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6 poemas de Loredana Volpe - Zenda
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6 poemas de Loredana Volpe

*** xiii. de vuelta al pozo  el hombre que no tiene tiempo ha pasado por casa otra vez. suele estar de paso por todas las cosas. a la hora exacta los relojes indicaron con una precisión de ritual que era hora de la siesta. el hombre cae donde puede. ahora duerme en mi cama. lo...

Loredana Volpe es una escritora y traductora nacida en Caracas, Venezuela, en 1990.  Directora de la compañía teatral La Salamandra, con la cual trabaja hoy en día en Barcelona. Autora de A pesar de tu santa cólera, publicado por Navona Editorial (Barcelona, 2018). Premio Publicación del Concurso Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas (Caracas, 2017). Máster de Estudios Teatrales por la Universidad Autónoma de Barcelona y el Institut del Teatre. Licenciada en Letras por la Universidad Católica Andrés Bello, casa de estudios de la cual fue profesora de las cátedras de Movimientos Artísticos y Dirección de Actores. Desde el 2021 colabora con el Papel Literario del diario El Nacional, en Venezuela. Presentamos una selección de textos de Ejercicio de aniquilación (RIL editores España, 2023).

***

xiii. de vuelta al pozo 

el hombre que no tiene tiempo
ha pasado por casa otra vez.
suele estar de paso por todas las cosas.
a la hora exacta los relojes
indicaron con una precisión de ritual
que era hora de la siesta.
el hombre cae donde puede.
ahora duerme en mi cama.
lo veo dormir.
envidio esa confianza suya
de caer dormido en cualquier parte.
no tendría que estar en mi cama
mientras duerme.

el hombre está de paso,
trabaja, pero su mano está en mi rodilla.
qué haces.
nada. no hago nada,
si no quieres.
quiero.
no tendría que estar tumbada junto a él.

algo que no nos pertenece
nos atrae hacia la belleza.

el pozo es hondo,
miro dentro el agua fría, los ojos fríos
y en su orden de metales perfecto
una pulsión dirías de otro tiempo
nos empuja al centro del misterio.

quiero tocar el agua,
pero temo hundirme del todo.
pienso en volver a la cocina
donde el café y el silencio
y la luz de la tarde y nada más
que esa paz.
quiero no estar en esta cama.
el hombre se viste rápidamente.
no tiene tiempo.
digo algo.
me ha gustado besarte.
ríe. miento.
no tiene tiempo.
pasa por las cosas sin estar en ellas.
siempre pasa, sin embargo.

súplicas, quejas.
quédate. el futuro.
no tiene tiempo

***

ii. de la fascinación por los cuchillos

 las ideas son como cuchillos,
que abren la carne y exploran
membranas tejidos más allá
de nuestro discernimiento.

de la fascinación por los cuchillos
comprendes, por ejemplo,
cómo un cuchillo puede abrir la carne,
partirla como una pera para extraer la semilla,
cortar la semilla, sacar la sangre,
extraer el odio de la semilla,
limpiarla por dentro
hasta crear una coraza perfectamente vacía,
y de cada intento fallido
una semilla rota,
una casa llena de cuchillos,
cuchillos en las paredes blancas
apenas salpicadas para que limpios los adentros
continúen su ejercicio.

expiar es sondar la carne para liberarla de toda herida,
para que ya abierta sea irreconocible.

***

ix. plomo

del plomo se dice que es el peor de los metales.
según los tratados alquímicos, puede conducir a la locura.

la locura son las noches.
la contaminación del metal en la mente:
«temo que lo que soy
me destruya».

hasta Isaac Newton, después de estudiar a Philalethes,
en sus intentos por convertir los metales en oro,
se expuso a los vapores venenosos
en busca de la salvación.

eso de recurrir a la salvación
parece perseguirnos:
la tierra negra se calienta hasta destruir la naturaleza antigua.
tú entenderás este deseo inherente.

cuando una vida ha sido agostada,
una tierra —y quienes la habitan—
condenada a la aniquilación,
te preguntas, vivo como estás,
cómo puedes seguir respirando,
moviéndote con el peso del plomo
tirando contra el suelo,
despeñado, en picada
hacia el fondo.

y desde allí, cómo volverás a mirar
las estrellas con los ojos limpios.
qué harás con toda esa densidad
que te impide siquiera
abrir un palmo la ventana,
buscar la luz.

***

viii.

soy un contenedor
y todo lo que recibo
erosiona el fondo.
en esta condición de triángulo invertido,
vaso que somos
dejo entrar la miseria la ira
el abandono,
como en una procesión furiosa de ánimas,
encierro el mal
y la deshonra.

hoy mi bondad se apaga.

no hay nada más para llenar este abismo de los cinco sentidos,
del que nos habla Blake,
solo partes de mí que balbucean
en una lengua prestada,
en otra que me abandona,
en miles de lenguas que aún no conozco.

no sé qué hay en esta habitación
que me enferma de esta manera:
«no hay familia
no hay nada»,
la locura negra repite,
te enfrenta, bate las alas,
responde.

salgo de aquí para no verme
en comunión atroz con las caras y las cosas.

expulsarme.
desaparecer.
la libertad absoluta.

