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Siempre quise ser una heroína de cómic - Zenda
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Siempre quise ser una heroína de cómic

Cuando estaba terminando de escribir La chica a la que no supiste amar, mi última novela, unos buenos amigos de Elche, profesionales de la peluquería y amantes de la cultura se pusieron en contacto conmigo para anunciarme el nacimiento de una nueva revista ilustrada. La publicación se llamaría Jaldún, como su marca, y en ella...

Cuando estaba terminando de escribir La chica a la que no supiste amar, mi última novela, unos buenos amigos de Elche, profesionales de la peluquería y amantes de la cultura se pusieron en contacto conmigo para anunciarme el nacimiento de una nueva revista ilustrada. La publicación se llamaría Jaldún, como su marca, y en ella se recogerían diversos relatos y artículos de distintos escritores. Me gustó la idea y más aún su entusiasmo. Pero lo que me convenció para participar en el proyecto fue su devoción por el detective Roures. Le habían seguido en A menos de cinco centímetros y en La mala suerte y estaban deseando leer su siguiente aventura. En ella estaba trabajando yo, hasta la extenuación, y a punto de llegar al final, con los sentimientos más agitados que removidos, tras un viaje duro y comprometido por el proceloso mundo de la trata de mujeres con fines de explotación sexual. Antonio Miravete, a la cabeza de esta iniciativa, alabó mucho el tema de mi nueva novela, pero luego fue derechito al grano y me precisó cómo tenía que ser ese relato mío que tanto deseaban incluir en la revista. 

Queremos que esté protagonizado por Roures.

—Vale.

—Y… tiene que desarrollarse en Elche.

—Bueno.

—Y estar relacionado con el Congreso de Peluquería de 2019, que se celebra en el hotel El Huerto del Cura.

—¡No me jodas! 

Me salió del alma. Llevaba mes y medio rematando la novela y escribiendo a razón de diez o doce horas diarias, así que no estaba para bromas. ¿Cómo que un relato de Roures en un congreso de peluquería en un hotel de Elche?  ¿Y  por qué no otro escrito a la pata coja y sosteniendo un largo palillo en la mano contraria a la de la pluma y sobre él un plato? Le dije que no sabía si me saldría. Que estaba en otra. Metida hasta el cuello en La chica a la que no supiste amar. Pero, entre que Antonio es tan amable y convincente y que no sé decir que no, al final le largue un “sí pero no”, pensando que ya me inventaría una excusa cuando tocara..

—Bueno, venga, vale. Me pongo, y si me sale me salió. y si no…” —advertí entre dudas para que se fuera haciendo a la idea de que aquello no iba a ninguna parte. 

Se acababa el verano. Y en uno de aquellos días de sol ya lánguido de final de agosto, agotada por la tensión de la novela, decidí que era el momento de hacer un receso y cambiar de registro. Me senté frente al mar en mi casa de Costa de los Pinos y, casi sin querer, me puse a darle a la tecla con la idea de inventarme una historia que se ubicara en medio de la que andaba terminando y que incluyera a Roures, con los pesares con los que el detective andaba en ese momento en La chica a la que no supiste amar. Lo trasladé de Benicassim a Elche por unos días y, por arte de magia, casi como si lo escribiera otra persona, salió una narración con D. O. Roures, que incluía su esencia en estado puro y todos los ingredientes que Antonio me había solicitado. Me divirtió, les divirtió y se publicó en esa revista que me mandaron a mi casa en cuanto estuvo lista. Y recuerdo bien el día que la recibí, porque al ver la portada casi se me salen los ojos de las cuencas. ¿Pero quién era esa mujer tan, ejem, bien dotada, que aparecía con una indumentaria tan, ejem, exigua? Pues, aunque infinitamente más exuberante, aquella rubia sonriente, la femme fatale de mi historia se parecía mucho… ¡a mí! “En fin”, pensé, “¿acaso no has contestado alguna vez en alguna entrevista que si volvieras a nacer serías cantante de rock o heroína de cómic?”. Pues eso. Espero que les guste el relato. Las ilustraciones de Juan Espallardo, que son magníficas, les gustarán seguro.

