Rodrigo Olavarría es un escritor y traductor nacido en Puerto Montt, Chile, en 1979. Es autor del libro de poesía La noche migratoria (2005), de las novelas, Alameda tras las rejas (2010) y Cuaderno esclavo (2017); y el ensayo Apuntes sobre identidad de clase y canción chilena. Ha publicado numerosas traducciones que incluyen los libros: Poesía antipatriarcal de Gertrude Stein, Aullido y otros poemas, Kaddish y otros poemas y Prosa deliberada de Allen Ginsberg, Yo no de Eileen Myles, Benito Cereno de Herman Melville, La máquina blanda, El ticket que explotó y Nova Express de William Burroughs, El placer de odiar de William Hazlitt, Antología de Spoon River de Edgar Lee Masters y Este pequeño arte de Kate Briggs. Además ha traducido la poesía de Rodrigo Lira al inglés en colaboración con Thomas Rothe, además de otros poetas chilenos. Suele escribir sobre literatura, cine y música en diversos medios y regularmente como crítico literario en Revista Santiago. Los poemas que presentamos pertenecen al libro inédito Mientras Gilda nos educa en el amor, a publicarse este año.
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USUZUKURI
Más que antes en suelo inseguro te bendigo.
Rodeada de ascensores futuristas eres tres
y al fondo del robo de mí mismo serás tú
quien traiga flores cuyos nombres ignoro,
quien llene mis cajones de partituras de luz
y cuchillos para estaciones de habas y menta.
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OTROS ÁRBOLES DE ENERGÍA
Una de las muchísimas cosas que discutimos
mientras caminábamos por el cementerio
y bajábamos al mar por Galvarino Riveros
fue la cifra, la masa crítica de nuestros amantes.
Llegamos a ese tema atando cabos y lianas
que iban de la muerte física a la muerte en vida,
después se puso pensativa y dijo: “El cuerpo
guarda información de todas las parejas sexuales”.
El caso es que la memoria del cuerpo es real
y tiene forma de depositorio o hemeroteca,
hay un archivo para los miembros amputados,
microfilms en mitocondrias y hélices dobles.
Como sea, somos proclives al estudio del pasado,
nuestro cuerpo se niega a dejar lo que le trajo dicha
y, como un policía que no cree en la redención,
atesora prontuarios, recortes y álbumes de fotos.
Alguien podría decir que donde hubo un sendero
que conducía al amor hoy crece la maleza
o que donde existió un mar interior con barcazas
y goletas hoy se extiende la superficie marciana.
Pero no es tan así. La maleza esconde la huella
y el desierto las escoriaciones del oleaje.
Así mismo la lengua chasquea en su bóveda
sorbiendo un nombre que no refiere a nadie.
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MIGRACIÓN
Cuando apenas había cumplido los seis años,
mi madre y mi abuela me obligaron a memorizar
la línea sanguínea que me emparenta con Venus.
Esa es la razón de mi legítimo derecho de cisne
a corromper el olor de la habitación de una mujer,
a invadir colchas y sábanas con mi propio aroma,
a decir hola qué tal a la manzana más alta,
a exigir la verdad de pie en una pista de baile,
aunque no haya nada cierto, excepto seguir
adelante como un ave migratoria que se va
y regresa siempre sin concebir cómo, perdido
o camino a la perdición pero en movimiento,
con esa voz en el centro líquido de la experiencia,
esa que dice: eres un pájaro, debes volar al Norte,
caminar por un parque junto al mar, abrirte
a la naturaleza móvil de las cosas y a la muerte
sucesiva de todos los fantasmas que creíste ser.
Siempre habrá un hotel de tres estrellas en la ruta,
un gaitero que se asoma al barranco al anochecer,
un obelisco donde una vez estuvo de pie un ángel.
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CÓMO PREVENIR UNA PANDEMIA
Los científicos predicen la llegada del ébola a Londres
en dos semanas y a cada rincón del globo en un mes.
Mientras tanto tú, mi amor, me pides que te olvide.
¿No te parece exagerado desahuciarme justo ahora
que los ríos se secan y una pandemia global amenaza?
En los años sesenta Estados Unidos promulgó una ley
que prohibía casarse por miedo. Yo legislaría sobre nosotros,
pondría freno a toda muestra de temor. Lo que me recuerda,
una vez dijiste, en una cama en La Paz: “Me vas a olvidar”.
El caso es que hasta ese momento me sentía un pionero,
un explorador quemándose los dedos en pos de una cima,
y de pronto te descubrí enamorada, muerta de miedo.
Todo sobre la tierra se convierte en polvo y luego vuela,
la mancha del amor es la brasa humeante que sostengo
y elijo ponerla en tus manos para verla gotear amarilla
sobre las hojas, mejorando el color del azafrán y la miel.
