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5 poemas de Natalie Diaz - Zenda
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5 poemas de Natalie Diaz

Díaz desafía las condiciones desde las que escribe, una nación cuya creación predijo la disminución y el borrado final de cuerpos como el suyo y el de las personas que ama: «Hago lo posible por no convertirme en un museo / de mí misma. Hago lo que puedo para inspirar y espirar. // Estoy suplicando:...

Postcolonial Love Poem es un himno del deseo contra el borrado. La brillante segunda colección de Natalie Díaz exige que cada cuerpo que aparece en sus páginas —cuerpos del lenguaje, de la tierra, de los ríos, de los hermanos que sufren, de los enemigos y de los amantes— sea tocado y sostenido como amado. A través de estos poemas, las heridas infligidas por América a un pueblo indígena se dejan florecer de placer y ternura: «Déjame llamar a mi ansiedad, deseo, entonces. / Déjame llamarlo, jardín». En este nuevo paisaje lírico, los cuerpos de las mujeres indígenas, latinas, negras y morenas son simultáneamente el cuerpo político y el cuerpo extático. Al reclamar esta autonomía del deseo, el lenguaje es empujado a sus bordes oscuros, los asombrosos campos de dunas y bosques donde el placer y el amor son a la vez pena y alegría, violencia y sensualidad.

Díaz desafía las condiciones desde las que escribe, una nación cuya creación predijo la disminución y el borrado final de cuerpos como el suyo y el de las personas que ama: «Hago lo posible por no convertirme en un museo / de mí misma. Hago lo que puedo para inspirar y espirar. // Estoy suplicando: Déjame estar sola pero no invisible». Postcolonial Love Poem desenreda las nociones de bondad americana y crea algo más poderoso que la esperanza: en él se construye un futuro, siendo el futuro una matriz de las elecciones que hacemos ahora, y en estos poemas, Díaz elige el amor.

***

Poema de amor poscolonial

Me enseñaron que las sanguinarias pueden curar la mordedura

[de serpiente,

pueden detener el sangrado —casi todos olvidaron esto

cuando acabó la guerra. La guerra acabó,

dependiendo de a cuál guerra te refieras: aquellas que empezamos,

las anteriores, hace milenios y más,

aquellas que me empezaron a mí, que yo perdí y gané

—aquellas heridas que florecen sin pausa.

Un salario me dio forma, libra a libra. Y yo libro el amor y cosas

[peores:

siempre hay otra campaña que atravesar marchando,

una noche en el desierto para el relámpago de cañón de tu pálida

piel apaciguada en tu pecho, laguna de plata y humo.

Desmonto mi caballo oscuro, me inclino ante ti, te entrego

el tirón fuerte de mi sed, de todas.

Aprendí Bebe en un país de sequía.

El dolor nos place, dejamos marcas

del tamaño de piedras  —cada cabojón pulido

por nuestras bocas. Yo, tu lapidaria, tu rueda lapidaria,

giro —verde moteado rojo—

el jaspe de nuestro deseo.

En mi desierto hay flores salvajes

que tardan hasta veinte años en abrirse.

Las semillas duermen como geodas bajo la arena caliente del

[feldespato

hasta que un destello de inundación estremece el arroyo,

[levantándolas

en su flujo de cobre, las abre de memoria

—recuerdan lo que su dios les murmuró

en las costillas: Despierta y duélete por tu vida.

Donde estuvieron tus manos hay diamantes

en mis hombros, deslizándose por mi espalda, muslos

—soy tu culebra.

Estoy en el polvo por ti.

Tus caderas son luz de cuarzo y peligro,

dos carneros de cuernos rosados que trepan una estela suave

[de desierto

antes de que el cielo de noviembre desate un diluvio de cien años

—el desierto devuelto de pronto a su mar antiguo.

Levántate,  heliotropo silvestre, hierba del escorpión,

facelia azul que sostiene el morado como un cuello puede

[sostener

la forma de cualquier gran mano.

Manos grandes, así llamaba ella a las mías.

La lluvia vendrá en algún momento, o no. e

Hasta entonces, tocamos nuestros cuerpos como heridas—

la guerra no terminó nunca y de algún modo comienza de nuevo.

***

Ligera luz de sangre

Mi hermano sostiene un cuchillo.
Ha decidido apuñalar a mi padre.

Esto podría ser una historia bíblica,
si no fuera ya una historia sobre estrellas.

