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En términos de ciencia - José Manuel Sánchez Ron - Zenda
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En términos de ciencia

Manifestaba que al plantearse qué criterios debería seguir a la hora de decidir los términos a incluir, decidió que consideraba su obligación que “incluso entre aquellas palabras que no han recorrido todavía por completo el camino de la asimilación, debo dejar paso a algunas, por la sencilla razón de que seguro que los lectores que...

Estoy aprovechando estas semanas de reclusión forzosa para leer un libro precioso, tanto en presentación como en contenido: Usos, costumbres y definiciones de las palabras que conforman la lengua inglesa: El diccionario de Samuel Johnson (Debate, 2019). Ensayista, crítico literario, lexicógrafo y muchas otras cosas más, Johnson (1709-1784) es habitualmente más conocido por la biografía que le dedicó su contemporáneo James Boswell, La vida de Samuel Johnson (1791), de la que existe una excelente versión al castellano (Acantilado, 2007). La edición del diccionario de Johnson que ahora ve la luz en español es un resumen de la original inglesa, que contenía 42.773 palabras. En sus definiciones Johnson mostraba un humor muy de agradecer. Definía, por ejemplo, «lexicógrafo» como: “Autor de diccionarios. Se trata de un adicto inofensivo que se dedica a rastrear el origen y el significado de las palabras” (no todos estarán, hoy al igual que ayer, de acuerdo con el adjetivo “inofensivo”). Pero más que las voces que seleccionó y las definiciones que acuñó, me interesa detenerme en el “Plan para escribir un diccionario de la lengua inglesa” que abría su obra. Allí Samuel Johnson mostraba una de las cualidades que más admiro, el sentido común (no siempre, por desgracia, tan común).

Manifestaba que al plantearse qué criterios debería seguir a la hora de decidir los términos a incluir, decidió que consideraba su obligación que “incluso entre aquellas palabras que no han recorrido todavía por completo el camino de la asimilación, debo dejar paso a algunas, por la sencilla razón de que seguro que los lectores que compren este diccionario esperan encontrarlas entre sus páginas. Entre estas palabras encontramos muchas que pertenecen al derecho común […]; otros son términos que se atribuyen a la divinidad […] y muchos otros pertenecen al ámbito de las ciencias físicas, como sucede con los nombres específicos de las enfermedades […]. Con estas inclusiones pretendo ofrecer un servicio a los lectores que sin conocimientos específicos sobre física [lo que ahora denominamos Medicina], pero interesados en el arte literario, se encuentran con estos versos de Milton: «atrofia de pinos, / marasmo y pestilencia generalizada». El lector hipotético al que estoy aludiendo puede sentir el impulso de buscar en el diccionario la palabra «marasmo» con la misma legitimidad que quien lo abre para asegurarse de cuál es el significado de «atrofia» o «pestilencia».”.

"Samuel Johnson mostraba una de las cualidades que más admiro, el sentido común (no siempre, por desgracia, tan común)"

Y en otro lugar declaraba: “El valor de un diccionario no estriba en la lealtad con la que ha cumplido con sus propios criterios, sino en su utilidad. ¿Qué interés tiene un diccionario capaz de deleitar el gusto del crítico si apenas sirve para instruir y formar al alumno?”. Coincidió esta lectura mía con otra, lo confieso, no tan agradable: unas declaraciones a un importante diario español (21 de abril) de la directora del Diccionario de la Lengua Española (DLE), obra en la que yo algo tengo que ver. Textualmente decía allí que “no ve tanta prisa en que «coronavirus» entre en el Diccionario. Los términos científicos tienen mucho interés, pero otras palabras requieren mayor urgencia”. Y entre las que sí consideraba más urgente revisar mencionaba “mascarilla”, porque —y esto desde luego es cierto— en Cuba se utiliza “tapaboca” o “nasobuco”.

