Charlie Kaufman, el guionista de ¡Olvidate de mí!, Adaptation o Cómo ser John Malkovich, ha hecho del galimatías mental la piedra angular de su obra. Tanto éstas como sus películas posteriores, una vez materializado su salto a la dirección, son un constante pulso consigo mismas, son películas que se piensan y sobre el hecho mismo de pensarse, donde realidad y ficción se fusionan en base a códigos genéricos más o menos conocidos por el espectador.
Estoy pensando en dejarlo, alucinada adaptación de la novela homónima de Iain Reid, lleva al extremo el lenguaje del neoyorquino, no con pocos pesares. Es el precio de adentrarse en territorio desconocido con esta mezcla de terror, comedia y drama (aunque mejor diríamos de (meta)ficción y realidad) cuyos alucinantes bajones de ritmo, sobre todo en la primera mitad, solo son comparables a lo estimulante de sus propuestas una vez éstas cristalizan.
Lo que comienza como un viaje de una joven pareja a la casa en el campo de los padres de él, y el soliloquio en voz en off de ella (Jesse Buckley), a través de la cual averiguamos que “está pensando en dejarlo”, pronto muda sus ropajes genéricos y argumentales hacia preocupaciones muy parejas con el cine de Kaufman. Poco más se puede contar sin caer en el spoiler.
Lo que sí podemos decir es que el autor, como es habitual en él, coquetea por el camino con la comedia romántica, el drama indie y ese elevated horror tan en boga en estos días (la presencia de Toni Collette, vista en ese máximo exponente del género que es Hereditary, no puede ser casual) en una película que, sin embargo, enseguida redirige sus influencias hacia territorio Kaurman, enfatizando lo terrible y lo existencial todavía más que en las anteriores.
Lo malo de Estoy pensando en dejarlo es que tarda horrores en comenzar. Kaufman, en un intento (quizá) innecesariamente desesperado de forzar la duración de las secuencias y desafiar al espectador, prolonga el diálogo hasta la extenuación, ahogando, de paso, el suspense y el ritmo, e incluso esa tradicional melancolía que caracteriza sus obras. Menos mal que, incluso en esos momentos de confusión, Kaufman cuenta a su favor con dos excelentes actores: esos pensamientos persistentes, cíclicos, obsesivos (y tremendamente ambiguos) con los que coquetea el personaje de una espléndida Jesse Buckley nos indican que, efectivamente, aquí todavía queda una pieza fundamental por encajar. Jesse Plemons ocupa voluntariamente un segundo lugar, sabedor de lo que viene después.
El autor mezcla constantes referencias de la cultura popular, como ese toque inicialmente paródico a Robert Zemeckis que luego se revelará fundamental, con la “alta alcurnia”, recurriendo a Wordsworth e incluso a los escritos de la crítico de cine Pauline Kael para realizar una atrevida reflexión que no hubiera necesitado de tantas aclaraciones: la ficción es como un virus que se pega y nos transforma en ella misma. Realidad y relato, recuerdo o invención (y lo que es más importante: ¿de quién?) se hacen inseparables en retrato íntimo concebido como retorno al origen. Al final, en el momento fundamental, es más importante la herencia del brillante director de Forrest Gump que la propia realidad vivida: es el relato que triunfa y forja nuestra realidad; una extraña mezcla de confort y angustia, sueño y pesadilla, para el espectador.
Una vez va aclarándose la naturaleza de la propuesta, Estoy pensando en dejarlo adquiere peso específico y un cierto aire de misterio que la beneficia tremendamente como lo que, al fin y al cabo, realmente es: un relato alucinatorio y crepuscular, un viaje descorazonador a través del tiempo y los recuerdos en el que lo ficticio y lo emocional va cobrando visos de conciencia, realidad vivida.
Es entonces, cuando la película es ya transparente, cuando se demuestra que Kaufman no necesitaba de tantas excusas, y que su escasa confianza en los recursos del cine de terror (o quizá su poco manejo del mismo) ha jugado durante un buen rato en su contra. Es una pena, en tanto la representación del pensamiento, del sueño, temas fundamentales en su obra, se expresan tremendamente bien en esos fenómenos paranormales, de pura casa encantada, animan la segunda mitad del relato, al fin y al cabo un cuento de fantasmas como cualquier otro.
Por eso, es en ese viaje de regreso que ya está claro que es hacia ninguna parte, cuando Estoy pensando en dejarlo deriva en una constante remesa de momentos cumbre, como esa surreal parada en la heladería a diez grados bajo cero en la que Kaufman mezcla lo mundano y lo existencial con tremenda fortuna y en donde, gracias a la labor de sus dos actores, poco importa que el espectador se huela la tostada.
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