 

EL CRECEPELO

Roures llega al hotel El huerto del cura devastado. Por una vez no es el calor. Tampoco la sensación de fracaso que a veces lo asola. Es la soledad, que pesa más que los días, los meses y los años. Más que las historias pasadas y los recuerdos. Más que las fantasías. Y mucho más que las ganas de continuar haciendo esfuerzos para seguir adelante.  Se siente solo. Muy solo. La sombra de la jueza Aguado, con la que ha vivido una relación tormentosa y pasional aún es demasiado alargada. No se esperaba que, a sus años, el sexo dejara una huella tan profunda. Y prefiere no reconocer que no ha sido el sexo sino el amor lo que le ha escrito infinitas líneas de tristeza en su viejo corazón. Terminar una historia siempre es complicado. Más aún cuando comienza la cuenta atrás en la vida. Con todo ese equipaje de nostalgias lleva llena la mochila que acaba de arrinconar en la esquina de su habitación, antes de poner a tope el aire acondicionado y derrumbarse sobre la cama, para tratar de recuperar algo de energía. A punto ha estado de no comparecer a la llamada de su amigo Eldiberto, pero la urgencia de su voz al pedirle que fuera a Elche a investigar ese extraño robo le pareció tan real, como imposible contestarla con una negativa. La lealtad siempre hace de las suyas y  pese a las decepciones de las personas y de la vida, Roures no puede evitar ser adicto a ella. Así que, allí está, dispuesto a enfrentarse a un nuevo y extraño caso.  Descubrir cuál de los peluqueros del congreso de 2109 ha robado la fórmula magistral de un crecepelo, al parecer casi mágico, puede parecer una broma,  pero a ninguno de los profesionales congregados  en aquel encuentro  les debe de resultar divertido, en absoluto, que entre ellos haya un ladrón. Y no uno cualquiera. Uno de ideas. De descubrimientos. Un ladrón de la piedra filosofal. ¿O acaso la eterna juventud no comienza por el pelo? Le duele la base del cráneo, así que antes de que el dolor trepe por su cabeza, coge una botella de agua de la neverita, la sirve en un vaso y lanza un par de Actrones en ella. Espera a que se disuelvan y se bebe la mezcla, mientras piensa cuánto puede valer un crecepelo realmente efectivo en el mercado internacional, en un tiempo donde el mayor don, virtud y talento es no envejecer. Justo en ese momento, llaman a la puerta. El detective abre. Es Eldiberto Canales, su amigo y director del Congreso de Peluquería 2019.

Por fin aquí, viejo amigo. Menos mal que has venido. Esto es una catástrofe

Bueno contesta el detective con cierta sorna—. Catástrofe fue el hundimiento del Titanic, lo del crecepelo…

Una desgracia, Roures insiste Canales—. Lo mires como lo mires. Elmer Miranda, el autor de este fantástico descubrimiento está desesperado. Y no solo por el  retraso que supondría comenzar de nuevo con las investigaciones sin que, además, el éxito esté asegurado,  sino porque  había acordado venderle la fórmula a unos laboratorios americanos, que eran quienes iban a desarrollarla para poder comercializar el producto. Tenía un precontrato que, encima, le va a salir caro.

¿Dónde guardaba esa fórmula? ¿En un USB?

Así es. La trajo en un USB que guardó en la caja fuerte de su habitación del hotel, junto a un frasquito con una muestra del producto ,que utilizó en una demostración cuando comenzó el congreso, para que pudiéramos ver los resultados pasados dos días.

¿Y?

Antonio Martínez, uno de los participantes, de Castellón,  calvo como una bola de billar, se prestó a hacer de conejillo de indias.

¿Y ya hay resultados?

¿Qué si hay resultados? Mira.

Eldiberto Canales le muestra dos foto del móvil a su amigo. En una de ellas se ve a un hombre calvo por completo y, en la siguiente, al mismo hombre con un corte del pelo, al 2. Es decir, no con un crecimiento capilar incipiente, sino, en el caso de haber sido rapado, con un crecimiento de un par de meses. Parece increíble.

¿Cuánto tiempo dices que media entre ambas fotos?

Dos días, Roures. Solo dos. Pero espera dice Eldiberto mientras busca otras dos imágenes—. Estas otras dos fotos corresponden a otro de las participantes, que también se mostró ansioso por probar el producto —las instantáneas muestran a un hombre de unos cincuenta años. En la primera lleva el pelo muy corto y se le clarea la cabeza por todas partes. En la siguiente, el crecimiento del pelo es visible, pero lo más impactante es la frondosidad y brillantez, que parecen corresponder a la melena de un adolescente. Es curioso observar el rejuvenecimiento que supone la calidad del pelo en el aspecto general del hombre. De pronto pasa de los cincuenta a los cuarenta o incluso menos, como si le hubieran tocado con una varita.