Habitualmente, este tipo de opiniones, que involucran a una institución, se deberían dirimir dentro de ésta, pero cuando conscientemente afloran a la luz pública adquieren otro tipo de existencia. Y yo traicionaría una de las convicciones que ha ocupado una parte de mi vida —y lo que acaso sea ahora más importante, les traicionaría a ustedes, estimados lectores— si no manifestara claramente mi opinión en este punto. Existe una antigua sentencia latina que expresa bastante bien mi sentir en esta ocasión: Amicus Plato, sed magis amica veritas, que con alguna licencia se puede traducir como “Platón es mi amigo, pero la verdad me es más querida”.

"¿Cómo se puede decir que no es urgente incluir “coronavirus”, viviendo en el tiempo y en la condición en que vivimos?"

He defendido, defiendo y defenderé, la necesidad de que la ciencia y las llamadas “humanidades” se entiendan, que no exista entre ellas el “profundo abismo” de separación al que se refirió en 1959 C. P. Snow en su famosa conferencia «Las dos culturas y la Revolución Científica». No por casualidad esta sección mía se titula Entre dos aguas. Pero no existirá tal armonía si se sitúa en un lugar de menor importancia a los términos científicos. Y no estoy pensando en términos muy especializados. ¿Cómo se puede decir que no es urgente incluir “coronavirus”, viviendo en el tiempo y en la condición en que vivimos, cuando entre las voces más buscadas durante el último mes en el Diccionario de la Lengua Española figuran “pandemia”, “cuarentena”, “epidemia” o “virus”, y “coronavirus”, que no está incluido en él? ¿En qué mundo viven quienes piensan que los términos científicos pueden esperar, que las personas “del común” son ajenas a la ciencia, que ignoran que ésta —que como todo en la vida se expresa con palabras— permea hasta el rincón más escondido de nuestras existencias, aunque por supuesto éstas no se reduzcan a ella únicamente?

Sé muy bien que una buena parte de la sociedad (espero que cada vez sea menor) carece de una educación básica en conocimientos científicos, pero no por ello deja de escuchar términos como pueden ser “tectónica”, “exoplaneta”, “seroprevalencia”, “extremófilo”, “ADN recombinante” o “antropoceno”. Y cuando se las encuentran se dirigen al mejor diccionario de la lengua española para saber de qué se trata (algunas de las citadas aparecen en el DLE, otras aún no). No se trata de palabras que, recurriendo de nuevo a Samuel Johnson, “el tiempo barre con relativa facilidad”, ni “cantos fugitivos”. Seguramente sean más todo esto otras voces —que tienen todo el derecho de encontrar también un hogar en ese diccionario— como “zasca”, “arboricidio”, “casoplón”, “centrocampismo” o “borderías”, cuya introducción en el DEL fue anunciada no hace mucho tiempo.

Amicus Plato, sed magis amica veritas.

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Artículo publicado en El Cultural.

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José Manuel Sánchez Ron

José Manuel Sánchez Ron es Licenciado en Ciencias Físicas por la Universidad Complutense de Madrid (1971) y Doctor (Ph.D.) en Física por la Universidad de Londres (1978). Desde 1994 es Catedrático de Historia de la Ciencia en el Departamento de Física Teórica de la Universidad Autónoma de Madrid, donde antes (entre 1983 y 1994) fue Profesor Titular de Física Teórica. Es autor de 45 libros, el último Albert Einstein. Su vida, su obra y su mundo (Crítica, 2015). En 2001 recibió el Premio José Ortega y Gasset de Ensayo y Humanidades de la Villa de Madrid por El Siglo de la Ciencia (Taurus 2000), en 2011 el Premio Internacional de Ensayo Jovellanos por La Nueva Ilustración: Ciencia, tecnología y humanidades en un mundo interdisciplinar (Ediciones Nobel, 2011), y en 2016 el Premio Nacional de Ensayo 2015, por El mundo después de la revolución. La física de la segunda mitad del siglo XX (Pasado & Presente 2015). Desde 2003 es miembro de la Real Academia Española, en la que ocupa el sillón “G”.

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