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5 poemas de Hugo Ball - Zenda
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5 poemas de Hugo Ball

Se inició en la poesía desde el dadaísmo. Fue traductor de Bakunin y biógrafo de Hermann Hesse. A continuación puedes leer 5 poemas de Hugo Ball. El sol Entre mis párpados avanza un carrito de niño. Entre mis párpados va un hombre con un caniche. Un grupo de árboles se torna un fajo de serpientes y silba por...

Se inició en la poesía desde el dadaísmo. Fue traductor de Bakunin y biógrafo de Hermann Hesse. A continuación puedes leer 5 poemas de Hugo Ball.

El sol

Entre mis párpados avanza un carrito de niño.
Entre mis párpados va un hombre con un caniche.
Un grupo de árboles se torna un fajo de serpientes y silba por el cielo.
Una piedra sostiene una charla. Árboles en fuego verde. Islas flotantes.
Temblor y tintineo de conchas y cabeza de pescado como en el fondo del mar.

Mis piernas se extienden hasta el horizonte. Cruje una carroza
Muy a lo lejos. Mis botas sobresalen por encima el horizonte como torres
De una ciudad que se hunde. Soy el gigante Goliat. Queso de cabra digiero.
Soy un ternerito de mamut. Me olfatean los verdes erizos de pasto.
La hierba tiende sables y puentes y arcoíris verdes sobre mi barriga.

Mis orejas son conchas gigantes rosadas, bien abiertas. Mi cuerpo se hincha
Con los ruidos que quedaron presos adentro.
Escucho los balidos
Del inmenso Pan. Escucho la música bermeja del sol. Él permanece arriba
A la izquierda. Bermellón caen sus rasgones hacia la noche del mundo.
Cuando desciende aplasta la ciudad y las torres de la iglesia
Y todos los jardines colmados de crocus y jacintos, y habrá un sonido semejante
a las tonterías que disparan las trompetas de niños.

Pero hay en el aire un ventarrón de púrpura, yema de amarillo
y verde botella. Bamboleos, que un puño naranja aferra en largos hilos,
y un cantar de cuellos de ave que retozan por las ramas.
Un andamiaje muy tierno de banderas infantiles.

Mañana el sol será cargado en un vehículo de ruedas enormes
Y conducido a la galería de arte Caspari. Un negro cabeza de toro
Con la nuca abultada, nariz chata y paso amplio, llevará cincuenta
Asnos blancos y chispeantes, que tiran del carro en la construcción de las pirámides.
Se agolparán muchos países de colores sanguíneos.
Nanas y nodrizas,
Enfermos en ascensores, una grulla con zancos, dos bailarinas de San Vito.
Un señor con corbata de moño de seda y un guardia de rojos olores.

No puedo sostenerme: estoy lleno de dicha. Los marcos de las ventanas
Revientan. Cuelga una niñera de una ventana hasta el ombligo.
No puedo ayudarme: los domos se revientan con fugas de los órganos. Quiero
crear un nuevo sol. Quiero chocar los dos uno con otro
cual cimbales y alcanzarle la mano a mi dama. Nos esfumaremos
en una litera violeta sobre los techos de nuestra ciudad solamarilla
cual pantallas de papel de seda en la ventisca.

El verdugo

Te pongo a rodar sobre tus rojos manteles.
Pongo manos a la obra: radiante como un maestro carnicero.
Los bancos y las mesas como cuchillos relampagueantes
el enano de la sífilis husmea en los sartenes llenos de cola y jalea.

Tu cuerpo es retorcido esplendoroso y brilla como la luna amarilla
tus ojos son pequeñas lunas lascivas
tu boca revienta voluptuosa en la miseria de las judías
tus manos una caracola, que vive en los jardines rojo sangre llenos de uvas y rosas

¡Ayuda, Santa María! ¡Brotaron de tu cuerpo los frutos
oh santísima! Me escurre fuego ardiente por las piernas.
Mi pelo una tormenta, mi cerebro la yesca
mis dedos diez ávidos clavos de carpintero
que clavo en los fetiches de la cristiandad.

Cuando tu grito de dolor dinamitó fuera del pino tus dientes
bajó un bullicio de oro por entre las vigas del cielo.
Una hostia gigante huía y se detuvo entre montañas de rosas
borboteaba un aleluya entre los miembros de apóstoles y pastores.

