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8 poemas de Juan Santander Leal - Zenda
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8 poemas de Juan Santander Leal

*** PUERTAS El orgullo crece alrededor de la autoestima y tropieza cuando llega al río Sábado. Busco armonías en esa cinta y un testimonio que se expanda diariamente. Los ciclistas no olvidan cómo caminar pero los choferes olvidaron cómo andar en bicicleta. Mientras llueve las babosas reptan dibujando piernas. Los vestidos florales me recuerdan que...

Juan Santander Leal es un poeta nacido en Copiapó, Chile, en 1984. Ha publicado los libros Allí estás (2009) y Cuarzo (2012), reunidos en versiones revisadas junto a la plaquette Agujas en el volumen La destrucción del mundo interior (2015); Hijos únicos (2016, premio Mejores Obras Literarias, categoría poesía publicada), y la plaquette Nueve lugares (2017). Sus últimas publicaciones son los poemarios Sed y sal (2020) y El río Sábado (Overol ediciones, 2022) del que presentamos una selección de textos.

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PUERTAS

El orgullo crece alrededor de la autoestima y tropieza cuando llega al río Sábado. Busco armonías en esa cinta y un testimonio que se expanda diariamente. Los ciclistas no olvidan cómo caminar pero los choferes olvidaron cómo andar en bicicleta. Mientras llueve las babosas reptan dibujando piernas. Los vestidos florales me recuerdan que la moda tiene pena de sí misma, sobre todo si atraviesa la colina cuyo pasto nace ahora. Contrario a lo que pienso borracho en el verano, siempre aparecen nuevas historietas; por ejemplo: La sonrisa del personaje que enmudeció a los árboles. Cuántas puertas fueron botadas a la basura para que hoy los eclipses parezcan divertidos, y cuántas teorías sobre la contracción del tiempo quedaron obsoletas. Las pantallas explican y las plantas investigan; solo hay que mantenerse quieto, preparado para pasar días sin expresarse.

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MONTAÑA

Viajo con alas prestadas y pienso que el tiempo no confronta las arrugas cuando alguien destruye las murallas. La industria del cine regula la velocidad de mis ojos desde la primera película, el poder será ejercido con más fuerza cuando ya no se impriman calendarios. ¿Qué soy para una montaña cuando es de noche y busco algo de comer en mi equipaje? Como mucho se me permite bostezar, por eso existo en el negocio de la indolencia. Me interesa lo que resucita, lo que no posee subjetividad y resucita, porque no uso la palabra amor con los objetos. Y escucho: «Solo estoy a tu lado si no puedes verme. Te espero en el expresionismo de siempre; no decaigas». La serie de televisión donde tomaban prestada una orquídea me recuerda los hombros del desierto, que son tantos que parecen uno.

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MISIÓN

Mi cocina es rectangular y a veces no puedo entrar en ella, por un candado que confunde su misión con sumisión. Ensamblo una vida que entrega la saliva suficiente para no dar instrucciones. La región en la que vivo está cruzada por el deseo de salir de casa, y no importa si no hay respuesta a mis mensajes. Recuerdo cuando mi misión era una piedra en el zapato, una colección de rutinas ordenadas de la más insigne a la más insana. Cuando termine mis clases pensaré en cuántas personas han utilizado mi cabeza. La ración de comida que gané mirándome al espejo sobrevive y la caricia que no di me será pedida una tarde similar a las alas de un flamenco. Por todo esto, mi cocina es inconducente y desconozco los propósitos de mi candado.

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MÚSICA

Bajo los puentes el río Sábado es un hilo de agua sucia pasando entre los adoquines. El acto de memorizarlo ha sido alterado por la proliferación de imágenes. Un río es posible fuera del tiempo, pero no es posible sin música. Desde los edificios, casi nadie se emociona con la manzana girando en una mano de la estatua. Un cartel publicitario afirma: «Te hemos dicho tantas veces que no busques». La ciudad está repleta de mensajes, por tanto, es difícil ingresar al habla una frase tan simple como «no quieras». No quieras esto, no quieras lo otro. Al construir o destruir una ciudad es inevitable que se produzcan imágenes. Sin embargo, el río solo necesita música para invadir la indiferencia.

