En España, asumir que la ira es la crisálida inútil de la resignación, si bien no genera beneficios mentales, al menos, a niveles prácticos, ahorra disgustos. Acertarán quienes tilden esta opinión de cínica, derrotista y burguesa: reconozco que, si no tuviera techo o trabajo, si pasara hambre y sed, estaría, como poco, en un calabozo por haber roto algún escaparate. Mas, ¿qué quieren que les diga? Cuando uno pasa un mínimo de siete horas, de lunes a viernes, leyendo y escribiendo sobre las corruptelas, los desmanes y las barrabasadas de los hunos y de los hotros —quien esté libre de pecado, etcétera—, cuando es testigo de la avalancha vertiginosa, desbordante e indigerible de atropellos democráticos que se producen cada maldito día con obscena impunidad y, sobre todo, cuando ve y escucha cómo los representantes públicos patrios hablan al vulgo “en necio para darle gusto” (Lope de Vega), ininterrumpidamente, con chulería y condescendencia, ante el asentimiento manso de éste, cuando no ante la defensa más brava —recuerden: tenemos la patente del “¡Vivan las caenas!”—, o desarrolla una vacuna cerebral y encuentra un refugio íntimo e impermeable, o se vuelve tarumba.
Los alemanes llaman Ohrwurm, cuya traducción literal es “tijereta” —en referencia al insecto Forficula auricularia, no piensen mal—, a las canciones que se te meten en la chola, la okupan durante largo rato y tardan en largarse de la mente. Así, durante estos días saharianos de improperios políticos, escándalos presuntamente criminales y rebrotes controlados —permítanme desconfiar—, mi Ohrwurm ha sido un tema elegante, pop y electrónico de mi admiradísimo Franco Battiato titulado “Inneres Auge”, compuesto por él mismo y por el filósofo Manlio Sgalambro —colaborador habitual del cantante desde 2005 hasta su muerte, en 2014—, y nativo de un disco homónimo publicado en 2009. El “pretexto” de la pieza, según dijo el compositor en una entrevista concedida a Il Fatto Quotidiano, eran los escándalos de prostitución en los que se vio envuelto el ex primer ministro italiano, Silvio Berlusconi.
En la lengua de Goethe, inneres auge significa “ojo interior”. Contaba Battiato que, para referirse a este concepto, prefería utilizar el alemán al italiano —terzo occhio, tercer ojo: imaginen el cachondeo que se hubiera montado de haber usado el español— y que, según los monjes tibetanos, este “ojo interior” permite ver el aura de los hombres: “Algunos la tienen negra, como ciertos políticos sin escrúpulos, movidos por la baja codicia; otros la tienen roja, como su ira”. “En vista de ciertos personajes —declaraba en la citada entrevista—, me entran ganas de agarrar la cruz y el ajo para exorcizarlos”.
Prima hermana poética de “Povera patria” —musicalmente, son parientes lejanas—, la de “Inneres auge” es una de las letras más explícitas de todo el cancionero del siciliano. Battiato y Sgalambro comparan a unos políticos que, en opinión del cantante, “no pertenecen a la humanidad a la que yo pertenezco” y que “han infectado a la sociedad civil”, con una “manada de lobos que desciende de los altiplanos aullando” y con un “enjambre de abejas” destructoras, voraces y sin escrúpulos. En este fragmento, la alusión a las bacanales berlusconianas es más que evidente:
“Uno dice: ‘¿Qué mal hay
en organizar fiestas privadas
con chicas guapas para alegrar
a directores de hospital* y servidores del Estado?’.
No nos hemos entendido,
¿y por qué deberíamos pagar
también los extras de los gilipollas**?”.
Tras criticar a una justicia que “no es más que una pública mercancía”, irrumpe un estribillo nada estridente y muy pegadizo que, hasta hace pocos días, no entendía: “La línea horizontal nos impulsa hacia la materia; / la vertical, hacia el espíritu”. Tal y como escribe Alberto Lajas en Los talismanes más poderosos —no pregunten cómo he llegado hasta aquí—: “El significado esotérico de la Cruz es el cruce del espíritu (línea vertical), y el plano material (línea horizontal), dando como resultado el hombre, que es un ser que se mueve en el plano material con opción de ascender o descender espiritualmente”.
Al final de la canción, Battiato canta:
“Pero cuando regreso a mí,
sobre mi camino,
para leer y estudiar,
escuchando a los grandes del pasado,
me basta una sonata de Corelli
para que me maraville de la Creación”.
Y es aquí donde comulgo plenamente con el italiano: si uno tiene satisfechas las necesidades del primer estrato de la pirámide de Maslow, o sea, las fisiológicas —respiración, alimentación, descanso, sexo, homeostasis (“Conjunto de fenómenos de autorregulación, que conducen al mantenimiento de la constancia en la composición y propiedades del medio interno de un organismo”, según el DRAE)—, la cultura y el arte pueden ser un oasis, un búnker, un bote salvavidas para evadirse del ecosistema cotidiano, tan crispado, tan asfixiante y tan cansino, del basurero biliar que se pierde en el horizonte, amén de un recordatorio urgente y anticenizo de que también hay mucho bueno, mucho bello, mucho que disfrutar. Mucho por lo que tirar p’alante, vaya. Y, del mismo modo que a mi ídolo le basta una sonata de Corelli para maravillarse de la Creación, yo levito, por ejemplo, con la sublime prosa de Gesualdo Bufalino, con el taconazo de Benzema previo al gol de Casemiro en el Espanyol – Real Madrid, con un concierto del propio Battiato que anda por YouTube, del año 2016, celebrado en la fundación Pirelli Hangar Bicocca (Milán), o con la cara de asco que pone una ninfa de ojos dorados al probar el Campari.
*Primari, en italiano. La traducción literal es “primarios”. Mi amigo Fede Bugatti me ha facilitado la adaptación.
**Rincoglioniti, en el original.
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