Foto: Alejandro Meter.
Jorge Ortega es un poeta nacido en Mexicali, México, en 1972. Doctor en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha publicado más de una veintena de libros de poesía y ensayo en México, Argentina, España, Estados Unidos, Canadá e Italia. Su trabajo poético ha sido traducido al inglés, chino, alemán, portugués, francés e italiano, y forma parte de múltiples compilaciones de poesía mexicana contemporánea. Igualmente ha colaborado con poemas, reseñas y textos de crítica sobre poesía en diversos medios culturales de Hispanoamérica, tales como Buenos Aires Poetry, Letras Libres, Nexos, Periódico de Poesía, Quimera y Revista de Occidente. Asimismo, ha participado en festivales de poesía y congresos de literatura en variadas ciudades de América, Europa y Asia, y se ha desempeñado como profesor visitante en universidades de California. Entre otros reconocimientos, ha obtenido el Premio Estatal de Literatura de Baja California en 2000 y 2004 en los géneros de poesía y ensayo, respectivamente; el Premio Nacional de Poesía Tijuana en 2001; el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines en 2010; y, recientemente, mereció el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 2022 en la categoría de poesía con la obra Hotel del Universo. Su publicación más actual es la antología poética bilingüe español-italiano “Luz bajo las piedras”, que apareció el verano de 2020 en Roma, Italia. En octubre de 2022 se cumplieron 30 años de la publicación de su primer libro, titulado Crepitaciones de junio, cuya evocación conmemora ahora tres décadas de labor escritural ininterrumpida. Ingresó en 2007 al Sistema Nacional de Creadores de Arte de México.
***
Justificante de ausencia
He olvidado cómo empezar a escribir.
He olvidado cómo empezar un poema.
Un paso al frente, dos. Una frase,
dos líneas.
Vuelvo aquí luego de mucho tiempo,
semanas, meses,
limbos
de la desmemoria
relegados aun más
por la farsa del mundo.
Lo que sucede afuera representa la roca
en la boca de la cueva.
Todo pronunciamento es irrisorio
junto a la realidad que nos excede.
Pero brota de un grano de mostaza
el árbol cuya rumorosa sombra
mitiga la sequía.
***
La vía del éter
El mundo cabe intacto en el silencio.
Lo prueba una mañana de domingo
en que por vez primera, después de no sé cuánto,
todo es lo que es
sin hacer ruido.
Las llamadas a misa, los camiones,
las maniobras de albañilería
—seguetas, mazos, cumbias—
y los repartidores de Uber Eats
cohabitan a la sombra de un incierto receso.
Plenitud de la inmovilidad.
Baja la marea del pandemónium,
sube la marea de la ataraxia
ahogando los clamores.
La intensidad conjura en los tejidos, una revolución
prospera al interior de una bellota,
el bagazo se pudre en la basura
en cámara lenta
para ofrecer a nadie
la esencia de su abono.
La cuarentena blinda los cristales, acoraza los patios
cerrándose al efluvio de la vida.
Pero en el tegumento de la cosas
bullen ya los átomos
de una nueva era.
***
Cuenta regresiva
El tiempo es una forma de medir la vejez.
Nos vamos consumiendo ya desde que nacemos.
El corazón resguarda su clepsidra de sangre.
La piel es una brújula del cuerpo que declina.
El geranio del parto orienta las edades.
Dormita en la semilla el mosto del ocaso.
El camino de ida es el mismo de vuelta.
El camino de vuelta comienza en el principio.
La plenitud precede a la putrefacción.
La tumba es la placenta de los sueños futuros.
En lo que pestañeas surge y claudica un reino.
Una arruga, una cana, toma una eternidad.
Adentro de la fruta madura la inmundicia.
El vientre es la raíz del árbol de la muerte.
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Barranca de la carnicería
Sólo los muertos saben
lo que ha pasado allí.
Sólo a ellos
les ha sido otorgado
conocer la verdad, interpretarla
desde el primer hachazo
o el tiro de gracia
con ojos sorprendidos.
Nadie se percató de lo ocurrido.
Un taxista a deshoras, un trailero,
un peón desbalagado.
La soledad fue el único testigo.
Si hablaran los arbustos
del cerro de la nada
serían también borrados por el fuego.
***
Ancho de banda
Bajo el pulso del viento las ramas enjoyadas de hojas color verde lima se mueven y crujen.
El río del tráfico suena a lo lejos como una cascada efervescente.
Una pareja camina por el parque compartiendo el ascua de oro de un cigarrillo.
El ojo pasmado de la luna se asoma a nosotros desde fuera del cosmos.
La calle vacía cobra vida con un gato veloz que cambia de acera.
Un grupo de ciclistas pasa levitando como un tropel de gacelas.
La impávida lechuza sorprende al oficinista en su regreso a casa.
Una corredora trota en ropa fosforescente y deja tras de sí un rastro de luz.
El aire intenta hablar pero se adelantan los grillos.
La marea de la oxigenación trabaja confiada a la continuidad.
El frío recubre con su diadema de escarcha las luminarias del alumbrado público.
Los faros de los autos son los cálidos fanales de un hogar rodante.
El clamor de las canchas culmina en torno al sol de un balón detenido.
Esta porción de mundo es un jardín encantado que encubre la entrada a otro mundo.
Flota en el ambiente un enjambre de señuelos cuyo origen y destino ignoramos.
El diorama de las apariencias reserva un irresistible llamado.
El barrio se apaga dientes para afuera: fachadas vemos, ritos no sabemos.
La noche ha terminado de impregnar con su tinta el papiro del cielo.
Cae el telón. La oscuridad acoge el universo de todas las combinaciones.
***
Jardín central
El follaje es más vasto
que el árbol del que brota.
Abajo, desde el suelo,
la sombra los acoge por igual
como el tibio regazo
de una madre amorosa.
Los frutos que han caído hasta podrirse
marcan los días sin eco,
invaden el olvido,
pautan la soledad
de las preguntas huérfanas.
Un mozo en bicicleta se detiene
al rondar por ahí. Prendido de una rama,
atolondrado ya por el mazo del so
hurga en el cenote de una pausa
un metro de frescura.
La sombra contiene al mundo
y en su pozo de agua oscurecida
reverdece el futuro.
***
Abraxas
Palabras de este mundo
para hechos de otro mundo.
Arrojas el anzuelo
al estanque del cosmos
y pescas la escafandra
de un náufrago de cielo.
Hundes el papalote
en la manga del viento
y regresa enjoyado
de líquenes y conchas.
Lo que no ha sido o lo que ya fue
emerge del abismo del deseo
y cuaja en el lenguaje.
Los túneles del tiempo,
el sumidero de los hoyos negros
custodian la raíz
del sueño que germina en lo que nombras.
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