Roures abre los ojos asombrado

Realmente más que un crecepelo parece un milagro.

Así es. ¿Tú sabes cuánto puede valer eso? ¡En el mercado se matarían por un producto como este!

Me lo estaba preguntando cuando has venido. Supongo que un dineral. ¿Por qué no has llamado a la policía?

Lo he hecho. Pero se trata de un robo sin violencia, de un hurto. La caja fuerte del cuarto de Elmer estaba abierta. Y es indemostrable que dentro estuvieran guardados el USB con la fórmula y el frasco con los restos del elixir. No creo que se vayan a matar a investigar. Además, aunque descubrieran al ladrón, creo que preferiría decir que ha “perdido” lo robado y cumplir con la pena que subiría un poco, por el valor científico, pero nunca excedería los tres años. ¿Tú crees que alguno de nosotros no sacrificaría tres años de su vida con tal de alcanzar la excelsa gloria y la fortuna de comercializar un crecepelo como este?

Ya veo. Así que no hay nadie que no sea sospechoso…

Eso es. Por eso les he pedido a todos que se queden un día más para que puedas hablar con ellos y llegar al fondo de este asunto. Nadie se ha negado, claro… Pero solo tienes tres días, Roures. Solo tres. Luego no podré retenerlos. A nadie se le acusa de nada…Aquí te dejo la información que tengo de cada uno de ellos. A ver si te sirve.

Ya  a solas en su cuarto, el detective repasa las fichas de los participantes que le ha dejado su amigo  en un sobre, sobre la cama. Mira las caras de las fotos que aparecen en cada una de ellas. Son treinta. Tiene muy poco tiempo para hablar con cada uno y sería contraproducente llamarlos por separado, como si fuera un interrogatorio policial. Así que decide reunirse con todos  en el  aperitivo previo a la cena, para poder conversar con cada uno y así decidir a quién descarta y quien requiere más preguntas. Ellos saben quién es él y para qué ha venido. A ver cómo reaccionan ante un detective. Confía en que le funcione la intuición para poder llevarse algunas pistas tras esas charlas, porque si no, el tiempo se le echará encima. Mira su reloj de Corto Maltés. Son las ocho de la tarde. En media hora tiene que estar abajo, así que se ducha con delectación “no hay nada que clarifique más las ideas que una buena ducha”, se dice.  Se viste y como es casi la hora, baja a la piscina, donde va a tener lugar el cóctel previo a la cena.

Va caminando desde el edificio del hotel,  por unos preciosos caminos dibujados entre la extraordinaria vegetación, hasta llegar al el recinto donde se encuentra la piscina. Es intensamente azul, como el lago de la película y  está rodeada de palmeras, no podía ser de otra manera en Elche. El maravilloso olor que desprenden las plantas suma encanto a ese delicioso espacio,  cuidadosamente iluminado. Como es septiembre y no hace un calor estrepitoso, han colocado las mesas fuera, donde el verdor aporta una frescura muy agradable al ambiente. Roures llega el primero. Enseguida aparece un camarero para preguntarle qué desea y el detective se pide un rioja. De fondo suena un tema musical inesperado. Miracle, de Willy De Ville. Una de sus canciones favoritas, que el “pirata”, como llaman a su intérprete, canta con su voz rota.  Es perfecta para un lugar que parece un vergel y para un caso que incluye un milagro. Empiezan a llegar los profesionales de la peluquería. Vienen de los distintos puntos de España. Eldiberto, que acaba de aparecer, le presenta primero a Elmer, el descubridor del desaparecido crecepelo.

No sé si debería darle la enhorabuena por el descubrimiento o darle el pésame por su desaparición- dice el detective

Supongo que ambas cosas- responde el peluquero- Llevaba esperando toda la vida algo así, lo consigo y lo pierdo. Casi creo que la enhorabuena me duele ahora como una puñalada. ¿Cómo es posible que no fuera más cuidadoso?

¿Cree que se dejó la caja abierta?

Si no, ¿cómo habrían podido abrirla?

¿Viaja usted solo?

En efecto, mi vida ha sido siempre mi trabajo… A veces he pensado que me equivocaba- dice mirando de reojo a una pareja muy guapa que acaba de entrar.

