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El tribunal - Eduardo Martínez Rico - Zenda
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El tribunal

Según sus culpas son condenados o absueltos, con distintos grados… —Fui concejal en un Ayuntamiento cinco años y cobraba comisiones por licencias de construcción. Gané mucho dinero, pero no conseguí que pasara inadvertido y aquí estoy declarando. —¿Cómo se declara: inocente o culpable? —Culpable. —Un acusado no puede declarar contra sí mismo. —Sé que no...

Un foco ilumina la oscuridad. El suelo es un espejo. Los acusados son interrogados y declaran bajo la luz del foco. Van vestidos prácticamente de etiqueta; de traje azul marino ellos, y con un traje de cóctel ellas.

Según sus culpas son condenados o absueltos, con distintos grados…

—Fui concejal en un Ayuntamiento cinco años y cobraba comisiones por licencias de construcción. Gané mucho dinero, pero no conseguí que pasara inadvertido y aquí estoy declarando.

—¿Cómo se declara: inocente o culpable?

—Culpable.

—Un acusado no puede declarar contra sí mismo.

—Sé que no tiene justificación lo que he hecho, y merezco ser tratado con dureza.

—Le condenamos —responden los megáfonos— a trabajar en la construcción durante cinco años, poniendo ladrillos. Así tendrá tiempo para reflexionar sobre lo que ha hecho.

A unos los llevan al “cielo”, una casa en Ibiza a la orilla del mar, por ser inocentes, leales, nobles… A otros se les condena a elaborar enciclopedias en una prisión, sin luz ni ventanas. A otros a emparejarse para elevar la natalidad y tener muchos niños. Según los delitos, las personas, las investigaciones y las declaraciones, la condena es una u otra.

"La justicia tiene un sentido práctico. No se mata a nadie, no se hiere a nadie… Las condenas buscan un beneficio para la sociedad"

La voz de los jueces sale de unos megáfonos que no se ven por ninguna parte. Son voces de todas las edades, desde niños a ancianos… Esto colabora a la imparcialidad del tribunal.

La justicia tiene un sentido práctico. No se mata a nadie, no se hiere a nadie… Las condenas buscan un beneficio para la sociedad. Tanto los “condenados” como los “absueltos” deben hacer algo en pro de los demás, pero esto se ve más claramente en los condenados.

La Justicia tiene fama de ser siempre justa, de no equivocarse jamás. No es dura, pero tampoco blanda, y sus condenas, según los expertos, son más “psicológicas” que físicas.

Una mujer formaba parte del tribunal y traicionó la confianza que éste puso en ella. La condenaron, como suprema muestra de justicia, a una sentencia basada en sus actuaciones previas. Su delito fue actuar injustamente a sabiendas, haber prevaricado. Los jueces han estudiado su forma de actuar, y de ese análisis han extraído un patrón común. La sentencia resulta la misma que ella habría decretado para una persona que hubiera cometido su mismo delito.

—La condenamos a una sentencia injusta. Deberá estudiar de nuevo toda la carrera de Derecho, todos los temarios de la Oposición, realizar todos los sumarios que realizó y revisar todos los casos en los que trabajó buscando una sentencia justa. La condenamos a ser justa, sin que eso sirva de nada.

El tribunal es inapelable. Al final de sus juicios el foco se apaga, los megáfonos quedan en silencio y una señora de la limpieza, con una linterna, limpia el espejo del suelo.

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Eduardo Martínez Rico

Nació en Madrid en 1976. Se licenció en Filología Hispánica en 1999 por la Universidad Complutense de Madrid, y se doctoró en Filología, por la misma Universidad, en 2002. Es autor de 17 libros publicados, de novela, biografía y ensayo. Entre sus obras se pueden citar las novelas históricas Cid Campeador y Fernando el Católico. El destino del rey, su ensayo La guerra de las galaxias. El mito renovado y su biografía Pedro J. Tinta en las venas. Ha sido profesor del Instituto de Empresa y de la Universidad de Mayores del Colegio Oficial de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras de Madrid (Literatura Española).

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