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Luna de invierno / 'El Ejército Furioso' - Zenda
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Luna de invierno / ‘El Ejército Furioso’

LUNA DE INVIERNO Te escondes por los rincones. El sueño es refugio y las pesadillas sólo juegos. Afuera sí hay noche y día. Afuera la nieve lo cubre todo. Adentro la oscuridad es salvación. Desde el vientre de mamá, la falta de luz es cálida. A veces una vela aquí y otra allá. Únicamente para...

LUNA DE INVIERNO

Te escondes por los rincones. El sueño es refugio y las pesadillas sólo juegos. Afuera sí hay noche y día. Afuera la nieve lo cubre todo. Adentro la oscuridad es salvación. Desde el vientre de mamá, la falta de luz es cálida. A veces una vela aquí y otra allá. Únicamente para retozar con las sombras de siempre. El castillo está repleto de secretos. De susurros que te abrazan. La luna bruja transforma tu pequeño mundo. Entonces el instinto animal se apodera de ti. La necesidad de saciar el apetito atroz. Pero tú eres inocente. Inocente… Y tu maldición no desaparece. Aldegonda, con su mirada de hielo y voz de tempestad, lanzó su hechizo contra mamá. Nadie pudo impedirlo. Papá ordenó expulsar a la bruja del reino. Lágrimas convertidas en cristales. Los magos de la corte se dieron por vencidos. La bendición de un obispo temeroso no surtió efecto. Y tú tan inocente. Entonces, mamá ya no pudo retenerte más en sus entrañas. Naciste en medio del bosque nevado. Mientras tú le arrebatabas el último suspiro. Ya no pudo acunarte entre sus brazos. Papá depositó en tu frente el primer y último beso de tu vida. Pronto el reino quedó en ruinas. La tristeza fue el elixir que envenenó a papá. Tú, el único sobreviviente. Solo. Solo en la inmensidad del castillo. Una criaturita perdida en las habitaciones de techos altísimos y ventanales rotos.

La maldición te ha mantenido con vida. Irónica verdad. El instinto es tan poderoso… Y aunque intentas resistir su llamado, cedes una y otra vez. Arrebatas vidas de un bocado. Aunque la sangre te deja más sediento. Incontrolable el placer de la cacería. Insoportable tanta soledad. Cuando sin remedio te acercas a la aldea, algo oprime tu pecho. Sobre todo en invierno. La gente canta. Adorna sus puertas. Los niños juegan sin temor entre la nieve. La iglesia se ilumina y tocan alegres las campanas. Entonces suspiras. Sabes que eres un intruso. Un extraño. Jamás serás igual a ellos. Así que vuelves sobre tus cuatro patas, que se multiplican en la nieve. A donde no te vean. A donde no te descubran. De cualquier modo, la gente asegura que tu castillo está embrujado. Y bajo ninguna forma te conocen, pues nunca has atacado a un humano. Te bastan los animales del bosque. Eso es bueno para tu naturaleza. Malo para tu corazón, que se resiste a dejar de latir. Algunas noches escuchas aullidos a lo lejos. Temes que ellos vengan por ti. Porque sabes que ya no resistirás más al instinto. Y sueñas también con su compañía. Al menos ya no estarías tan solo. Suspiras. Los copos de nieve van cubriendo el suelo del gran salón. Caen lentamente como plumas. Mientras, tú estás sentado en un rincón, como de costumbre. Observas tus manos, tus brazos. Hace tiempo que te cubriste con los ropajes de papá. Los pocos que sobrevivieron al moho. Pero pronto serán harapos. Extrañas tu pelambre. La resistencia de tu cuerpo. Sin duda, el cambio es drástico. Y la memoria precisa, muy a tu pesar.

Días atrás ocurrió algo que te emocionó. Aunque también te atemorizó: tuviste un encuentro, cara a cara, con un humano. Ibas detrás de un conejo distraído. Tú, astuto, silencioso. Y de pronto, una voz interrumpió la cacería. Olfato. Ubicación inmediata del sonido. A corta distancia alguien recoge leña. Tararea una melodía dulce. Está sola. El conejo escapa con tanta ventaja que es imposible alcanzarlo. Ella apenas lo nota. Mantiene la carga en su brazo izquierdo. Sería tan fácil: ataque directo al cuello. No tendría modo de defenderse. Pero no. Tú nunca has atacado a un humano. Entonces, te mira de frente. Sorpresa. No percibes miedo. ¿Cómo es posible? Ternura. Ella camina cautelosa hacia ti. Tú estás paralizado. Quisieras mostrarle tus dientes, verte feroz. Pero no lo haces. Ella se detiene, te observa. Descubres dulzura en sus ojos. Descubres que pronto será una mujer. Y despacio lleva su mano pequeña y blanca hacia tu cabeza. No te mueves. Te acaricia. Sonríe. Y su rostro se ilumina. Gritos. Hombres corriendo… ¡Chiara, aléjate del lobo! Y huyes a toda prisa. Vamos, corre, confúndete con el viento. No deben atraparte. El castillo, una vez más, es el perfecto refugio. Y en medio de la penumbra, derramas lágrimas que parecen de azúcar. Jamás habías estado tan cerca de nadie. Jamás te habían acariciado. Esa noche, tus sueños fueron matizados con polvo de estrellas. Chiara. Tú bailabas con ella, al compás de la melodía que tarareaba. Eras humano y la gente de la aldea te sonreía amistosa. La maldición no existía. Chiara y tú. Ja. Qué absurdo. Ilusiones que son cristales que se rompen al menor tacto. Inocente. Eres tan inocente. El tiempo podría no moverse. Permanecer estático.