 

Eldiberto le explica a Roures que los recién llegados son catalanes.  Se trata del siempre bronceado y musculado Carles Bosch y su deslumbrante mujer ,Georgina –no sé el apellido, ni falta que le hace, como puedes comprobar, je, je- Él tiene unos salones en Girona espectaculares. Para hombres y mujeres. Pero además ahora está en expansión y quiere abrirlos por toda España e incluso en algunos lugares de Europa. Además actúa de “peluquero invitado” en una de las mejores peluquerías de Nueva York, donde él  va a cortar el pelo una vez al mes. Tenía intenciones de asociarse con el propio Elmer después de conocer su descubrimiento.

Es calvo perdido, por cierto.

Así es, pero sin complejos. Y no me extraña mirando a su mujer —en efecto, es  una rubia de impresión. De esas que hacen que los hombres se den contra las papeleras cuando caminan por la calle, por mirar a donde no deben.

El detective charla con ellos un rato. El hombre es tan hiperactivo y pagado de sí mismo que solo se escucha a él. En cinco minutos le cuenta su vida entera, sus proyectos, sus preocupaciones… Sobre el crecepelo asegura que más tarde o más temprano acabarán descubriendo otro, así que tampoco le parece tan importante… Luego se ríe y vuelve sobre sus éxitos. Ella permanece en silencio toda la conversación, mirándole arrobada.  ¿Será él el ladrón del crecepelo? El tipo sigue hablando, sin parar. Roures intenta escapar, agotado pero no lo consigue, hasta que  Eldiberto lo rescata.

A ver qué te parecen estas dos socios.- le reta su amigo- Son de Toledo. Tienen una peluquería impresionante. Muy innovadora. De esas en las que entrar es un placer y salir cuesta. No les ha resultado fácil hacerse un hueco, pero ahí las tienes. Tienen muchas ganas de seguir haciendo cosas. Sus peluquerías también son unisex. Ahora es lo más habitual.

Roures las observa con detenimiento. Son dos mujeres jóvenes con cortes de pelo arriesgados. Una castaña con algún reflejo dorado y la otra morena, con brillos rojizos. Tienen pinta de ser decididas y emprendedoras ¿Lo darían todo por volverse famosas en el mundo entero? Se llaman Sonia y Silvia.  Igual se equivoca, pero piensa que son pareja. Charla con ellas. Quieren comerse el mundo, está claro. Cuando les pregunta por el asunto del crecepelo, responden que es una pena que se haya perdido la fórmula, pero que qué se le va a hacer ¿Estarán fingiendo desinterés?

Eldiberto vuelve a por el detective y lo lleva ahora a conocer a un peluquero malagueño. Bernardo Arenas. Solo trabaja público masculino. La desaparición del crecepelo le parece una auténtica tragedia, pero…”somos muchos los que estamos trabajando para descubrir algo, así que seguro que pronto sale alguna otra cosa”. El detective ve un brillo en sus ojos sospechoso ¿quizás está justificando que más adelante pueda aparecer otro descubrimiento similar al desaparecido tras el robo, precisamente por haberse quedado con la fórmula?

Eldiberto lo acompaña de nuevo hasta donde se encuentra la pareja que regenta los salones de peluquería más famosos de Palma de Mallorca, Rosa y Enric. Son amigos y colegas de toda la vida. Y les va de fábula. O eso cuentan. En sus peluquerías atienden solo a mujeres. Y de pronto a Roures le surge una duda.

Eldiberto pregunta– el famoso crecepelo desaparecido ¿funciona igual en mujeres y en hombres?

responde él—. Solo que a las mujeres no les preocupa lo mismo, porque se les cae menos el cabello. Aunque ahora todo el mundo aspira a conseguir más cantidad de pelo y que crezca lo suficiente, también ellas, en el lado masculino es una preocupación constante. Quedarse sin pelo es perder la fuerza… Vamos, acuérdate de Sansón. Tanto es así que hay hombres que incluso recurren a tratamientos cuyos efectos secundarios pueden afectar a su potencia sexual, solo para evitar que se les caiga el pelo. Entenderás lo que significa para ellos. Tú, como tienes pelo, aunque lo lleves tan corto siempre, no sabes lo que es quedarse sin él. Yo me he hecho un injerto, por si no te habías dado cuenta…

El detective se había percatado, claro. Cómo no hacerlo cuando en la cabeza de su amigo se ven infinidad de puntitos negros que parecen pintados con rotulador, ahora que el pelo aún no le ha crecido.

