El último poemario de Martín López-Vega, Y el todo que nos queda, tiene un subtítulo que explica su contenido: Poemas de amor. En palabras de Luis Alberto de Cuenta, estamos ante «un libro de poesía en que el amor es una hoguera auténtica, de las que se propagan por todas y cada una de sus páginas, por todos y cada uno de sus versos, por todos y cada uno de sus espacios en blanco».
En Zenda ofrecemos cinco poemas de Y el todo que nos queda (Visor).
***
Poema de las avispas
Para otros, el amanecer de Ahu Tongariki,
escoltado por los moáis,
como si quien lo contempla
cobijara la idea de hurtar el rayo verde.
Para otros, ver salir el sol
desde un globo, en Capadocia,
y convencerse de que no hay más
Gaudí que el viento ni mayor
maestro gótico que el agua.
Para otros, inaugurar el día
en Angkor Wat, cuando los rayos prologales
parecen decididos a incendiar los templos
y la fe; o en Milford Sound,
desperezándose a la vez
que los lobos marinos.
Yo quiero ver amanecer todos los días
descalzo, contigo,
en la terraza de casa,
cuando la luna se queda un rato aún
para poder contemplarte
a ti, que disfrutas la primera luz de la mañana
sobre tu piel aún dormida,
con la toalla a modo de turbante
y tus ojos que despiertan y en mí despiertan
cuanto desde que estás ya no duerme nunca.
Sobre la mesa está el desayuno,
pero las avispas revolotean
en torno a ti, como si fueras
lo más dulce de la mañana.
Qué poco te conocen.
***
Barcos anclados frente al puerto de Lima
Decenas de barcos anclados frente al puerto de Lima
iluminan el mar esperando el momento
de desembarcar su carga. Ojalá estuvieras
conmigo para verlos, Nicole; son hermosos
como luciérnagas nadadoras. Pienso
en lo que llevarán a bordo: frutas exóticas,
fiebres tropicales, roedores, polizones,
artículos de usar y tirar made in China
como antaño las porcelanas.
Pienso en los barcos y pienso en nosotros,
pienso en sus cargas y pienso
en nuestras cargas, pienso en qué razones usarán
los comandantes de los puertos para decidir en qué orden
desembarcarán sus contenedores. ¿Cuáles son los criterios
de urgencia? ¿Antes lo que caducará antes, después
lo superfluo? No lo creo; nuestro tiempo
ama tanto lo superfluo…
Pienso en los barcos y en su orden
de descarga y pienso en nuestras vidas y en las vidas
que del mismo modo desembarcan en las nuestras;
¿cómo decidimos el orden en que lo hacen?
¿Nos limitamos a dejarlas abordar nuestra costa
en el mismo orden en el que llegan? Lo dudo;
hay épocas de la vida en que lo damos todo
a cambio de una fiebre tropical, o en que necesitamos
con tal ansiedad una fugaz baratija… Míranos a ti
y a mí. No estábamos destinados el uno al otro;
no creemos en la bisutería, no al menos en esa
del amor y el destino. Nos elegimos
entre las luces fondeadas frente a la costa,
más por intuición que por orden.
Y resultamos ser lo que esperábamos cuando ya no
o aún no lo esperábamos. ¿Traerá también una sorpresa
parecida alguno de los barcos anclados esta noche
frente al puerto de Lima? Ojalá estuvieras conmigo
para verlos, Nicole; son hermosos como nosotros
justo antes de adivinar, entre las luces repetidas,
al pasajero que llega por fin a su destino
algo aturdido por el largo viaje, con el rostro iluminado
por las luces de la ciudad tanto tiempo anhelada.
***
Poema de los tulipanes
Los tulipanes
no son de aquí.
Su propio nombre los delata:
el farsi
se lo prestó al turco
y quiere decir turbante
porque alguna jardinera de Persia
recordó esa forma
cuando una mañana sin rocío
los vio cerrados
como rubaiyatas aún por leer.
No son de aquí y, sin embargo,
hay tres creciendo
como minaretes sin rezo
en una maceta de nuestro balcón.
Para ellos, esta ciudad
debe de ser como Marte
para los primeros exploradores,
pues no sabrían vivir solos,
como si este no fuera su oxígeno,
y dependen de nuestro riego
y un poco de nuestra conversación.
