Wendy Cope es una poeta nacida en Erith, Kent, Inglaterra, en 1945. Estudió Historia en el St Hilda’s College de Oxford. Actualmente vive en Ely, Cambridgeshire, con su marido, el poeta Lachlan Mackinnon. Cope trabajó catorce años como profesora de primaria. En 1981 fue nombrada editora de arte y crítica de la revista Contact, de la Inner London Education Authority. Cinco años más tarde se convirtió en escritora independiente y fue crítica de televisión para la revista The Spectator hasta 1990. Se han publicado cinco colecciones de su poesía adulta, Making Cocoa for Kingsley Amis (1986), Serious Concerns (1992), If I Don’t Know (2001), Family Values (2011) y Anecdotal Evidence (2018). También ha editado varias antologías de versos cómicos y fue jurado del Man Booker Prize 2007. Fue nombrada Oficial de la Orden del Imperio Británico (OBE) en 2010 y en abril de 2011, la Biblioteca Británica compró su archivo, que incluye manuscritos, informes escolares y 40.000 correos electrónicos, el mayor archivo de correo electrónico que han comprado hasta la fecha. Los documentos también incluyen 67 cuadernos de poesía y poemas inéditos. Presentamos una selección de poemas de la autora traducidos por Andrés Catalán, Borja Menéndez y Ana Isabel Barreiro.
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Tras el almuerzo
En el puente de Waterloo, donde nos dijimos adiós,
las condiciones meteorológicas me hacen llorar.
Me las seco con uno de mis negros guantes de lana
y trato de no darme cuenta de que me he enamorado.
En el puente de Waterloo intento pensar:
No es nada. Estás colocada de carisma y alcohol.
Pero en la gramola que llevo dentro suena una canción
que dice otra cosa. ¿Y cuándo no ha acertado?
En el puente de Waterloo con el viento en el pelo
estoy tentada de saltar. Estás idiota. Me da igual.
La cabeza hace lo que puede pero manda el corazón:
lo reconozco antes de llegar a cruzar al otro lado.
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A las 3 de la madrugada
No hay sonido alguno en el cuarto
salvo el tictac del reloj
que ha comenzado a asustarse
como un bichito atrapado
en una enorme caja.
Libros yacen abiertos sobre la alfombra.
En otro lugar
estás tú dormido
y junto a ti una mujer
que llora suavemente
para que no te despiertes.
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Un curioso poema a un gato
Mi gato ha muerto
pero he decidido no hacer
una tragedia de ello.
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Pastoral
Ojalá fuese una poeta provinciana
que hablase de la naturaleza.
Cuando pensase en los poetas de Londres
murmuraría siniestra: “los odio”.
Y fuera saldría a patear el campo, senderos salvajes
con mis vaqueros y botas camperas.
Una poeta provinciana no necesita carmín
ni medias ni chaquetas respetables.
El desorden de la vida urbanita, qué maravilla
deshacerse de ello
y pasar el tiempo en comunión con el todo,
sentada sobre un muro seco de piedra.
Y después de un largo día en comunión
deambular de vuelta a casa para un bocado,
luego al pub con gente de la auténtica,
que se pimpla doce pintas cada noche
para pasar las noches provincianas
sin tanto aburrimiento ni dolor.
¡Gente de verdad, tan sólida y tranquila
como un autobús de Londres bajo la lluvia!
Algún día iré a vivir al campo
y muchos cuadernillos llenaré
con mis observaciones sobre animales (todos
muertos porque están más quietos).
Ovejas muertas y conejos aplastados. Oh, me encantará.
Mi rostro estará calmo y bronceado
y brillará de amor por toda la creación
exceptuando a los poetas urbanitas.
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Dos remedios para el amor
1. No verle. No llamarle ni escribirle.
2. La vía fácil: llegar a conocerle.
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Flores
Algunos hombres nunca lo piensan.
Tú sí, tú te presentabas
Y decías que casi me habías traído flores
Pero algo había ido mal.
La tienda había cerrado. O tuviste dudas –
De la clase que mentes como las nuestras
Tienen sin cesar. Pensaste que
Yo podría no querer tus flores
Aquello me hacía sonreír y abrazarte.
Ahora sólo puedo sonreír.
Pero, mira, las flores que casi trajiste
Han durado todo este tiempo.
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