El siguiente tipo con el que habla Roures es de Almería. Se llama Andrés. Es muy joven y de pocas palabras. No consigue sacarle nada. Parece que no tiene el más mínimo interés por el crecepelo. Quizás por la juventud. O tal vez porque oculta algo. Lo mismo sucede con las tres Chicas de Valencia, Lola, Dulce y Cristina, cada una con una peluquería propia. No hablan mucho, aunque, sobre todo Dulce, es muy mirona. Y algo vacilona también. De las que parece tener ganas de hacer amigos. O de ligar. Pero respecto al crecepelo, no cree que sea la panacea. O eso dice. Tampoco le parece el hallazgo del siglo a Isabel, la peluquera de Asturias, que se jacta de tener un montón de tratamientos en su peluquería que consiguen maravillas:

Lo fundamental es tener el pelo que tengas, sea poco o mucho, cuidado y sano. Y si no tienes, pues te sacas brillo a la cabeza —se ríe…

Por lo que se ve, nadie parece concederle la singular consideración que merece a tan esperado hallazgo. Salvo Carmen, la peluquera de La Palma, que está desolada. Es una chica también muy joven y muy simpática, de grandes ojos pardos muy expresivos.

No sé quién habrá sido, pero merece ir a la cárcel y no salir. Pobre Emerson. Y pobre el mundo entero que se pierde, al menos de momento y hasta que el sinvergüenza quiera, el remedio al aspecto de senilidad y a la falta de atractivo que conlleva la falta de pelo., asegura.

Hombre, no siempre corrige el detective Yul Bryner, por ejemplo, era un prodigio de calvo. Y se llevaba a las mujeres de calle.

¿Quién?

Nada, déjelo… dice Roures con gesto de resignación. Está claro que un hombre nacido a principios del siglo XX debe de ser para Carmen como un dinosaurio del parque jurásico…

El detective va hablando con unos y con otros y a la única conclusión que llega es que, en general, ese robo no le parece a nadie la “catástrofe” de la que hablaba Eldiberto, que también es sospechoso. No hay que olvidarlo. Puede ser que esté cubriendo el expediente llamándolo a él y diciéndole a sus colegas que ha contratado a un detective para que el crimen no quede impune. No sería la primera vez.

Empieza a valorar los testimonios de unos y otros, pero no llega a ninguna conclusión. Todos tienen móvil, aunque lo nieguen y ninguno en mayor medida que los demás. La pregunta es quién sería tan atrevido como para perpretar el robo. O quién tendría más posibilidades de sacarle partido. Y también quién podría tener acceso a la caja fuerte de la habitación de Elmer… Decide hablar de nuevo con él.

Elmer, ¿está usted seguro de que el famoso crecepelo y su fórmula correspondiente estaban en la caja de seguridad?

El hombre asiente

¿Alguien podía saber su clave?

Niega con la cabeza.

¿Me puede contar cómo se desarrollaron los acontecimientos?

Pues verá, yo solo abrí la caja fuerte la primera noche, para sacar el crecepelo nunca el USB y poder hacer la demostración correspondiente. Todos estaban expectantes, pero nadie tenía mucha fe. Y no les culpo, porque nos han hablado tantas veces de elixires maravillosos que luego no hacen ningún efecto que… Dos días más tarde comprobamos los resultados y…¡es que es impresionante cómo funciona! Después de eso y de mucho jolgorio y celebración, yo pensaba irme al día siguiente, como todos en realidad, pero al abrir la caja fuerte, no estaba ni el USB, ni el frasco con los restos del elixir.

¿No tomó usted precauciones antes? ¿No tiene copia del USB?

Yo… Tenía una cita en Madrid con los laboratorios americanos. Íbamos a ir directamente a Industria con todo, pero… No, la verdad es que no pensé que nadie me lo pudiera robar. Y menos aquí, entre compañeros.

Como si fuera usted un oso y guardara un panal de rica miel entre cien osos, sin pensar que se lo podría comer ninguno… Pero, dígame, ¿entró alguien en su habitación?

Ehhh, no, no… titubea ¿quién iba a entrar en mi habitación?

No sé ¿una mujer, quizás?

Ehhh, no,no…, esta es una reunión profesional.

¿Está seguro?

