Fotografía de portada: Uve Valentin
Manuel Boher es un escritor nacido en Santiago de Chile en 1999. Ha ganado dos veces el premio Roberto Bolaño. Y en 2021 publicó su primer libro de poesía: Publiguías. Escribe sobre libros para algunos medios chilenos, y actualmente trabaja en la publicación de su segundo libro de poemas. Presentamos una selección de textos inéditos.
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Las muy ricas horas
De modo que son piojos los del cilicio
y no es una misma haba
la que cuecen en todas partes,
bien habrá cerros Magdalena también en Queilen
con tres primeras puntas que
aparezcan
por el hueco de tu codo contra la costilla.
Ya que nadie peina la muñeca
con palabras como ruibarbo,
las cabalgadas sonarán cada vez
más a maní llenando la arpillera.
Bien cargaba un saco de hojas para
asombro de mi suegro, y bien
me reciben
al fondo de la cocina, en el aire confinado.
Si los niños no tienen PC,
esta larga pajita de centeno
tal vez ayude a que beban la leche,
de modo que humee un brazo de reina
desde poyos y el apoyadero,
y sea yo
la mano de niña que le escriba
el glaseado negro con forma de guante.
***
Clases de bajo
Son casi humanas estas peras de muchas semillas
y veo cómo las tira tu papá, para que pasten sus vacas en el bolo
un bolo grande suspendido del silo y en la soberbia
de la camioneta, aún envuelto, blanco. Yo sé poco de la gente
pero esta es la pieza de tu hermano y reconozco
que dormí dos veces aquí, pero tres considerando enero.
Hubo gente que pudo perfeccionarse, construir en eso
una gastronomía, o un olor a jabón sobre la ropa
que destruyera lo auténtico en nuestro mundo, y su fuerza.
Aunque algunos cuervos cantaban a estas horas, aunque
estemos en ácido volviendo donde mi familia
tú siempre quieres que esté sacándote fotos. Tus
amigas a mi abuelo le contaron, sin trabas ahora
la vanidad de chupar pechos muchas veces, tendidas
en la hierba de vida, de campos tipo¸ campos
que algún ignorante pondría de ejemplo para lo silvestre.
Lo mismo valen panes que fardos o haces de palos, donde todo
tiene la embriología en el calor de esas rancheras en el vientre,
porque si el mundo tuvo siete colores, dos o tres eran el mismo
bajo luces opuestas. Y descalzo provocaba una briza
que soplaba sobre tu vida, porque así subirías con mi sobrino a las tacitas
en el calor de esas rancheras, en un clima de guitarrones acompasados
esfuérzate en torcer con más nietos la rueda de tus padres,
después de todo, este aserradero es enorme
y en el centro del mundo hay una roca
donde los velones nos alumbran los ventanales como en el cine.
Quiero que pase, quiero proponer este restorán de la panamericana
para cuando la práctica del cálculo se propague lentamente.
Conocí personas que impidieron que nuestra naturaleza durara,
la idea “en aquel tiempo” fue resentirme por medir
que tu felicidad repite los modelos de tu furia. Que tú eras
el obstáculo que el mundo había diseñado para mí,
que no dejaste tiempo para el ocio en el tiempo propio, que
por eso tocas tan bien el bajo, según tu papá.
***
Mahmud y el tamiz
Venderás cien mundos para darle sabor a la nieve
cambiarás la música y quemarás un brocado de lana y ruda
para espantar a la mosca gorda de los modales,
de las muestras de respeto que según tú me afeaban
porque ese día estabas muy relajado, créeme
yo no quería romperte el hervidor
no quería que me vieras en esa foto
tamizando tierra en la calle. El edificio estaba en silencio
y alguien, en alguna parte
usaba por primera vez una peluca.
Afuera, la alergia era un dispositivo del espacio
de vivir con animales, de viajar con tu hermano
a la casa de tus primos, de conocer a tu papá:
alguna vez me dijeron entra con el bodega hecha una escoba
entra, me dijeron
porque Mahmud vio al mundo en un pedazo de pan negro
y a Mahmud también lo vieron
tamizando tierra en mitad del camino.
Entonces alguien, en alguna parte
usaba por primera vez una peluca.
