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"Vasili Grossman y el siglo soviético", de Alexandra Popoff - Zenda
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«Vasili Grossman y el siglo soviético», de Alexandra Popoff

La editorial Crítica publica la biografía definitiva de Vasili Grossman, el autor de Vida y destino, que fue incautado por el KGB. El libro, escrito por la experiodista y biógrafa rusa Alexandra Popoff, lleva por título Vassili Grossman y el siglo soviético. Zenda publica su introducción. *** La novela de Grossman se abre con una imagen de...

La editorial Crítica publica la biografía definitiva de Vasili Grossman, el autor de Vida y destino, que fue incautado por el KGB. El libro, escrito por la experiodista y biógrafa rusa Alexandra Popoff, lleva por título Vassili Grossman y el siglo soviético.

Zenda publica su introducción.

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Vasili Grossman empezó Vida y destino, una potente novela antitotalitaria, cuando Stalin aún vivía. En esas fechas no había posibilidad de publicarla. Pero tras la muerte del dictador, cuando el régimen admitió algunas medias verdades sobre los crímenes de Stalin, hubo un atisbo de esperanza. Aunque sabía que el estado represivo no había cambiado en lo esencial y seguía controlado por los estalinistas, sin embargo Grossman tomó la valiente decisión de dar a la imprenta su testimonio sobre el siglo soviético y el estalinismo. Fue el primer gran intento de resucitar tanto la verdad histórica como los nombres de aquellas personas que el régimen había matado y eliminado de los archivos. En Vida y destino Grossman sometió a juicio al estalinismo, yuxtaponiendo los crímenes contra la humanidad que los soviéticos perpetraron con los cometidos por los nazis. En 1960, dos años antes de que el mundo conociera la experiencia de Solzhenitsyn en el Gulag, Grossman completó su denuncia de las dos dictaduras y los sistemas de esclavitud que fundaron. Decidirse a intentar publicarla en la URSS fue un desafío de extremada valentía.

La novela de Grossman se abre con una imagen de la estructura urbana de los campos de concentración de la Europa del siglo XX: un mundo de calles largas y rectas, con una sucesión de barracones idénticos donde la individualidad se borra: decenas de miles de personas comparten el mismo destino. Tanto si viven y mueren en un campo nazi como en las heladas estepas del Extremo Oriente de Rusia, a esas personas se las trata como a muertos vivientes.

Tras comparar el Gulag con el Holocausto, Grossman narró la historia de toda su generación, que había vivido dos dictaduras gemelas y la segunda guerra mundial. Quería que la Rusia posestalinista afrontara el pasado igual que había hecho Alemania después del nazismo. Grossman estaba preparado para luchar por una causa justa, pero un editor informó al respecto al KGB. La policía secreta no arrestó al autor pero sí le secuestró la novela: un castigo aún peor.

En febrero de 1961 el KGB registró el apartamento de Grossman y las oficinas de la editorial a la que había enviado Vida y destino y se incautó de todos los borradores y las copias mecanografiadas. Al escritor se le dijo que su libro resultaba más peligroso para el estado Soviético que el Doctor Zhivago de Pasternak y «si en algún momento cabe la posibilidad de que vea la luz no será antes de, pongamos, unos dos cientos cincuenta años». La voz principal de la ideología soviética, Mijaíl Súslov, comparó el potencial explosivo de la obra de Grossman con una bomba nuclear, admitiendo con ello que su revelación de hechos históricos ponía en peligro un régimen levantado sobre engaños.

Al apelar ante el gobierno soviético, Grossman escribió: «No hay lógica ni verdad en la condición presente, en que yo esté materialmente en libertad cuando el libro al que he dado mi vida está en prisión. Como yo lo he escrito, no he renunciado a él y no renuncio […] pido que mi libro quede en libertad». Sin embargo, el régimen suprimió la verdad —y la novela de Grossman— tanto tiempo como pudo. El estado Soviético —con «su pesada masa de millones de toneladas», en palabras del propio Grossman— logró destruirle físicamente: el autor falleció de resultas de un cáncer, en 1964, tres años después de que le confiscaran la novela, sin llegar a saber si Vida y destino podría ver la luz algún día. Se creía que la novela se había perdido o quemado. Pero en 1980, de pronto, Vida y destino apareció en Occidente. Unos amigos de Grossman la habían preservado, microfilmado y pasado clandestinamente. Desde Lausana, se publicó en toda Europa (donde se convirtió en un superventas), en Estados Unidos y por fin —en 1988, bajo el gobierno de Mijaíl Gorbachov— se imprimió también en la URSS.

