Fue la máxima representante de la generación poética de los años cuarenta en Argentina. A continuación puedes leer 5 poemas de Julia Prilutzky.
Tú duermes, ya lo sé
Tú duermes, ya lo sé.
Te estoy velando.
No importa que estés lejos,
que no escuche
tu cadencia en la sombra;
no importa que no pueda
pasar mi mano sobre tu cabeza,
tus sienes y tus hombros.
Yo estoy velando, siempre.
No importa que no pueda acurrucarme
para que tú me envuelvas sin saberlo,
para que tú me abraces sin sentirlo,
para que me retengas
mientras yo tiemblo y digo simplemente
palabras que no escuchas.
Yo puedo estar tan lejos
pero sigo velando cuando duermes.
En el agua empozada te apareces
En el agua empozada te apareces.
Tu imagen se empecina
y el viento la sacude sin borrarla
y el rumor de las hojas
vuelve a clamar tu nombre,
mientras tu rostro surge como máscara
sobre todos los rostros de la tierra
y tu caricia brota en toda mano.
Perfiles desgarrados
en el agua tiritan:
¿cómo llamarte ahora, con qué nombre
-muerto de toda muerte,
sonrisa desterrada,
inviolado temblor que se desliza-,
si ya no queda nada más que arena?
Y nada más que cielo
sobre el dormido estanque
donde voy rastreando
qué queda de tu vida. Y de la mía.
¿Cómo clamar tu réplica perdida,
tu lapidado corazón en llamas,
tu aventada ceniza,
tu amor que no fue entero ni entregado,
la no ardida pasión, no devorada,
la piel que ya no existe,
el detenido impulso de la sangre
y la petrificada melodía
de tu voz sin matices?
Está bien. Seré dulce y obediente
Está bien. Seré dulce y obediente
o lo pareceré. Te da lo mismo:
Necesita, de pronto, tu egoísmo
que yo me quede así, sumisamente,
Sin sufrir, sin dolor, sin aliciente,
sin pasiones al borde del abismo,
sin mucha fe ni un gran escepticismo,
sin recordar la esclusa ni el torrente.
Necesitas las llamas sin el fuego,
que el fuego del amor no sea un juego
y que esté el rayo aquí, sin la tormenta.
Quieres que espere así, sin esperarte,
que te adore también sin adorarte
y estar clavado en mi, sin que te sienta.
Este amor que se va, que se me pierde
Este amor que se va, que se me pierde,
esta oscura certeza de vacío:
mi corazón, mi corazón ya es mío
sin nada que le implore ni recuerde.
De pronto, vuelve a ser un fruto verde
sin madurez, ni aroma en el rocío:
ay del que quiere apresurar su estío,
ay de aquél que lo besa o que lo muerde.
Yo sé que algo persiste, todavía.
Pero no existen ya ni la alegría
ni la embriaguez radiante ni la lumbre
ardiendo en la mirada y en los labios.
Ni exaltación ni búsqueda ni agravios:
apenas una cálida costumbre.
Alguna vez, de pronto, me despierto
Alguna vez, de pronto, me despierto:
Un dolor me recorre tenazmente,
un dolor que está siempre, agazapado,
por saltar, desde adentro.
Entonces tengo miedo.
Entonces, me doy cuenta que estoy sola
frente a mí, frente a Dios, frente a un espejo
lleno de mis imágenes,
de rostros polvorientos.
Estoy sola, pero siempre estoy sola:
Es lo único cierto.
El amor era un huésped,
la soledad es siempre el compañero
que permanece al lado, inconmovible.
Lo único seguro, verdadero.
Oigo mi corazón, vieja campana
que dobla y que golpea,
que rebota en las sienes y en la nuca
y en la boca y los dedos.
Es cierto, tengo miedo.
Miedo de no poder gritar, de pronto,
de que ya sea demasiado tarde
para un ruego.
La costumbre ahoga las palabras
y alarga el desencuentro.
Ah, tantas cosas quedarán ocultas,
perdidas, sin recuerdo,
tantas palabras que no fueron dichas,
tantos gestos.
Unos dirán: Yo sé, la he conocido,
fue una ardiente rebelde,
se desolló las manos y la vida
por defender los que creyó más débiles.
Otros dirán: Yo sé, la he conocido,
era dura, malévola,
avara de ternura, con la boca
mostraba su desprecio.
Alguien dirá: Y cómo sonreía…
Qué importa
lo que vendrá después del gran silencio.
Claro que tengo miedo.
Así, en la madrugada
mientras algún dolor -un dolor, siempre-
va hincando sus agujas en mi cuerpo,
abro las manos en la sombra dulce
para atrapar mi soledad, de nuevo,
y me quedo a su lado, sin moverme,
con los ojos abiertos
la vida detenida.
Toda mi sangre es un temor inmenso.
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