***

xiv. definición del terror

tanto ruido
bocinas infrarrojo
tráfico de sol como la muerte
altavoces ruido sin sustancia
ruido donde antes solo las olas
ruido de fondo en el sueño
de una calle en el centro de un barrio
gritos latas borrachos
acumulándose en las entradas
como calaveras testigos de la noche.

ruido escarbando cobre metal hirviendo:
no hay cántico donde anide ya la esperanza.

ruido ser la pérdida fuegos con cabeza de dragón
bailando el cielo artilugio olor a pólvora
ruido denso entre las sienes ruido.

una puerta se cierra con estrépito,
una ventana invoca el ruido de choque
de aquella casa, la casa del padre
que no está en casa dónde está,
la música imposible a todas horas,
la mente siempre despierta, los párpados
enganchados hacia cada hemisferio,
ruido esperando el susurro de la puerta,
el agua corriendo,
han encontrado la llave, te han encontrado,
ruido se esconde en la ducha,
se envuelve en la cortina, el latido en los oídos.

vuelve el ruido de contenedores
ruido en la calle los violines
ruido hollín entre los árboles
las puntas de las hojas quemadas
las familias aplauden.
de este ruido tengo algo de silencio para guardarme,
escapando así de otros ruidos.

***

xii. degradación de los metales

primera parte: «la hija»

no sabría decirte si el daño que se le hace a una niña,
el mismo que le es infligido a un niño,
puede ser reparado:
la espalda abierta, el metal ardiendo,
los dientes al filo de una bañera,
los brazos escondidos mordiendo las almohadas.

nos hablan de olvido.

¿puede el olvido hacer desaparecer
de cada mano la mano
que con pulso certero dominó el metal aquel día
como a una potencia antigua?
ser golpeada hasta la sangre reventando
sobre blanco, rojo sobre blanco y rojo las sábanas
en una composición sin título.

bien dirías que es la escena de un crimen
y hay que llamar a la policía
y mira que estás exagerando.

mas cuando el anciano te detuvo,
como quien sostiene el trueno antes del próximo tañido:
«niña, apártate o verás las esferas»,
quisiste golpear aún más fuerte al viejo,
los ojos inyectados en esa cólera animal tuya
—desafiando la gravedad de las facultades éticas
o de alguna condición humana perdida—,
aferrándose a la espalda doblada,
el cuerpo reducido a una nuez partida,
la mente una ventana de tanto dolor
queriendo saltar,
huir de la justicia de los dioses totémicos
de ese mundo que es el de una niña que no consigue
salvar los trece pisos de una jaula verde de pájaros.
la jaula quema.

tendrías que haber saltado.

abajo te esperaban los cangrejos dormidos
a la orilla de las aguas en calma,
con todos los nombres que hubieras querido darles,
y la casa junto al mar y los viejos guardianes
de aquella extraña felicidad que una vez fue nuestra.

y lo que te ha sido dado te será arrebatado.

*

segunda parte: el niño

digamos que cuando el niño abrió la verja
de la mansión de rosas y sedantes,
si hubieras saltado entonces,
si hubieras saltado, habrían escapado juntos,
dejando atrás las habitaciones
ajenas a la luz de los jardines,
las prisas del marido,
los libros arrojados desde todas las direcciones,
las puertas de los taxis cerrándose con estrépito,
la hermana ausente, la madre dormida
y el niño solo, siempre solo.
afuera la belleza expandiéndose
y nadie allí para contemplarla.

tendrían que haber escapado.

entonces, solo el mar y los dos niños
jugando en la arena, los pies
barcos hundidos en el foso de un castillo,
dibujando los límites del que será un reino
menos cruel: «ya verás qué reino el nuestro, niño»,
para ellos que no pudieron estar juntos
sin hacerse daño, como sus padres,
un mundo feliz, para ellos
que saben que el mal
no puede ser reparado.

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Juan Domingo Aguilar

JUAN DOMINGO AGUILAR (Jaén, 1993). Escritor, comunicador y gestor cultural. Fue director del grupo Viridiana Teatro y coeditor de la revista La Novicia. Sus poemas han sido traducidos al portugués, al inglés, al árabe y al italiano y han aparecido en revistas como El Cultural, Periódico de Poesía de la UNAM, Círculo de Poesía, Buenos Aires Poetry, Anáfora, Elipsis, La Raíz Invertida, Nayagua y programas como Tres en la carretera, Radio3 o Página Dos, TVE. Coordina la sección «Versátiles» en Zenda. Ha publicado La chica de amarillo (Finalista del I Premio de Poesía Esdrújula), Nosotros, tierra de nadie (XXXIII Premio Andaluz de Poesía Villa de Peligros), 2ª Ed. La Castalia, Venezuela, 2020, y anticine (V Premio de Poesía José Ángel Valente). En 2019 obtuvo una beca de la Unesco como creador residente en Óbidos (Portugal). Fue residente de la XVIII promoción de la Fundación Antonio Gala.

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