Lloro alacranes —escorpiones repiquetean
y caen al piso como tijeras metálicas amarillas.

Caen boca arriba, sobre la espalda y los ojos
pero se retuercen y se voltean sobre sus vientres segmentados.

Mi hermano olvidó ponerse los zapatos de nuevo.
Mis escorpiones lo rodean, latigan sus tobillos.

En ellos está lo que me punza
—hacen que mi hermano caiga al suelo.

Se levanta, todavía con el cuchillo en mano.
Mi padre salió corriendo de la casa,

lloraba por la calle como un farolero
—pero nadie encendió sus luces. Está oscuro.

Sólo queda la luz que emanan los escorpiones
—queda una luz pequeña también en el cuchillo.

Ahora mi hermano me quiere dar el cuchillo.
Alguien podría decir, Mi hermano quiere apuñalarme.

Intenta pasármelo —como si se tratara de algo bueno.
Como si dijera,  ¿No quieres un poco de luz en el vientre?

Así como Orión y Escorpio
—a lo largo de toda esa noche negra— se pasan el sol.

Mi hermano se suelta la mandíbula
—entre sus dientes, pulsa la roja Antares.

Una manera de abrir el cuerpo a las estrellas: con un cuchillo.
Una manera de amar a una hermana: ayúdala a sangrar luz ligera.

***

Aritmética estadounidense

 

Los indígenas norteamericanos son menos del

1 por ciento de la población de los Estados Unidos.

0.8 por ciento del 100 por ciento.

 

Oh, mi patria eficiente.

 

No recuerdo los días anteriores a Estados Unidos

—no recuerdo los días cuando todos estábamos aquí.

 

La policía mata nativos estadounidenses más

que cualquier otra raza. Raza es una palabra curiosa.

Raza implica que alguien ganará, [1]

implica, tengo tantas posibilidades de ganar como

 

¿Quién gana la carrera que no es una carrera?

 

El 1,9 por ciento de los asesinatos policiales

son de nativos estadounidenses, un porcentaje más alto

[per cápita que el de cualquier otra raza

 

—a veces raza significa corre.

 

No soy buena en matemáticas —¿puedes culparme?

He tenido una educación estadounidense.

 

Somos estadounidenses y somos menos del 1 por ciento

de los estadounidenses. Nos sale mejor morir

a manos de la policía que existir.

 

Cuando nos estamos muriendo, ¿a quién debemos llamar?

¿A la policía? ¿A nuestro senador?

Por favor, que alguien llame a mi madre.

 

En el Museo Nacional del Indio Americano,

el 68 por ciento de la colección es de Estados Unidos.

Estoy haciendo lo posible para no volverme un museo

de mí misma. Estoy haciendo lo posible por inhalar y exhalar.

 

Estoy rogándoles: Déjenme estar sola pero no me hagan invisible.

 

Pero en un cuarto estadounidense de cien personas

soy nativa estadounidense —menos de una, menos que

completa— menos que yo misma. Sólo una fracción

de un cuerpo, digamos, soy sólo una mano

 

—y cuando la deslizo bajo la blusa de mi amante

desaparezco por completo.

———

[1] Nota de la Traductora: En inglés, la palabra race se utiliza para hablar de una etnia o raza pero significa, también, competencia o carrera.

***

La cura para la melancolía es tomar los cuernos

Alguna vez se pensó que el cuerno molido de unicornio curaba la melancolía. 

Lo que carga el daño no es nunca la herida

sino el jardín encarnado que el cuerno borda

al retirarse —cuando ella se retiró. Estoy floreando

rozagante ausencia —una alarma brillante.

 

Brodsky dijo, La oscuridad restaura lo que la luz no puede

reparar. Me entusiasmaste —rasgada hasta la cresta.

Lo quiero todo —el toro de ébano y la luna.

Vengo y de nuevo por el cuerno de melaza.

 

La reina Isabel intercambió un castillo por un solo cuerno.

Yo atiendo el reino de mis manos

—un ejército de tacto que marcha por el alcázar de tus muslos

en voz alta y brillante como cualquier cuerno de guerra.

 

Llego hasta ti —mitad bestia, half feast.

Noche tras noche cosechamos el Iliac

Forest luxado, segamos la fruta oscureciente entibiada con

[especias

en nuestras bocas, separamos lo dulce de la espina.