Ehhh sí, sí, claro…

“Cherchez la femme”, piensa el detective mientras se va a su dormitorio a reflexionar sobre todos los posibles ladrones de crecepelos. No sabe si la ladrona será una mujer, pero desde luego sí que alguna estuvo en el dormitorio de Elmer. ¿Quién puede ser? Son muchas las candidatas: las tres chicas de Valencia, la de Asturias, la de la Palma… “¡No van a ser las lesbianas!”, se dice Roures. Si alguna de ellas estuvo en el cuarto de Elmer es la principal sospechosa, aunque ¿cómo abriría la caja sin que él se percatara? ¿Cómo sabría el código? Piensa en Carmen, en la peluquera de La Palma. Ella es la única que ha mostrado su preocupación por la desaparición del crecepelo. La que le ha otorgado la categoría de descubrimiento sensacional. Y también es la que parece, por la conversación, más amiga de Elmer. ¿Será ella la ladrona del crecepelo?

Entra en su habitación, pone el aire acondicionado a tope —le gusta congelarse, si hace falta, aunque no haga demasiado calor— se sirve un ron, solo, sin hielo y mientras bebe repasa de nuevo los perfiles de los peluqueros. ¿Y si fuera el ambicioso catalán? Desde luego él seguro que encuentra contactos en EEUU o en las Chimbambas para vender un crecepelo y se lo coloca hasta a su madre. Y además no cree que le costara trabajo dedicarle hasta las horas de sueño a ese menester, para lograrlo.  “Ese hombre no debe dormir… “, piensa, Roures. Y en esas está cuando alguien llama a la puerta. Se acerca hasta ella con su ron en la mano y abre. Es… ¡Georgina! La mujer sin apellido, ni falta que le hace… Lleva un vestido negro , sin mangas, con un escote no muy pronunciado y unos zapatos de tacón de aguja también negros. El mismo atavío que en la cena. Supone. Ni ha reparado en su indumentaria. Nada muy especial. Pero en ella todo lo es.

¿Puedo pasar? pregunta sabiendo que una negativa sería imposible

Puede responde Roures, sin dudar, como hubiera hecho cualquier otro en su lugar y recordando, sin poder evitarlo, a la también irresistible jueza con la que hasta hace poco compartía intermitentemente su vida. Luego se aparta para dejarle pasar.

Soy yo dice la mujer mirándolo con fijeza

Es… ¿usted? pregunta Roures extrañado, sin saber a qué se refiere.

Ella asiente, mientras Roures espera, impaciente, a que se explique.

Yo robé el crecepelo.

Roures frunce el ceño y la invita a sentarse en el pequeño saloncito previo a la habitación.  En ese momento agradece muy especialmente que le hayan adjudicado una mini suite. Ventajas de ir a los hoteles de trabajo y no pagando con el bolsillo propio. La mujer toma asiento, como le indica el detective.

¿Me invita a una copa? Un Whisky, por favor.

El detective deja la suya sobre la mesita, coge el otro vaso, saca la botellita de “Juanito caminante” de la neverita, la sirve en el vaso que queda y se lo entrega a la mujer.

¿Su marido sabe que está aquí?- pregunta el detective recuperando su bebida y apurándola hasta el final.

Ella niega con la cabeza.

No explica. He vuelto a dormirlo.

¿Cómo dice?

Soy médico. Anestesista. Y trabajo mucho, no se crea. Bueno, de 8 a 3. Es mi horario en una clínica privada. Muy intenso y con mucha responsabilidad. Pero siempre ha parecido que solo trabajaba él. Hace más ruido, ya sabe. El caso es que…

Hace una pausa

Continúe, por favor – le invita Roures.

Verá. Mi marido no para. Tiene mil frentes, va, viene, todo el mundo le adora, las mujeres se le lanzan al cuello, nuestros dos hijos le quieren más que a mí, es…, perfecto… Y… solo ha tenido en la vida un punto de inseguridad: el pelo. ¿Es usted capaz de imaginarse lo que hubiera sido mi marido si, además, hubiese tenido pelo? Afortunadamente lo perdió de muy joven, si no, se sentiría más que Dios, porque Dios ya se cree Y yo… No hubiese podido Por eso lo dormí y fui a visitar a Elmer, amigo de siempre de mi marido y gran admirador mío, también de siempre. Ya había estado en su habitación unas horas antes, charlando con él, con la tonta excusa de que me explicase si el crecepelo funcionaba también en mujeres y me cercioré de que tenía el USB en la caja fuerte. De esa primera visita se acordará, pero de la segunda seguro que no porque…, le puse burundanga en la copa y me llevé el crecepelo. ¿No se da cuenta de que, si tantos hombres van con mujeres más jóvenes, si tiran sus matrimonios por la borda, si se creen inasequibles a la vejez, todo se les multiplicará si consiguen volver a tener pelo?