Grossman no llegó a conocer la valoración de sus lectores. Por otro lado, desde que se le confiscó Vida y destino, se convirtió en un autor proscrito: durante casi tres décadas, la prensa soviética no mencionó su nombre. Mucho antes, en cambio, había sido un autor célebre: durante la segunda guerra mundial informó sobre las grandes batallas, desde Moscú a Stalingrado y Berlín; tanto sus artículos como sus obras de ficción contaban con muchos lectores. A finales de la década de 1940 había vendido más de ocho millones de ejemplares en la URSS y se le conocía también en el extranjero. En Occidente aún se le recuerda como corresponsal de guerra soviético, autor de un famoso artículo de 1944: «El infierno de Treblinka».

«El infierno de Treblinka» —que es uno de los primeros reportajes sobre el Holocausto— se utilizó como prueba en Núremberg. Todavía sorprende al lector por la claridad del análisis, la descripción de un genocidio sin precedentes y su potencia emocional. En esta obra, que de hecho se anticipa a los juicios de Núremberg, Grossman presenta las pruebas «ante la conciencia del mundo, ante los ojos de la humanidad». El autor, cuando pensaba en el público, siempre se había dirigido a la humanidad en su conjunto. No a la humanidad entendida como una idea abstracta, sin embargo; poseía una capacidad sin igual para describir las experiencias de millones de personas sin que se perdiera el carácter individual.

Al ser judío y haber perdido a su madre en su Berdíchev natal (en Ucrania), asesinada por los nazis, Grossman sintió con suma intensidad las calamidades del siglo XX. Su madre había perecido en septiembre de 1941, durante una de las primeras masacres de judíos en los territorios ocupados a la Unión Soviética. Este destino constituyó el pilar de la motivación vital de Grossman. Lo llevó a destacar como uno de los primeros cronistas del Holocausto y explica la determinación con la que se esforzó por contar toda la verdad sobre el mal global que trajeron consigo los regímenes totalitarios del siglo XX.

En 1943, en el artículo «Ucrania sin judíos» (que en vida del autor no llegó a ver la luz en Rusia), Grossman ya dilucidó el significado de la «Solución Final», que describe como el asesinato de una nación en cuerpo y alma. Aquel mismo año participa en una empresa única, la recopilación y edición colectiva de noticias que documenten el Holocausto menos conocido: el que se produjo en territorio soviético. El compendio resultante, El libro negro sobre el exterminio de los judíos, al que Grossman también aportó artículos originales, se prohibió en 1948, cuando Stalin inició una colosal campaña antisemita. Se ordenó destruir todos los ejemplares y todas las planchas de impresión. Durante el «pogromo secreto» de Stalin se detuvo a varios miembros del Comité Antifascista Judío que habían contribuido a que El libro negro viera la luz; se les juzgó en secreto como «nacionalistas judíos» y se les ejecutó. Por todo el país se expulsó a los judíos de las posiciones de autoridad y se hicieron preparativos para deportarlos en masa. La purga solo se interrumpió por la muerte de Stalin, en 1953, según narra el propio Grossman en su novela final, Todo fluye.

Así pues, Grossman sufrió el antisemitismo por duplicado: durante la guerra, con los nazis, y de nuevo en la Unión Soviética. Los estalinistas solían referirse a los judíos como «cosmopolitas desarraigados», con un sintagma recurrente en toda la prensa soviética de la época. Cabe imaginar qué sentiría Grossman durante la campaña que se desató en su propio país, una vez concluida la guerra contra el fascismo, contra las personas de etnia judía. Pero aunque la comparación que se establece en Vida y destino entre el estalinismo y el nazismo derivaba de la realidad, él fue el único que, en la URSS, tuvo el coraje de plantearla.

Pese a las diferencias ideológicas —de raza y de clase—, estos dos sistemas totalitarios se asemejaban en su completa falta de humanidad, en el rechazo a la noción fundamental de que toda vida humana individual es valiosa. Así, el mero hecho de pertenecer a una «raza inferior» en la Alemania nazi o una «clase inferior» en la URSS sellaba el propio destino. Como apunta Grossman en Vida y destino, el régimen estalinista identificaba a los enemigos de clase por medio de «el método estadístico»: «Había más probabilidades de encontrar al enemigo entre las gentes que no pertenecían a la clase de los trabajadores que entre las de origen proletario. Pero también los nazis, apoyándose en el mismo tipo de probabilidad, exterminaban pueblos, naciones. Era un principio inhumano […] Solo había una manera aceptable de relacionarse con la gente: la humana».