No hay más luz que esta luz, este insidioso fogonazo,
esta forma de postergar el contagio de la oscuridad.
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NO HAY TIEMPO QUE PERDER EN ESTE MUNDO
EMBELLECIDO POR SU FIN TAN PRÓXIMO
Hay un poema que dice que el mundo es más bello
si nos hacemos conscientes de la inminencia de su fin.
Yo tomé nota y luego acciones concretas al respecto,
me serví café y me dispuse a escribirte una carta
en la que digo: Jandi, te recuerdo y no me olvides,
dentro de poco estaré en Pérez Roca y San Martín
o un par de cuadras al Oeste, junto a la quebrada,
armando una cometa con los restos de un navío.
Hace un mes vi a mi abuela muerta en un cajón,
su dulce materia indistinguible en todo aspecto
de la caja que la contenía, las lámparas y las flores,
infinitamente despegada de quien le tocó ser,
librada del todo de cualquier proceso familiar,
maquillada como ella jamás lo hubiese permitido,
vaciada de sí misma, un pimiento relleno de muerte.
Y esa visión me puso en contra de la inmovilidad
y me hizo parcial de los insectos y los pájaros
a tal grado que llegaban a anidar a mi ventana.
Yo antes era un arma arrojadiza, una ventisca
que entraba por los tejados y hallaba su camino
hasta lo que yo creía era la verdad, un cuerpo.
Sé más o menos quién soy, conozco este montón,
esta suma mal hecha, este espantajo que se busca
y ha encontrado en la dulzura de una mujer,
en su voz, en su silencio y su cuerpo, el descanso.
No vamos a morir mientras estemos enamorados
y si llegásemos a morir habremos embellecido
estas brevísimas estancias en la materia con amor,
con esta intuición que se hace más profunda
al mezclar nuestros alientos, ya sea bajo techo
o bajo el sol que alisa la superficie de los lagos.
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TRAS HABLAR CON SU AMADA
Después de llamarte por teléfono y plantearme filosofías,
ideas y procedimientos de orden material e inmaterial,
formas de supervivencia sin ti, en pie de resolverlo todo,
es cuando veo que no hay modo, que no es posible la paz,
que si tú estás allá y yo de este lado no hay vida posible.
Porque qué pasó hoy, no respondiste un par de mensajes
y mi vida se fue al tacho de la basura, se llenó de miseria,
angustia y canciones tristes. Dónde está mi paz soñada
en el amor luminoso, dónde la alegría de saber que existes,
dónde el abandono a la energía de nuestro deseo y el poder
que debe reunirnos para celebrar nuestras sutiles cadenas.
Solo veo a Herb Alpert diciendo This guy’s in love with you
y a Mick Jagger susurrando Oh, Daddy you’re a fool to cry
en repetición infinita en la radio. Quién es este adolescente,
eso me pregunto. Pero de pronto recibo un mensaje tuyo,
recupero la visión, la palabra y la entereza. Aquí estás,
entre la madreselva y el aroma de la salvia, en mis manos,
dulce en mi lengua y cimbrándote como un arco sobre mí,
de pie frente a la iglesia en la plaza de Surco Viejo, donde
un niño me dice: ¿Usted es el de la foto? Y le guiño un ojo.
Cualquier cosa para pertenecer ahí, para estar más cerca.
Y ya voy teniendo certezas, en esta agitación, en esta caída.
***
A MEMORABLE FANCY
Ella me dijo: Pesado, no viniste a mi fiesta. Y yo:
Te juro que quería ir, pero apañé a un amigo,
ese bien locuaz que me acompañaba en la feria.
Él quería ir a una fiesta fija en el dos mil cuatro
donde estaba una actriz inalcanzable que ama
y que igual le envía unos mensajes cruzados,
así que lo acompañé a desbarrancar la esfinge.
Llegamos y ella venía bajándose de un taxi
llevaba tacos, minifalda y mucho maquillaje.
Bailaron mucho, muy cerca, y de pronto ella
se había ido, quizás rumbo a la cama de quién.
Al día siguiente mi amigo dijo: Debo reconocer
que igual ella me trae una cierta dicha vital.
A la loca igual le alegra encontrarse conmigo,
podría definirlo como una simbiosis precaria
que envuelvo en fantasía. Una memorable fancy.
Y yo le dije: Recuerda a Blake, lo que le dijeron
un día Isaías y Ezequiel, los profetas príncipes,
cuando el buen William preguntó azorado
cómo se atrevían a decir que Dios les hablaba.
Recuerda lo que respondió el profeta Isaías:
“No puedo decir que vi un Dios propiamente tal,
ni que escuché algún tipo de Dios cualquiera
en un sentido de finita percepción orgánica,
pero mis sentidos descubrieron el infinito
en todas las cosas”. Como tú en la pista de baile.
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