Entonces danzaban hombres y rameras desnudos en éxtasis desquiciado
paganos, turcos, cafres y moros sobretodo
se disiparon los ángeles del círculo terrestre
y llevaron oscuridad y suplicio en un platón centelleante
No había ningún capullo materno, ningún ojo inyectado de sangre y sin esperanza
cada alma se abría a la infancia y al milagro.

Karawane

jolifanto bambla o falli bambla
großiga m’pfa habla horem
egiga goramen
higo bloiko russula huju
hollaka hollala
anlogo bung
blago bung blago bung
bosso fataka
ü üü ü
schampa wulla wussa olobo
hej tatta gorem
eschige zunbada
wulubu ssubudu uluwu ssubudu
tumba ba-umf
kusa gauma
ba – umf

La tentación de San Antonio

Los nervios de mi cuerpo se alzan como campos de espinas,

Campos sangrantes de lapas y zarzas de nudos.

Mi médula entona una misa roja de efebos tonos de fístula.

En el canal de mi médula borbotan deslaves de cerros y piedras inquietas.

Mi cabeza cuelga hacia adelante llena de sangre.

Ralo cabello verde sabandija sobre el cráneo se elonga.

Muros torcidos, casas torcidas.

Hordas de tábanos silban y destellan por el cuarto.

Los muros recibieron las pústulas y se desmenuzan.

Doctores con altos gorros rodean la enfermedad y la cubren con vendajes.

Ocho yardas sobre la puerta está el fantasma de la peste con cascabeles.

Tomo impulso para el golpe. ¡Ayuda! No ablanda. Una nube amarilla.

Gritos al cielo. ¡Demencia! ¡Demencia!

Vuelan ciudades escarlatina. Verdes oasis. Hilos de luz. Soles de negro traqueteo.

El suelo vibra. Se hunde una cubierta verde.

»¡Ahí está él!« Me amordazan, muecas de negro, rodilla en mi peritoneo.

Cuerpos humanos, apretados sobre el suelo, huyen y saltan

Desnudos y enérgicos, con vibrante contoneo de sierpe en los pasillos.

Un silbido de cien mil sirenas de vapor brama sobre los puertos.

Tipos con varas de bambú sobre y a través de plazas y torres.

Desbandadas. Machacones. El aire supura. Revienta la luz. Estrellas fijas perdidas en cuarteles.

Y siempre el golpear de los gritos, desde abajo, como de calderas infernales.

Y siempre el verdigrana, rubíamarillo estruendo en zigzag voluptuoso.

Mis manos rebeldes se aferran a una columna del templo.

Alguien vocifera: ¡Obscenidad! Otros saltan de la sien de las ventanas.

El estallido desgarra ciudades enteras. Los monjes budistas en sillas de loto,

arriba a la izquierda, regordetes e hinchados, abuelos de la apatía,

Ríen y se abanican y giran la panza, aquí y allá con manos castigadas

y estallan de alegría craneal llena de arrugas.

Danza de la muerte

Así perecemos, así perecemos,

todos los días perecemos,

pues es muy cómodo dejarse morir.

De mañana todavía entre sueño y sueño,

Más allá a mediodía.

De noche en lo más hondo de la tumba.

La guerra es nuestro burdel.

Nuestro sol es de sangre.

La muerte es nuestro símbolo y eslogan.

Niño y hembra abandonamos

¿En qué nos conciernen?

Pues ahora es posible

Tan solo abandonarnos a nosotros.

Así asesinamos, así asesinamos.

todos los días lapidamos

colegas nuestros en la danza de la muerte.

Álzate hermano ante mí,

¡Hermano, tu pecho!

Hermano que debes caer y morir.

No ruñimos, no gruñimos.

Todos los días nos callamos,

Hasta que el hueso ilíaco gira en su juntura.

Duro es nuestro lecho,

Duro nuestro pan.

Inmundo y sangriento el Dios adorado.

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Laura di Verso

Leo poesía, con o sin rima. Y me gusta que me cuenten cuentos. Frecuento las redes, poco, desde marzo de 2020, como @lauradiverso.

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