Mediodía. El sol se asoma tímidamente. Imposible que dejes de pensar en Chiara. ¿Por qué se atrevió a tocarte? Eres una bestia y aún así no tuvo miedo. Chiara. Los días continuaron su marcha. Pero ya no fuiste capaz de acercarte a la aldea. Los cazadores podrían seguir tus huellas en la nieve. Te gusta evocar de memoria las rosas que crecían donde alguna vez fue el jardín del castillo. Su belleza te parece tan frágil… Y sin embargo pueden protegerse a sí mismas. Belleza rabiosa. Te gustaría renacer en primavera, como ellas. Pero el invierno te protege. Aunque pareces más taciturno. Más solo. Tal vez tanta blancura podría cegarte. No así arrancarte el corazón. Todo el tiempo sientes sus latidos. Bombeando la vida a través de tus venas. Un intrincado mecanismo que no se detiene a pesar de tu transformación. Al contrario, se fortalece. También la soledad.

Tus sentidos se ponen alerta. Alguien merodea los alrededores del castillo. Pisadas suaves que apenas se marcan en la nieve. Tú, cauteloso. No se trata de un animal. Es un humano. Se agita tu pecho. Atisbas por lo que alguna vez fue una ventana. Cuidado, nadie debe verte. Sorpresa total. Es Chiara. ¿Ella, aquí? Sigues observando. Canta en voz baja. Es la misma melodía que tarareaba aquel día. Parece un embrujo. No puedes dejar de mirarla. No hay preocupación en su rostro. Al contrario, observa curiosa las ruinas del castillo. Se acerca a lo que fue la entrada principal. El portón de madera apolillada apenas se mantiene en pie. ¿Qué debes hacer? Nada, ni siquiera puedes respirar. No debe descubrirte. Chiara acaricia los hierbajos que alguna vez fueron rosales. Algo mágico sucede: brota una rosa del mismo color de la sangre. Chiara la toma entre sus manos sin importarle las espinas. Aspira su aroma y sonríe. Magia. Reprimes en tu pecho un grito de asombro. Eres incapaz de articular palabra. Nunca has precisado del lenguaje hablado. Chiara se acerca a un ventanal ruinoso. Se levanta de puntillas para atisbar a través de él. Poca cosa puede ver: son los últimos restos de un castillo alguna vez majestuoso e imponente. Tú permaneces oculto en un rincón, cubierto de oscuridad, paralizado de miedo.

Escuchas un aullido que parece lejano. Pero lo escuchas en tu interior. Es un llamado tan antiguo como la noche. Ven, ven a mí. Y vuelves a escuchar la voz de Chiara entonando aquella melodía. Tu sangre corre más de prisa. Cierras los ojos. Ojalá ellos vinieran. Así ya no estarías tan solo. Olfato. Algo que te parece familiar y al mismo tiempo desconocido. Pisadas suaves que se acercan a ti. No te resistas al poder. Chiara. Está delante de ti y a pesar de todo, reconoces sus ojos con ese matiz amarillo que apenas se percibe en el iris. Ha entrado al castillo y se pasea más allá de las defensas que has construido con tanto esfuerzo. Ella sabe que puedes transformarte aún sin ser de noche. Ven, ven a mí. Ya no estarás solo. Su pelaje es de un color gris más claro que el tuyo. Tomas aire, inspiras. Los copos de nieve siguen cayendo. La vida no se detiene a pesar del invierno. Hay tanto calor y tanta fuerza dentro de ti. Por primera vez en mucho tiempo, sonríes. Ven, ven a mí. Chiara y la luna te llaman. En las faldas de la montaña una manada de lobos espera cautelosa a una pareja que se acerca sin prisa.

