Nuria Ortega Riba es una poeta nacida en Almería en 1996. Graduada en Filología Hispánica por la Universidad de Almería y tiene un máster en Enseñanza de Español como Lengua Extranjera por la Universidad de Granada. Actualmente cursa en esta misma ciudad un doble máster de Profesorado y Estudios Literarios y Teatrales. En 2021 recibió el Premio Adonáis por su poemario Las infancias sonoras (Rialp, 2022). Algunos de sus poemas aparecen en las revistas Anáfora, Litoral, Estación Poesía, Piedra del molino y Casapaís. Además de poesía, escribe narrativa: ha escrito relatos y microrrelatos que figuran en antologías. Al mismo tiempo mantiene una estrecha relación con las artes plásticas, practica la pintura, tanto tradicional como digital, y está muy interesada en las relaciones entre la imagen y la palabra escrita.
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EL AFILADOR
—¿Cuáles son tus sonidos favoritos?
—No sabría decirte.
—¿Cuáles te recuerdan a tu infancia, a tu hogar?
—Pues…
las llaves de mi madre al llegar a casa por la noche,
la risa de mi abuela, el silbido de mi abuelo,
las piedras del chalet cuando jugaba a los piratas,
las olas rompiendo, pero solo en mi mar,
el inicio de alguna canción de La Oreja de Van Gogh,
la música de ambiente del centro comercial,
el cucú de las mañanas de julio y agosto,
las cigarras, la lluvia,
las voces de los niños,
los columpios oxidados
y el afilador.
—¿Entonces?
—No sabría decirte.
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A CIERTA HORA
Eran unas calles naranjas.
Naranja de cáscara de naranja.
Naranja de brasa en los tejados.
A cierta hora,
el sol da de refilón en la torre de la iglesia.
A la misma cierta hora,
las voces se apagan, sobreviene la calma,
el silencio enfila plazuelas sin sombra.
Nosotros, los niños,
en el quiosco compramos unas pipas.
Sonreímos. Sentados en el respaldo de los bancos
nos preguntamos:
¿Seremos los mismos dentro de diez años?
¿Recordaremos todo esto?
¿Nos enamoraremos?
Eran unas calles naranjas
de preguntas sin respuesta.
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MIRO UNA BOLA DE CRISTAL EN UN BAZAR
Pequeña bola de cristal en un estante,
diminuto ecosistema contenido.
Un abeto, una cabaña, un tronco cortado en el suelo,
rodeados por una cúpula transparente.
Si la pones bocabajo, eres dios o el demiurgo:
cae la nieve porque así tú lo has querido.
Miro la bola de cristal en el estante.
Me resulta muy gracioso.
Tener un pequeño mundo en la palma de tu mano
solo cuesta uno con setenta.
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EL ESPEJO
Cada palabra es un modo, más o menos honesto, de autorretratarse.
Marta Sanz
Aprendo a mirarme
como una gacela aprende a caminar.
Dejo que me engulla el malestar,
lo moldeo
a mi manera,
construyo un castillo,
una catedral,
una ciudad subterránea que espero emerja
humanamente desde el fondo.
Toco mi piel en el espejo,
dibujo mis líneas y creo
que soy papel,
que puedo dibujarme
como dibujo a otras,
con los mismos ojos cargados de cariño,
si solo busco,
si solo trato de querer esta hierba
que me crece por el cuerpo,
si solo logro comprender
que en el negro de mis ojos también está la luz.
Hoy,
cada noche
y lo que queda,
aprendo a mirarme.
Ojalá un día sea capaz de ver en mi boca
un pájaro que emprende el vuelo por primera vez.
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LOAIARA
Igual que en gallego existe una palabra
para llamar al primer rayo que asoma tras la lluvia,
igual que en japonés existe otra
para hablar del sol que se cuela entre las hojas,
igual, en definitiva,
que alguien que señala algo de su mundo,
yo tuve que saber ponerle nombre
al amor por esta luz después del abandono.
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