Rocío Acebal Doval es una poeta nacida en Oviedo en 1997. Es autora de los poemarios Memorias del mar (Valparaíso, 2016) e Hijos de la bonanza (Hiperión, 2020), galardonado con el XXXV Premio Hiperión de Poesía. Ha participado en las publicaciones colectivas Los últimos del XX (Luna de abajo, 2019), Las mejores poesías de amor en lengua castellana (La esfera de los libros, 2020) y 50 poéticas recién cortadas (Sloper, 2021), entre otras.
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NO ERES TÚ
No es la costumbre —ese taimado hito
de la muerte—. Tampoco
ir a las bodas sola o escapar
de un dormitorio ajeno los domingos;
menos aún hacer
la cena para dos y cenar uno.
No es ni siquiera
la espera solitaria en el dentista,
el ancho de la cama o este miedo
a no volver a amar —y ya es bastante—.
Porque no es el adiós,
ni la vida sin ti, ni tu recuerdo;
sino saber perdida
a esa mujer que fui cuando te amaba.
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LA MAMPARA
En la estación de trenes de mi ciudad
una mampara gris de metro y medio en el andén
separa a los viajeros
de sus acompañantes.
Me gusta imaginar que el encargado
de esta compartimentación
lo hizo con intenciones más humanas
que el control de billetes, el aprovechamiento
máximo de recursos
o simplemente por ahorrar espacio:
aquí las despedidas no pueden susurrarse
con la cara escondida en el abrazo,
la arquitectura obliga
a levantar la voz y la mirada
para decir «te voy a echar de menos».
Bendito-condenado responsable
de esa mampara gris de metro y medio,
gracias a ti miré a los ojos del amor
una última vez.
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NO QUIERO TENER HIJAS
No quiero descubrirme regañando
deja que esa señora te dé un beso
cruza las piernas al sentarte en público
haz el favor de no volver muy tarde.
No quiero reflejar mi herida en otro cuerpo:
reconocer mis gestos en sus gestos,
mis excusas baratas en sus labios,
mis manos en sus manos cuando palpa
su cuerpo con tristeza.
No quiero ser la voz inquisidora
cuando nada parezca suficiente,
el mundo se derrumbe y esas metas
—que un día parecieron
la solución definitiva— sean
insuficientes, tontas o imposibles.
No quiero comprender que su dolor
nació de mi dolor, que mis cadenas
son a la vez su látigo,
que nada puedo hacer más que deci
deja que esa señora te dé un beso
cruza las piernas al sentarte en público
haz el favor de no volver muy tarde.
***
RAÍCES
Reconstruyo las piezas de mi historia:
mi madre nació en casa —«en la del pueblo»
decimos porque ahora hay otras casas—;
hoy ya no nacen niños en los pueblos
con lo que yo nací en una ciudad
—capital de provincia: un par de cientos
de miles de habitantes.
Mis padres estudiaron en la universidad,
así que yo me fui a hacer lo propio
a La Ciudad —La Gran Ciudad—
como correspondía a la segunda
generación y a un tiempo
de insólito centrismo.
Mis hijos nacerán en La Ciudad
y verán mi ciudad de un par de cientos
de miles de habitantes
casi como una casa de muñecas
—el mundo de unos días de verano—:
lo que fue para mí
el pueblo de la abuela.
Reconstruyo mi historia porque quiero
contársela algún día, explicarles:
«cariño, esto es un pueblo»,
«de esta manera nacen las manzanas
y no en el mundo plástico de los supermercados»,
«esto son las raíces:
no las dejes morir jamás, el árbol
se pudre si se pudren sus raíces».
***
EN EL ANDÉN
En el andén, tú
agitas los brazos mientras todo se aleja.
En el asiento, yo
echo a volar mis besos con las manos.
Las ventanas del tren están tintadas
pero tú te acaricias la mejilla.
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