Pienso en el viaje de los tulipanes
y en el viaje de cuatrocientos cincuenta días
de los astronautas a Marte
y en tu viaje, amor, para llegar aquí.
Tú no eres un tulipán, ni este es otro planeta;
y aunque seguro que dormiste en tu avión,
nada perecido al coma inducido
que espera a los cosmonautas.
Pero pienso en cómo te afectará esta atmósfera
seguro distinta a la de tu país
y los cuidados que necesitarán tus raíces trasplantadas.
No es que me preocupen: son tan fuertes
que han arraigado en esta ciudad y en mí
como nunca supieron hacerlo otras raíces,
y eso sin cambiar de acento ni de preferencias.
Al contrario que los tulipanes,
yo sé que no me necesitas para respirar
ni nutrirte. Pero cada mañana
con qué felicidad me asomo a ti
para ver cómo floreces de nuevo.
***
Un columpio sobre el Vilnia
Mi amor se columpia sobre el río Vilnia
con sus pies descalzos y su sonrisa más niña.
Y pasan unos muchachos en canoa y la saludan;
y la escultura de la sirenita en la orilla
se relaja y aprovecha para tomarse una cerveza,
porque sabe que mientras mi amor esté en el columpio
nadie reparará en ella.
¿Quién fundaría esta república de Užupis?
Desde que acabé el colegio, el español
ganó cuatro preposiciones
y al sistema solar se le despistó un planeta;
la Guerra Fría perdió un telón de acero
y el mundo ganó una docena de países;
un idioma se dividió en cuatro.
Tampoco esta importantísima república
con su columpio sobre el río
donde mi amor acaricia el agua con los pies
y salpica
su vestido azul con corazones sonrientes
estaba en los libros de texto.
En el patio de aquel colegio
quedaron abandonadas las canicas;
y un balón botando, solo.
Un eco de voces infantiles insistió en repetirme
algo que parecía lo único importante
y fui incapaz de oír. Tenían que ser
las coordenadas de esta república, pienso,
donde hoy estoy con los pies en el río
escribiendo este poema,
mientras los cuervos de Vilna
pasan riéndose de mí,
que no tengo paciencia para terminarlo;
lo que quiero es subirme al columpio con ella
y dejar el poema en el aire
como dejé el balón y las canicas,
para que otro lo recoja.
¿Quién quiere poemas estando ella,
que es gacela constante más allá de la vida
y hace volver las claras golondrinas
y evita que se equivoquen las palomas
y hace que suceda que nunca me canse de ser hombre
y es todos los milagros juntos de la primavera
y puede sanarme y hacer que este río
no vaya hacia el mar, que es el morir,
sino hacia una vida más alta que la vida?
***
Preguntas al mono, al cuervo y a la muerte
Sepulcro de Humayun
Amor, golpeé la puerta entreabierta
y pregunté si la muerte estaba,
y la muerte estaba.
Amor, le pregunté si era ella
la que quería decirme algo
cuando a lo lejos yo era incapaz
de distinguir a un hombre acostado
de un perro dormido
en un angosto ángulo de sombra,
pero no me respondió nada.
Y la muerte estaba,
tras la puerta;
la muerte estaba.
Amor, le pregunté por las niñas
que bailan en los semáforos por unas rupias
y por los barberos callejeros
y por los conductores de los rickshaws
y por las monas que amamantan a sus crías,
pero no me respondió nada.
Y la muerte estaba,
tras la puerta;
la muerte estaba.
Amor, le pregunté si el agua del pozo
se vuelve impura si no se usa
y por los ojos llenos de miedo
de las cabras destinadas al sacrificio
y por todo lo que aquí parece ocurrir
desde hace mil años,
pero no me respondió nada.
Es lo mismo que la vida, dijo el mono
en su dialecto de mono,
pero ella, ella no me respondió nada.
Y la muerte estaba,
tras la puerta;
la muerte estaba.
Entonces vi un cuervo en lo alto de un arco
y le pregunté a él.
Y fue cuando por fin la muerte habló
y me recordó que ella
es el exacto antónimo de ti.
Y ya no estaba,
tras la puerta;
la muerte ya no estaba.
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Autor: Martín López-Vega. Título: Y el todo que nos queda. Editorial: Visor. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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