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‘EL EJÉRCITO FURIOSO’

A la escritora francesa Fred Vargas (seudónimo de Frédérique Audoin-Rouzeau) la conocí a través de una entrevista que el diario ‘El País’ publicó en 2008. Es arquéologa medievalista (mejor dicho, arquezoóloga), que en sus primeros años investigaba epidemias del pasado (como la peste negra). Su estilo se clasifica como novela negra pero ella siempre aclara y subraya que lo suyo es novela de enigmas y la define como: «Es una novela de vida o muerte. Cuando no puedes resolver tus angustias, tus temores, los representas en una novela. La ficción te permite reconocerlos. Saber. Avanzar para volver al mismo tiempo, pero tranquilizado. Es la función de los cuentos. Te ayudan a dormir. Y de los mitos».

Fred Vargas tiene más de 25 años de carrera, donde ha publicado ensayos, obras científicas, pero sobre todo novelas. En 1991 debutó el personaje de Jean-Baptiste Adamsberg en la novela ‘El hombre de los círculos azules’. Hasta la fecha, el comisario Adamsberg (de la policía de París) es el protagonista de nueve novelas. Es intuitivo y tiene buenas maneras. Algunos lo llaman «paleador de nubes», porque parece que nunca tiene los pies sobre la tierra, pero cuando una idea se le mete en la cabeza no para hasta descifrar el misterio. Se me figura un poco a Colombo, ¿lo recuerdan?

Muchos lectores declaran que Vargas los desquicia. He leído comentarios donde algunos se quejan de cierto abuso al manejar, plantear y resolver hasta más de tres historias en un mismo libro. A mí me parece una obra artesanal, porque esas historias siempre están relacionadas entre sí y cumplen con su función de mantener centrada la atención del lector, sin descuidar ningún detalle. Y tratándose de historias cuyo protagonista es Adamsberg, en todos los libros aparecen recurrentemente no sólo el equipo del comisario (todos carismáticos, con personalidades peculiares y hasta entrañables) sino hasta un vecino español que con sus comentarios es capaz de darle pistas a Adamsberg, entre otros que dan esos toques de cultura general y hasta de humor.

‘El Ejército Furioso’ se publicó en 2011 y es una de mis novelas favoritas de Fred Vargas. En esta historia, el comisario Adamsberg investiga (fuera de su circunscripción) cómo una leyenda medieval puede amenazar a los habitantes actuales de Ordebec, un pueblo situado en Calvados (Normandía), una zona donde Vargas vivió de niña. En esta novela se mezclan realidad y fantasía en una historia cargada de miedos y supersticiones. El Ejército Furioso, también conocido como «la cacería salvaje», es un mito antiguo y popular que se extiende por todo el norte de Europa, llegando inclusive a Inglaterra y el norte de Francia. Se trata de un grupo de cazadores que son muertos vivientes montados a lomos de caballos fantasmales que persiguen a los pecadores: villanos, explotadores, asesinos, jueces indignos… Los vivos que son testigos de esta cacería mueren en una semana o, en el mejor de los casos, tres semanas más tarde.

En la novela ‘El ejército furioso’ se mezclan dos crímenes: por una parte, un multimillonario y poderoso empresario parisino, Clermont-Brasseur, a quien han quemado vivo dentro de su auto y todo apunta a que el causante ha sido un conocido pirómano, pero Adamsberg está seguro de que el chico es inocente y hará todo lo posible para hallar al verdadero culpable. Y por otra parte, en un pequeño pueblo normando se ha desatado una ola de asesinatos provocada por el Ejército Furioso. Será Valentina Vendermont, una vecina de Ordebec, quien solicite la ayuda del comisario Adamsberg, pues Michel Herbier, uno de sus vecinos, ha desaparecido. Pero lo que a ella le preocupa realmente es que su hija Lina ha sido testigo del paso del Ejército Furioso y ha visto cómo se llevaba a Herbier junto con otras tres personas. Esto es debido a una capacidad casi sobrenatural que tiene Lina. Pero su madre quiere protegerla, pues si siguen los asesinatos el pueblo acabará destruyendo a quien ha visto al Ejército Furioso, como ya ocurrió años atrás.

Hay una mezcla de apariciones, realidad y mitos que logra atrapar al lector. Insisto: Vargas juega a tres bandas con historias que parecen no tener ninguna relación, incluyendo cómo Adamsberg confronta su recién descubierta paternidad de un joven de 27 años. Los diálogos, como ya es costumbre en Vargas, son geniales e ingeniosos. Y de repente, lo increíble se vuelve creíble con tremenda lógica.

Título: ‘El Ejército Furioso’. Autor: Fred Vargas. Editorial: Siruela. Páginas: 368. Edición: Papel.

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Macarena Muñoz Ramos

Nació en la Ciudad de México. Estudió diplomado en Creación Literaria en la Escuela de Escritores de SOGEM (Sociedad General de Escritores de México). Ha sido guionista y redactora de televisión (área de noticiarios), articulista en varios medios, colaboradora en radio, imparte cursos de literatura de horror y es especialista en vampiros. También escribe relatos cortos que se pueden encontrar actualmente en la revista digital ‘Penumbria’. @MacVampMM

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