Bueno, los hay con pelo que no…

Pero muchos de los que no lo tienen son soportables gracias a eso.

¿Usted cree? se atreve a preguntar el detective.

Yo lo sé afirma Georgina muy seria. Y repite: Lo sé.

Y, dígame inquiere el detective ¿como supo el código de la caja fuerte de Elmer?

Ella sonríe.

Probé. Puse su fecha de nacimiento. Aparece en linkedin. Los hombres son tan previsibles…

¿Los que tienen pelo también?

Solo que los que no lo tienen, suele ser porque la naturaleza ha hecho justicia con ellos y compensa lo que les sobra de otras partes. (No me refiero al pelo, no piense usted mal…)

Ya veo. ¿Y por qué reconoce ahora el delito?

Pues porque…

Georgina hace una pausa y lo taladra con sus clarísimos ojos verdes antes de continuar. El detective no sabe si le está hipnotizando, pero siente cierta modorra mientras la escucha.

…esa noche, detective, aunque Elmer no se enteró, me acosté con él. Y fue la mejor noche de mi vida. Llevo dos días sin poder olvidarlo. Así que, he decidido abandonar a mi marido. Se lo diré mañana cuando se despierte. E informaré a Elmer de que me voy con él, que es lo que lleva esperando media vida. Y ya que voy a dejar a mi marido y que tendrá que situarse en la casilla de salida, no me importa nada que lo haga con pelo .A mí ya no me afectará. En cuanto a Elmer…, tiene pelo, pero le falta seguridad. Se la dará el reconocimiento que nunca ha tenido. Se lo merece.

Y si luego Elmer, con el éxito arrollador cambia y usted vuelve a quedarse atrás, ¿volverá usted a jugar sucio? plantea Roures

¿Hay alguien que no lo haga dentro de sus posibilidades? Tome dice ella sacando un sobre del bolso con el USB. Y es cuando él se percata de que la mujer lleva guantes aquí tiene la fórmula. En cuanto al frasco con los restos del brebaje, me deshice de él.

¿Por qué no se lo ha dado a Elmer? pregunta el detective sin poder evitar un bostezo.

Quiero que confíe en mí.

¿Y cree usted que lo hará cuando sepa todo esto?

Nunca lo sabrá. Ni el sobre ni el USB llevan mis huellas. Y usted está a punto de olvidarlo casi ¿No siente que se le va la consciencia? pregunta mirando hacia su copa de ron completamente vacía.

El detective nota que ve borroso. Tiene la boca seca y mucho sueño.

La mujer hace que se levante y lo acompaña hasta la cama, donde le ayuda a acostarse. Luego lava su vaso, limpia sus huellas de todas partes, saca el USB del sobre, que se vuelve a guardar y lo deja en la mesilla.

Duérmase, detective le dice la mujer—. Le he puesto burundanga en la copa. Mañana no recordará nada de todo esto, pero tendrá aquí este USB y un nuevo gran éxito en su carrera. Ahora que lo pienso añade revisándole la cabeza el propio crecepelo tampoco le irá nada mal…

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Marta Robles

Marta Robles es licenciada en Ciencias de la Información. Comenzó su carrera profesional en la revista Tiempo. En televisión ha trabajado en Canal 10, TVE, Tele 5, Antena 3, Canal 7, Telemadrid, Canal Sur y Dkiss. En radio ha dirigido y presentado programas en Radio Intercontinental, Cadena Ser, Onda Cero y EFE Radio. Ha escrito siete libros de no ficción: El mundo en mis manos (1991), La dama del PSOE (1992), Los elegidos de la fortuna (1999), El catálogo del Parque Oceanográfico de Valencia (2003), Madrid me Marta (2011), Usted primero (2015) y Haz lo que temas (2016); y ocho de ficción: Las once caras de María Lisboa (2001), Diario de una cuarentona embarazada (2008), Don Juan (2009), Luisa y los espejos (2013) —Premio Fernando Lara de Novela—, Obscena, A menos de cinco centímetros (2017) —finalista en el Premio Silverio Cañada de novela negra de Gijón—, HNegra (2017) y La mala suerte (2018). Su última novela es La chica a la que no supiste amar.

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