Azahara Alonso es una poeta, aforista y promotora cultural nacida en Oviedo en 1988. Ha publicado el libro de aforismos Bajas presiones (Trea, 2016) y el poemario Gestar un tópico (RIL, 2020) y aparece en antologías como Bajo el signo de Atenea (Renacimiento, 2017). Ha sido coordinadora en la escuela de escritura Hotel Kafka y gestora cultural en la Fundación Centro de Poesía José Hierro. Escribe crítica literaria e imparte clases de escritura.
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ME PREGUNTO CÓMO se enfoca la mirada de un dios, y para esto hace falta una mayúscula paciencia. Desde el cerro elimino el asterisco pero no despejo la doble incógnita: dónde se oculta el Gran Espejo, cómo se orienta la escritura si el adjetivo ensucia por su naturaleza, de qué suburbios viene la etimología y cómo nos desarticula en el clasismo de la lengua.
Mi mirada era nítida. Retina educada en desafecto, en busca de una instancia de la que de ocho a cuatro le hablan, ahora sí tan minúscula como sola. Su túnica negra dibujaba un límite confeso, el pelo era amarillo y ocultaba el gesto ajeno a los ojos, fluía el ave de una mano sin extremo, porque ni con ellos podría contar nadie la justicia repartida en las astillas. El mío no llegó a providencia blanca y túnica, era semejanza humana en planta, alzado y perfil que se escabullía descifrando un concepto que funciona por acumulación y rescate.
¿Cómo es posible que, de todos los dioses que hemos inventado, no comparezca ni uno solo?
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TESTIMONIO siempre en “a” minúscula una emoción a la espera de nada.
No pienso
en voz alta: pienso
por escrito.
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SOY PRODUCTO del boca a boca cínico, hablo con la inercia de un holograma y me elevo cada vez que me llaman porque mi palabra preferida es el lenguaje.
Papá dice que hay un nombre inevitable. Dice que si tengo una hija debería llamarla Amor y yo me subo al barco, me atraco de antropónimos sintagmas y digo que deberían ser dos o tres para bautizarlas en el habla y hacerme justicia, progresión de ley.
Y pienso que la descendencia es un mal necesario para el bien supremo de nombrar cosas.
Descender para firmar, fundar un nuevo libro de familia con su dorado escudo del Estado.
Papá habla de Amor y ella no podría evitar asfixiarme desde abajo. Ahora lo comprendo: amor es voluntad de poder en lazo rosa, es armonía umbilical. Lo que ocurre es que, si descendiera, se llamaría Ácido.
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ME DESPLIEGO en el consumo de este aire y mi credo es la firmeza. Quiero ser un tiempo no medible: así es en las bobinas y el papel impresionado, porque lo que me interesa de los sueños es la disposición de la mañana. En ellos camino boca abajo.
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PROBABLEMENTE adherida a una baldosa y sin movimiento de caballo, mi trazo es enunciación de problemas periféricos. No caben más libros si no dejo salir algunas palabras para las que no encuentro cebo ni carnada. Tres, dos, uno.
Estamos en el aire. Aplausos.
¿Puedo saludar?
Que sueñes en la cama, oración ambigua en cada una de las cuatro esquinitas. Sustrato desiderativo y papel vergé donde hacer casa y ocurrencias: de todos los mundos solo puedo habitar dos insuficientes pero aprobados. No hay problema, soy un sujeto paciente. Entonces –dos puntos y una duda autobiográfica– jamás podré describir una voz sin sinestesia.
Buenas noches. De nuevo, aplausos.
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EL ENEMIGO DEL optimista es un escéptico. Urbanidad de lazo rojo en superficies superpuestas, las columnas –dórica, jónica, corintia, dórica, jónica, corintia– del conocimiento inútil y la incapacidad abotonada de la detención en un solo objeto: desde el diecisiete sabemos que no hay meditación sin metafísica.
El gesto ante la cámara es la más clara autobiografía y los claroscuros del lenguaje funcionan como lianas. ¿Dónde están los cocodrilos?
Esto es: esto es. Aquí alegremente se nombran cosas. Pero circulen, ya no hay nada que ser. Atémonos a mástiles o metáforas mientras sigan sonando sirenas sin pánico en su estigma de homonimia, prado definitivamente verde donde pasta el don de la ubicuidad. Nada que ver aquí, nos dicen, decimos desde lo mayestático y seguimos, elegantes, nombrando cosas en este tour por el casco antiguo del lenguaje, donde aún quedan trozos de muralla.
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PUEDO IMAGINAR UN mundo corregido, lleno de tachones, notas al margen de toda duda. Un mundo-galerada que se quedase así, en prueba y revisión, sin posibilidad de llegar limpio a nosotros como un texto sin rratas.
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