 

Mi linternista. Tus manos, pabilo en la lámpara bronce

de mi pecho. Rózame hasta sacar chispa

—tiémblame hasta el asombro. En tu regazo

deja que recueste mis pesados cuernos.

 

Cumplí la profecía de tu garganta, suelta en ti

el ala fabulosa de mi boca. Rojo fantasma

sagrado y rojo. Dejé mi cuerpo y hablé con Dios, volví

angelada en serafina —con alas de cobre y cuernos.

 

Nuestros cuerpos no son sino lugares donde ser poseídas,

como en, Dios, me tenía agarrada por el cuello,

por la cadera, por la luna. Dios,

ella me lastimó con mis propios cuernos.

***

Fueron los animales

Hoy mi hermano trajo un pedazo del arca
envuelta en una bolsa de plástico del súper.

Puso la bolsa en la mesa de mi comedor y la desanudó
para revelar una madera fracturada de un pie de largo.
Dio un paso hacia atrás y la señaló con un gesto
de brazos y manos abiertas:

Es el arca, dijo.
¿Te refieres al arca de Noé?
¿Acaso hay otra? respondió.

Lee la inscripción, me dijo.
Dice lo que sucederá al final.
¿Qué final? quise saber.
Se rió, ¿A qué te refieres con «¿Qué final?»?
El final final.

Luego la extrajo. La bolsa de plástico cascabeleó.
Sus dedos, lisos por las ampollas de la pipa.
Sostenía con tanta gentileza el trozo de madera quebrada.
Había olvidado que mi hermano podía ser gentil.

La puso sobre la mesa como la gente en la televisión
coloca objetos que podrían estallar
o activarse —la colocó justo al lado de mi taza de café vacía.

No era un arca
—era la orilla rota de un marco para fotos,
tallada con flores en la superficie.

Recargó la cabeza en las manos.

No debía mostrarte esto…
Dios, ¿por qué le mostré esto?
Es tan antigua Ay, Dios,
es tan vieja.

Bueno, cedí. ¿Dónde la conseguiste?
La chica, dijo él. Ay, la chica.
¿Cuál chica? pregunté.
Desearás no haberlo sabido nunca, me dijo.

Lo observé pasar sus dedos deshechos
por el trabajo floral y despostillado de la madera.

Deberías  leerlo. Pero, ay, no podrías tolerarlo
sin importar cuántos libros hayas leído.

 Estaba equivocado. Pude tolerar el arca.
Incluso pude tolerar sus dedos maravillosamente jodidos.
Cómo, casi, brillaban.

Fueron los animales —a los animales no pude tolerarlos

—subieron por la pasarela y entraron a mi casa,
rompieron el marco de la puerta con sus cascos y caderas,
me pasaron de largo, entraron en mi cocina, en mi hermano.

Sus colas serpentearon sobre mis pies antes de desaparecer
como los cables de las aspiradoras rebobinándose en los huecos
de las clavículas de mi hermano. Los colmillos rayaban las paredes,

extendiéndose hacia él: ñus, cerdos,
los oryx de negra y concordante cornamenta,
jabalíes, jaguares, pumas y aves de rapiña. Los ocelotes
con sus rostros matemáticos. Tantos tipos de cabras.
Tantos tipos de criaturas.

Quería seguirlos, llegar al fondo del asunto,
pero mi hermano me detuvo.

Esto es algo serio, dijo.
Tienes que entender.
Puede salvarte.

Así que tomé asiento, con mi hermano arruinado y abierto así,
y, de dos en dos, las bestias fantásticas
lo desfilaron. Me senté, mientras el agua caía sobre mis tobillos,
se elevaba a mi alrededor y llenaba mi taza de café
antes de que flotara lejos de la mesa.

Mi hermano —abarrotado de sombras—
un casco de huesos, encendido por dientes y colmillos,
levantaba bien alto su arca en el aire.

—————————————

Autora: Natalie Diaz. Traductora: Elisa Díaz Castelo. Título: Poema de amor poscolonial. Editorial: Vaso Roto. Venta: Todos tus librosAmazon.

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Laura di Verso

Leo poesía, con o sin rima. Y me gusta que me cuenten cuentos. Frecuento las redes, poco, desde marzo de 2020, como @lauradiverso.

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Pepehillo
Pepehillo
2 años hace

Yo reivindico mis raíces celtíbero-cartaginesas. Quiero una paguita.

Diego Torres
Diego Torres
2 años hace

Que poesía y que traducción tan pésimas.

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