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PASTO          

Nos queda el pasto del parque para recostarnos en el planeta, y el cielo tras la lluvia es amigo de la planta que regamos y no es nuestra. Cada visita permanece en la memoria, los apuntes no son azulejos sino el moho que crece entre ellos. Es posible reformular lo que estaba totalmente claro hasta que pocos lo entiendan: el teatro al que asistimos, la canción más escuchada, la violencia doméstica. El pasto es una amenaza si las instrucciones son seguidas pensando en la posteridad. Las emociones se atenúan en un sitio donde cada objeto es público, así es el descrédito de lo que crece libremente. Estamos de acuerdo en cuanto al daño que el presente hace al verbo esperar. Nada está listo para ser parte de un verso.

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EMBLEMAS

Una gran mano separada de su brazo viaja por calles y huertos. Mientras las piedras están quietas junto a la maleza del mañana, un zángano las aprecia como arte y el olivar asustado se aleja de la playa de los retóricos. Una encrucijada para todos o diez mil encrucijadas para uno, es lo mismo.

En el marasmo de la cabeza se anuncia: no más soluciones enhebradas con obsesión, no más esperanza exprimida del ocaso. ¿Cómo insistir cuando no hay fuerza suficiente para retroceder? He visto al uno convertirse en dos, en tres, he visto al uno convertirse en treinta. Biblioteca de proyectos desechados: escucha lo que tengo que decir.

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ZONAS

Cuando las colinas eran verdes solíamos pensar poniendo en riesgo nuestra colección de madrigueras. De lo que nos perseguía brotaba el pigmento con el que dibujábamos. ¿Dónde hicimos por primera vez el animal que trazábamos una y otra vez? Era una zona donde los sueños se cocinaban lento y la mansedumbre decoraba el espacio en que dormíamos. Como abalorios esperando ser llamados por algún collar, esperábamos en las filas para ser escuchados. Dividíamos los años en pedazos, también lo que sentían nuestros dedos en contacto con manos ajenas. Hacíamos observaciones en condición de forasteros, la lectura doblegaba nuestra personalidad. Las bibliotecas eran cuevas donde se mezclaba ascetismo y bufonería. Descreídos y comprometidos, cínicos y simples; así nos íbamos formando. Durante la liberación de las palabras rojas que llevábamos dentro, las cartas fueron enviadas. Las recibía un ángel de madera sin leerlas.

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RUEDA

Cuando los ojos son superados por la luminosidad aparecen indicaciones para la personalidad anfibia. Un membrillo rueda hacia quien lo desea al desprenderse del sol durante marzo. Es necesario hablar del río Sábado buscando las palabras apropiadas, antes de que lleguen los ejercicios recomendados por el otoño, antes de que aparezcan los deseos de construir una pirámide. Ahora es cuando la mano perfecta se deja examinar.

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Juan Domingo Aguilar

JUAN DOMINGO AGUILAR (Jaén, 1993). Escritor, comunicador y gestor cultural. Fue director del grupo Viridiana Teatro y coeditor de la revista La Novicia. Sus poemas han sido traducidos al portugués, al inglés, al árabe y al italiano y han aparecido en revistas como El Cultural, Periódico de Poesía de la UNAM, Círculo de Poesía, Buenos Aires Poetry, Anáfora, Elipsis, La Raíz Invertida, Nayagua y programas como Tres en la carretera, Radio3 o Página Dos, TVE. Coordina la sección «Versátiles» en Zenda. Ha publicado La chica de amarillo (Finalista del I Premio de Poesía Esdrújula), Nosotros, tierra de nadie (XXXIII Premio Andaluz de Poesía Villa de Peligros), 2ª Ed. La Castalia, Venezuela, 2020, y anticine (V Premio de Poesía José Ángel Valente). En 2019 obtuvo una beca de la Unesco como creador residente en Óbidos (Portugal). Fue residente de la XVIII promoción de la Fundación Antonio Gala.

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