***
Novelas Ejemplares
El número tres como late-motiv en las higueras
que abren más la grieta del sillar. La platería y
la cantidad de tazas así también otro pábulo
cuajado en almagre, un sello de toro hasta
patios sobre fachadas o los patios que tu
abuela quiere pintar sobre unas cajas. Desde
una piñata de moda a una moda de piñatas,
los caminos ocupaban Novelas Ejemplares
como piedras de sangre, la música bajaría
perlada y aquí, por lo seco: es mejor azacanear
agua verde del río en un balde, así mejor que
arreglar una máquina de pan en polvo, mejor
que deambular de corrido por la rueda de los
tábanos, la junta del hospital, y los nuevos
libros de ochavo en el hueco de las alas. A
veces una grupa de mulas se soltaba en enero
y yo con el cerquillo cerrado y el cuerpo
como jaiba en una tina de agua caliente:
miré las arañas sobre el adobe, las veladuras
de una mano hacendera, de un título de
pedagogía en historia, economía doméstica
la rúcula con la manzana en el vinagre y
los hijos de la vecina con su Baldor en casa:
entonces den espacio a la mente adolescente
de incubar una tormenta entre la cama de arriba
y la cama de abajo, curar las heridas
que hace el adorno de un gallo de fierro en
las partes blandas de la mano. Una lata donde
las pepas de sandía brotaban así larvas en arroz,
en esquinas de pimienta barrida, en donde
muchas veces orinaba tu papá apenas se hicieron
eternas las películas que vieron con los perros
echados en el sillar, los dos. El primer
biógrafo nos dijo: “Decíamos ayer con vuestra
abuela…” faltaría el tablado, colgar las pinturas,
andaríamos por la tierra con las uñas de años.
***
Abril, marzo y mayo
Desde el suelo hacia el capó y desde el capó
hasta bambús húmedos y muy verdes,
algunas copas nos abombaron las murallas
con tomates enanos que se cuentan en puñadas–
y desde los bambús cruzados por tomate
un tiempo con olor a hojas
diseñado en una caja de galletas–
patios llenos de trastes y pilones y peceras turbias
y como si fuera otro cascajo en los encasillados de hierba,
una guagua sin ropa, mirándome jilotear
una flor de maíz con las tijeras escolares.
Me interesa viajar a Duao, como mi papá
dos veces a la semana,
quiero buscar una dirección que los proveedores
me hubieran dado mal, que me tuviera
caminando esa luz estrecha del otoño
abrigándome y desabrigándome
hasta que alguien
me responda las llamadas,
volver donde tuestan pan y muelen palta,
a decirle a cualquiera si este mes, abril
fue mejor que marzo, y si mayo será mejor.
***
Yoga en grupo
Hubo que hacerlo por amor a nosotros:
golpear chanchas, arriar
con los palos de roble que traía la leña
como banderas, como si tatuáramos el oído de un perro,
y calibráramos caballos de fuerza,
en una
mano maestra
que nos partía nueces frente a la tele. Pero
esperaba que adelgazar se sintiera diferente.
Esperaba que adelgazar se sintiera diferente,
cuando me recetaron risperidona donde un buda y los coligües
impiden
que el mundo se reinicie en marzo.
Tuve cebollas en las rodillas y los codos rojos,
y estuve hincado mientras tomaban la once
bajo mi póster de Prince con la chaqueta abierta
y mientras empaquetaba
con esa foto
pescados en mi mente,
pensaba:
ahora también quisiera envolver una marraqueta gris con papel de diario,
con hojas de gente que monta su vida en granjas
donde los nueros duermen si el suegro se levanta.
Las rocas del atascadero
son las naves a pedales de una laguna con gansos,
gansos que graznan contra el estómago de alguien dormido
y es
en el verano que se nos presenta
como avispas sobre un montón de bandejas,
y es
en la última hora de la semana,
cuando esta señora intenta explicarnos por qué a su edad
la depresión es diferente: y entonces
desteje con ese pensamiento
el cuadrado a crochet
que hizo con nosotros en la sesión de grupo. La
cabeza es el puño de la espalda, y aunque
a los viejos yo les hable como a niños
esta cariñosa pedantería estará en segunda persona:
y vendrá
con la misma torpeza
de los que al tener un yeso siguen amasando con los pies
la cabeza de sus gatos.
***
Uvas lobo
Hay que decirles: la fábrica de sed
no tenía memoria del agua
habiendo tanto jarro
entremedio, traías
un boleto con una palmera
de copa más larga que la de nogal,
y números encima de nombres
y
no quiero decir lo que comimos
pero todas eran cosas para beber,
tan rústico todo y él ahí
de espaldas a la casa,
desollando una liebre
como pelando mal una papa.
Lo miraban a modo de
águilas desde una rama con guindas,
y son sus ojos sin niña
los ojos del canon, el derecho
como el aire de noche. Y en Rejas,
donde descansamos esa tarde,
encontramos
al fin un momento
para jubilar el piyama y respirar.
Lo vieron mucho tiempo
bajo el sol que calienta los panes,
y
yo me río
porque llegó a ser gracioso el secreto,
y supieras
cómo lo gritan de pulmón a campo
estos hombres que no toman café
salvo en sus consagrados
brunches corporativos, donde
hasta las garzonas
festinaban con el cuento.
Inventas que la quebradura
de tu canino fue
por comer esa madera de chirle
como si fuera una uva de caca de cabra;
que has visto
pestañear al retrato de Ercilla
desde algún espejo
de tu bodegón venido a menos. Que
por cosas así
la gente ya no sabe andar en burro.
Pero entonces?
qué dirás al apearte
en el siguiente camino,
cuando te recomienden
leer “La Grandeza de la espada”?
un buen profesor de esgrima
bebe simplemente y
simplemente viaja en burro.
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