La guerra y el Holocausto abrieron los ojos de Grossman a la inhumanidad de los sistemas totalitarios. En 1946, en el artículo «En memoria de los caídos», escribió que los millones de muertos de la segunda guerra mundial no bastan para disminuir el valor de una sola vida: «No hay nada más precioso que la vida humana; su pérdida es definitiva e insustituible». Instó a los escritores soviéticos a seguir los pasos de otros predecesores literarios como Tolstói y Chéjov, abogando por «los derechos humanos esenciales y sagrados: el derecho de toda persona a vivir en nuestro planeta, a pensar y a ser libre». Todas y cada una de las palabras de ese artículo se dirigían contra el régimen estalinista, que consideraba que el estado era crucial y el pueblo, prescindible.

Tras la guerra, Grossman se encontró con que la URSS consideraba como un estricto tabú todos sus temas. Se tenía a sí mismo por un cronista de lo que ocurría y defendía que (en palabras de su artículo sobre Treblinka) el deber de todo escritor era «contar la terrible verdad». La verdad sobre la guerra, en cambio, no se podía contar: los estalinistas habían creado su propia versión de los hechos, un relato victorioso que omitía el carácter devastador de las bajas sufridas. La prensa soviética debía guardar silencio sobre una extensa serie de cuestiones —desde el sufrimiento de los judíos durante la guerra a las descomunales purgas de Stalin, el genocidio de los campesinos o la hambruna, debida a decisiones humanas— que afectaban a decenas de millones de habitantes de la Unión Soviética. En su defensa de la libertad y la verdad histórica, Grossman batallaba contra el olvido y, al mismo tiempo, contra el poder totalitario.

En 1952, después de tres años de tira y afloja con editores soviéticos, logró publicar una versión censurada de la novela Por una causa justa. Se trataba de la primera parte de Vida y destino. Con una estructura que se inspiraba en Guerra y paz de Tolstói, en la que la narración alternaba entre los hechos globales y las escenas particulares, pretendía mostrar cómo había cambiado el mundo en los últimos cien años. Los retratos de Mussolini y Hitler, la precisa descripción de la guerra desde el campo de batalla y el tema judío —que coincidía con el apogeo de la campaña de Stalin contra los «cosmopolitas desarraigados»— carecían de precedentes entre los escritores soviéticos. El protagonista principal de la novela es un físico judío, Víktor Shtrum, que trabaja en el proyecto atómico de la URSS. Grossman se vio obligado a introducir muchos cambios, pero pudo mantener a Shtrum y un breve análisis del Holocausto. En febrero de 1953, un mes antes de que Stalin muriera, la prensa soviética lanzó un ataque coordinado contra Grossman y su novela. Fue un período dramático para el autor, que estuvo a punto de acabar detenido. En la era posestalinista Por una causa justa se convirtió en un clásico de las letras soviéticas en cuyas ediciones posteriores Grossman pudo ir restaurando elementos de la redacción original.

Aunque Grossman vivió siempre, como adulto, en el estado Soviético totalitario, poseía la mentalidad de un hombre del mundo libre. En una de sus primera novelas, de género histórico —Stepán Kolchuguin, que dio a la imprenta antes de la guerra—, el protagonista de Grossman postula que Rusia necesita una larga escuela de democracia, «introducir glásnost [‘transparencia, apertura’]» y «todas las libertades inherentes a una sociedad democrática». Con el paso de los años, el punto de vista de Grossman se fue modificando o, mejor dicho, intensificando. En la última de sus novelas —la más radicalmente antitotalitaria, Todo fluye, escrita tras la confiscación de Vida y destino— declara que «no hay en el mundo objetivo por el cual se pueda sacrificar la libertad del hombre».

Durante sus últimos años, Grossman vivió vigilado por el KGB; aun así se esforzó en completar su testimonio sobre el siglo soviético. En Todo fluye investiga cómo el Estado Popular, fundado sobre los principios de la libertad y la igualdad de derechos, se transformó en una de las dictaduras más sangrientas del mundo. Según se afirma en esta novela, para los bolcheviques «estaba claro que un nuevo mundo se construía para el pueblo», pero «no les preocupaba que los principales obstáculos que se oponían a la construcción de aquel mundo nuevo se encontraran en el mismo pueblo» La acusación más severa contra el régimen la plantea una mujer que había sido testigo de la colectivización de Stalin y la Hambruna del Terror.

