sirve también para darse aires y autobombo. Me parece espantoso. Por lo que sea, algunos venden… Pero en la autobiografía no existe falsificación de identidades. Yo no tengo interés en pasarme a esa moda. Y si no me ocurre nada más, no volveré a escribir sobre mí mismo. Este es el libro que más veces he repasado, y en ocasiones me preguntaba: «¿A quién le importa esto?». Hay pasajes que he eliminado, recortado o reducido a elipsis, porque me decía: «¿Le puede interesar esto a un lector?».
—Lo has escrito eliminando frases, párrafos.
—Todos mis libros tienen una trama, pero si hablas de ti mismo, puedes contar que ves la tele, que visitas a tus padres, lo que sea… Lo que he hecho es no hablar de mí como autor. Lo eliminé. Está todo lo que es el embarazo y la situación social que lo rodea. Y todo en perspectiva, con el propósito de contar algo tan delicado como ser padre, con momentos graciosos, por supuesto, y sus avatares.
—¿Cómo se decide qué es lo más importante en un libro?
—Si te vas al cine y, por ejemplo, ves una película de Fellini, o de Sorrentino —que sigue sus pasos, aunque él no tiene ni idea de lo que es un guión y lo que hace es una sucesión de escenas que al final, por lo que sea, resultan una buena peli— te das cuenta de que el guión es una técnica. Lo mismo sucede con los «best seller». Las editoriales los corrigen. Saben que unos personajes tienen peso y otros no, y que existen giros… pero en los escritores de perfiles literarios, los que somos esa clase de autores, no tenemos ni idea de contar historias. Arturo Pérez-Reverte, por ejemplo, tiene una idea mucho más exacta de eso. Pero otros autores se ponen escribir y se dejan llevar. La prosa ahoga el relato. No aparecen tantos acontecimientos. Esa es la explicación de que muchas novelas brillantes no se adapten bien al cine. Pero si me hace esta pregunta, yo no tengo ni idea. Existe algo que es muy intuitivo.
—«La parternidad implica que alguien tiene que morir…». Es una frase de su libro.
—Forma parte de la reescritura. Aporta más voltaje al libro. Me gustaba. Luego la quité, después la puse… Me gusta por la oscuridad que da al texto. Una explicación mortal de la paternidad. Cuando las parejas descubren que van a tener un niño, se siente vértigo, miedo. Por la literatura de la procreación comprendes que los bebés se pierden, porque se puede perder, no a los dos o tres meses, sino también a los cinco o los seis. Existen miles de revisiones, se hacen pruebas, hay gráficas que no van bien, y de repente te das cuenta de que tu propósito de tener un niño tiene una cara B, que es la muerte. Puede suceder en el parto o se puede caer de tus brazos… La cuestión que se te plantea es que tienes una iluminación heroica: lo mejor que te puede pasar es morir antes que tus hijos. Es lo natural, pero cuando lo tienes se produce inmediatamente una relación. Se establece un vínculo: yo voy antes, uno tiene que perder al otro. Es lo que deseas, porque es lo que debe suceder de forma natural.
—Embarazo es el fin de la fiesta de la juventud. Supone la llegada de la madurez.
—Desde luego. La vida avanza y puedes conocer nuevas realidades. Pero ser padre es pasar de pantalla. Puede haber circunstancias sociales que te permitan una vida como la de antes, que seas multimillonario y te cuiden a los hijos, pero la gente humilde que tiene dos o tres hijos no puede. Todas sus expansiones egoístas se reducen a cero. Desde 2016, con Irene, mi segundo hijo, apenas tengo tiempo más que para cumplir con el trabajo, la familia y algunos amigos puntuales. Sé de padres que salen, pero no sé cómo se organizan. Es cierto que desde ese momento, cuando ves la tele o Twitter, todas esas preocupaciones de identidad sexual, las drogas, los tatuajes y el sexo me parecen adolescentes. Todo lo que no es tener un hijo me parece la adolescencia. Este tiempo es el del egoísmo y la egolatría desatada. Cuando me quedé solo este verano me fascinó, porque pude trabajar en mi libro, ver cine, levantarme a la hora que deseaba… El paraíso. Son cosas muy fascinantes, pero la verdad es que cuando tienes un bebé lo tienes que cuidar. Su vida es tu responsabilidad durante las 24 horas al día, hasta que cumplan 18 años y se vayan. Pero mientras, todos los días tienen que comer, que no se caigan, no los atropellen, no les pase nada… Se acabó eso de que me voy a tomar un vino porque estoy deprimido. Tienes una responsabilidad.
—¿Cómo ha afectado eso a la literatura?
—La literatura ha dejado de ser importante para mí. Yo vivía en la adolescencia de no tener un hijo. Eso de ser el mejor de todos los tiempos, al tener vidas a tu cargo se convierte en gilipolleces. Tengo una práctica literaria exigente, pero no tengo interés de si me llaman de un festival o si me reseñan… Así voy. Lo que sí me ha pasado es que al tener hijos algunas querencias narrativas han dejado de serlo. Esos libros con tacos, sexo, pues no me apetecen. Como autor, no me veo escribiendo: «Comí el coño a esa zorra». Aparte, los libros no son un generador particular de emociones; lo que genera emociones es el cine. La imagen de un niño muerto en la playa impacta, pero siendo padre es que no la puedes soportar. Podría disfrutar con la violencia cuando no era padre, pero ahora en Hollywood se han dado cuenta de que empatizas con esas películas en que los padres tienen que recuperar a sus hijas secuestradas. Compras ese rancho. Miguel Vilas decía que cuando eres padre de un niño lo eres de todos. Te preocupas por cada uno de ellos. Es un cambio de sensibilidad.