La capacitación de Grossman fue de una diversidad inusual en un escritor. Tras una formación científica, trabajó durante un tiempo como ingeniero químico en las minas de carbón del Dombás (la cuenca del río Donets). Esta educación y experiencia laboral resultó beneficiosa para su arte. Como científico era capaz de emprender un análisis desapasionado; como artista manejó una emoción profunda y una imaginación extraordinaria. La suma de estas dos facetas de su personalidad y talento le permitió comprender singularmente bien los hechos del siglo XX.

Su fe en la democracia y la igualdad universal era típica de una generación de idealistas que Stalin exterminó casi por completo. El internacionalismo de Grossman —que era genuino, en nada semejante a aquella ideología oficial de la «amistad entre los pueblos soviéticos» con la que se justificó la deportación de pueblos enteros— explica que pudiera describir con la misma solidez el Holocausto, la hambruna de Ucrania y el genocidio de Armenia. La exuberante memoria de su viaje por Armenia, Que el bien os acompañe, quedó inédita en vida del autor porque este se negó a eliminar los pasajes que comparaban los padecimientos de las naciones judía y armenia.

Grossman, criado por una madre discapacitada (sus padres se divorciaron cuando él era un niño de muy corta edad), siempre se mostró sensible al sufrimiento de los más vulnerables. El tema de la madre y el hijo ocupa un lugar destacado en sus obras. Su relato de 1934 «En la ciudad de Berdíchev» —con el que cobró fama de un día para otro— trata de una comisaria que da a luz en Berdíchev durante la guerra civil rusa.

Para Grossman, la maternidad era una fuerza espiritual que nada puede esclavizar, ni siquiera la violencia totalitaria. Su ensayo de 1955 «La Madonna Sixtina» describe el destino de una madre y su hijo en la época del fascismo y el estalinismo. Para el autor, este cuadro de Rafael no solo era una obra perdurable, sino también un símbolo contemporáneo del dolor de la humanidad y la fortaleza imbatible de los seres humanos. El ensayo concluye con las reflexiones de Grossman sobre una humanidad que se adentra en la era de los reactores atómicos y las bombas termonucleares, con la perspectiva de una nueva guerra global.

Como Grossman se convirtió en un autor prohibido, sus grandes obras solo han visto la luz con mucho retraso. A lo largo de los años su legado ha atraído la atención de expertos que estudiaban el totalitarismo, la hambruna de Ucrania, la segunda guerra mundial y el Holocausto. Sus escritos han cobrado reconocimiento como una fuente histórica de primera magnitud, testimonio de las calamidades del siglo XX. El capítulo que Todo fluye dedica a la hambruna fue de especial utilidad al historiador anglo-estadounidense Robert Conquest, que en su libro The Harvest of Sorrow utiliza el material de Grossman con valor fáctico. Para Conquest, la descripción grossmaniana de la hambruna se cuenta entre «los escritos más conmovedores sobre este período». Anne Applebaum también cita Todo fluye como documento histórico en su Hambruna roja: la guerra de Stalin contra Ucrania. Hoy ya resulta habitual hacer referencia a Grossman en los libros de autores occidentales sobre la historia soviética, la segunda guerra mundial y la hambruna de Stalin. Grossman, sin embargo, es mucho menos conocido en la Rusia de Putin, dado el ascenso sostenido tanto de la popularidad de Stalin como del nacionalismo: el mito de la gloria del pasado soviético está reviviendo.

Solo ahora, cuando ha pasado más de medio siglo desde la muerte de Grossman, acaecida en 1964, empezamos a comprender adecuada- mente la vida y el legado del autor. Lo primero que se constata es que su prosa no ha envejecido: las ideas de Grossman son esenciales para entender no solo el pasado totalitario de Rusia, sino su presente autoritario. La genialidad artística de Grossman, la pericia de sus descripciones y la humanidad de su prosa explican que esta aún posea un atractivo perdurable y universal.

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Autora: Alexandra Popoff. Traductor: Gonzalo García. Título: Vassili Grossman y el siglo soviético. Editorial: Crítica. Venta: Todos tus libros, Fnac y Casa del Libro.

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