—¿Qué es lo más ridículo que se puede llegar a hacer el hombre durante el embarazo, un tiempo en el que la mujer tiene el peso principal?
—Cuando nacen los niños en los hospitales públicos la madre y el niño están en observación y el padre se queda en la habitación y duerme en el suelo. Es lo más ridículo, porque tampoco es difícil poner un sofá abatible. Yo acumulé mantas y dormí ahí tirado. No te quejas porque estás en un momento de gloria, pero eso no quita para que estés en el suelo. Y por supuesto, no te dan de comer. Eres como un perro invisible. Otra cosa curiosa es que ves a muchas mujeres embarazadas.
—El libro tiene un tono humorístico o irónico en algunos temas. ¿Cuál es la función del humor?
—No tengo interés en ser gracioso en una charla, pero por lo que sea, sobre todo al escribir, me sale un tono irónico, amable. En mi caso, estoy influido por los monólogos de Estados Unidos. Siempre me ha gustado el pensamiento no tanto como verdad sino como juego. Al dejarte llevar por lo políticamente incorrecto puedes hacer un texto divertido. Por ejemplo, mi libro de artículos periodísticos: «El Vips es la mejor librería del mundo»… lo lógico es decir alguna librería como Tipos Infames, pero sería un tópico. A veces hay que trabajar en dirección contraria. Entonces empiezas a tirar de esa afirmación, y de algo que no crees comienzas a hilar frases cargadas de humor. Ahora hay mucha gente que no sabe si voy en broma o en serio, si es ironía o si es cierto que me ha gustado su libro. Pero este humor me sale solo.
—Y también sirve para decir grandes verdades, lo que trae mala fama.
—En este tiempo, en España, la honradez es una cualidad penalizada. En el mundo editorial existe un montón de gente manejando dinero, premios, con todo ese circo de contactos y amigos publicando reseñas. Eso no puedo tomarlo en serio. Eso no va a ningún lado. No es que te hayas creado mala fama por algo malo que has hecho, es que estás saboteando el sistema entero. Hay quien apunta que no existe nadie mejor en política que esta gente. No es verdad, es que los buenos se quedaron en el camino porque eran honrados y buenos. Es imposible ganar en un juego cuando se hacen trampas. Por poner un ejemplo: esta obsesión del feminismo porque no se ha dado a las mujeres el Premio Cervantes, el Nobel… Estos premios no importan nadie, son una mierda. El Premio Nacional es un capricho de unos tipos que se juntan y por motivos no siempre muy limpios gana una mujer o cualquier otro. Me gusta decir las cosas. En el mundo editorial no se critican todos los libros. Yo lo digo porque si no, me parece que es estar autoengañados. Y me parece una estupidez. Lo mismo me pasa con Podemos. Escribo sobre ellos: si esto es una izquierda chapucera, llena de popes, de iletrados y malas prácticas me da igual decirlo, y entonces tienes mala fama y te tildan de facha.
—Enseguida se enmarca a alguien en la izquierda o la derecha, cuando a lo mejor simplemente se procura tener un poco de lógica y sentido común.
—Ni siquiera es cuestión de que sea verdad. Pues si yo pienso así, es así. Es como si una mujer asegura que en el franquismo se vivía mejor. Bueno, ¿qué pasa? Enseguida se la critica por si es una defensa de los dictadores o lo que sea… Yo estoy a favor de lo que dijo en una entrevista Estrella de David, que aseguraba estar a favor de la libertad total de expresión. Si dices que Franco es maravilloso, pues la gente te mirará mal y nadie te leerá… Sin embargo, nos obsesiona que no se pueda decir. Todo el mundo debería poder decir lo que piensa, pero ahora estamos en una defensa numantina para que Juan Manuel de Prada o Hermann Tertsch puedan decir lo que les dé la gana. Que cada uno opine lo que quiera. Pero estamos en un momento en que se asegura que esto no se puede decir, y si no, se te va a linchar.
—Y ahí está lo políticamente correcto.
—Loquillo no puede cantar las letras de algunas canciones. Es absurdo. Eso es no entender el hecho deliberativo y artístico. Ahora una autoridad se permite coartar una serie de opiniones desde el punto de vista de lo políticamente incorrecto. Estamos en manos de una ministra con una capacidad intelectual y una formación cultural que no es la más deslumbrante del siglo XXI. Vamos, que no tiene ni idea de cómo funciona el idioma. Pero estamos con «otros» y «otras», «ciudadanos» y «ciudadanas», pero cuando llegas a «corruptos» y «corruptas» se desequilibra el lenguaje. Puedes desdoblar el género en todo lo que es positivo y neutro, pero no en «asesinos». No puedes poner «y asesinas». Estamos en manos mediocres.
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