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5 poemas de Marina Tsvetáieva - Zenda
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5 poemas de Marina Tsvetáieva

Representante cenital de la edad de oro de la poesía rusa, Marina Tsvetáieva atravesó una era de enorme complejidad histórico-política esgrimiendo una poesía ardiente, en permanente contacto con el calor de la existencia y el amor. A Rainier Maria Rilke Rainer, quiero encontrarme contigo, quiero dormir junto a ti, adormecerme y dormir. Simplemente dormir. Y...

Representante cenital de la edad de oro de la poesía rusa, Marina Tsvetáieva atravesó una era de enorme complejidad histórico-política esgrimiendo una poesía ardiente, en permanente contacto con el calor de la existencia y el amor.

A Rainier Maria Rilke

Rainer, quiero encontrarme contigo,
quiero dormir junto a ti, adormecerme y dormir.
Simplemente dormir. Y nada más.
No, algo más: hundir la cabeza en tu hombro izquierdo
y abandonar mi mano sobre tu hombro izquierdo, y nada más.
No, algo más: aún en el sueño más profundo, saber que eres tú.
Y más aún: oír el sonido de tu corazón. Y besarlo.

¡Insomnio, amigo mío!

¡Insomnio, amigo mío!
Otra vez tu mano.
Mientras alzo mi copa
te encuentro en la callada,
en la sonora noche.
¡Déjame que te embruje!
¡Prueba!
No trates de ascender
sino de ir hacia adentro…
Ya te llevo…
Susurra con los labios:
¡Paloma! ¡Amigo!
Prueba.
Déjame que te embruje.
Bebe
de todas las pasiones,
huye
de toda noticia.
Calma.
Concede,
amiga…
Abre los labios.
Abre los labios al placer
y, al borde de la tallada copa,
bebe.
Absorbe.
Traga
hasta el no-ser.
¡Amigo! ¡No te enfades!
¡Déjame que te embruje!
¡Bebe!
De todas las pasiones
la más apasionada,
y de todas las muertes
la más dulce… mis manos.
¡Déjame que te embruje! ¡Bebe!
Desaparece el mundo. Ningún lugar:
orillas inundadas… Bebe mi golondrina
perlas fundidas.
Y tú bebes el mar,
bebes el alba.
¿Con qué amante es la juerga?
¿Con el mío?
Bebe, pequeño,
que ya compararemos.
Y si preguntan, ¡responderé!
El porqué de las mejillas lívidas.
Con Insomnio me fui de juerga, sí.
Con Insomnio me fui de juerga.

A ti, dentro de un siglo

A ti, que nacerás dentro de un siglo,
cuando de respirar yo haya dejado,
de las entrañas mismas de un condenado a muerte,
con mi mano te escribo.

¡Amigo, no me busques! ¡Los tiempos han cambiado
y ya no me recuerdan ni los viejos!
¡No alcanzo con la boca las aguas del Leteo!
Extiendo las dos manos.

Tus ojos: dos hogueras,
ardiendo en mi sepulcro —el infierno—
y mirando a la de las manos inmóviles,
la que murió hace un siglo.

En mis manos —un puñado de polvo—
mis versos. Adivino que en el viento
buscarás mi casa natal.
O mi casa mortuoria.

Orgullo: cómo miras a las mujeres,
las vivas, las felices; yo capto las palabras:
“¡Impostoras! ¡Ya todas están muertas!
Solo ella está viva.

Igual que un voluntario le ha servido.
Conozco sus anillos y todos sus secretos.
¡Ladronas de los muertos!
¡De ella son los anillos!”

¡Mis anillos! Me pesa,
hoy me arrepiento
de haberlos regalado sin medida.
¡Y no supe esperarte!

También me da tristeza que esta tarde
tras el sol haya ido tanto tiempo
y he ido a tu encuentro,
dentro de un siglo.

Apuesto —dice él— que vas a maldecir
a todos mis amigos en sus oscuras tumbas.
¡Todos la celebraban! Pero un vestido rosa
nadie le ofreció.

¿Quién era el generoso? Yo no: soy egoísta.
No oculto mi interés si no me matas.
A todos les pedía cartas,
para por las noches besarlas.

¿Decirlo? ¡Lo diré! El no-ser es un tópico.
Y ahora, para mí, eres ardiente huésped.
Les negarás la gracia a todas las amantes
para amar a la que hoy es solo huesos.

El poeta

El poeta trae de lejos la palabra.
Al poeta lo lleva lejos la palabra.

Entre sí y no, por baches indirectos
de parábolas, signos, planetas,
hasta lanzándose desde el campanario
agarra un garfio, pues el camino del cometa

es el camino del poeta. Casuales eslabones
ese es su enlace. Mirar las estrellas
de nada sirve! en el calendario
no se pronostican los eclipses del poeta

él es el que desordena los naipes,
falsea el peso y las cuentas,
el preguntón en el pupitre,
el que a Kant para el arrastre deja.

El que en el pétreo foso de la bastilla
es como un árbol que crece en su belleza…
aquél de huellas siempre desaparecidas,
él que es el tren al que cualquiera
llega tarde,
su camino es el de los cometas.

El camino del poeta arde pero no calienta,
arranca pero no cría, estalla y se quiebra.
Tu camino es el de enredadas cabelleras,
no pronosticado en el calendario del poeta.

¿Cómo te va la vida con otra?

¿Cómo te va la vida con otra?
Más fácil, ¿verdad? Golpe de remo.
¿Cuándo —¿pronto?—
por un puente seguro
se alejó de ti el recuerdo

de mí, una isla que flota?
(En el cielo, no en el agua.)
Almas. No amantes,
sino hermanas son nuestras almas.

¿Cómo te va junto a una simple mujer?
¿Sin divinidad alguna?
Tras haber derrocado a tu reina
(tú mismo privado del trono),

¿cómo vives?, ¿te preocupas?,
¿te enfadas? ¿Cómo estás al levantarte?
Con ésa que te ha atado al cuello
su tributo inmortal, el tedio, ¿cómo te va,
pobrecito mío?

«—Estoy harto de convulsiones, de dolor:
voy a agenciarme un hogar.»
¿Cómo te va con cualquiera,
a ti, que fuiste elegido por mí?

¿Es la comida más comestible?
y si te cansa, mala suerte.
¿Cómo puedes vivir con un idolillo,
tú, digno antes del Sinaí?

¿Cómo vives con ésa, tan distinta a nosotros?
¿Una extranjera, costilla de tu pecho?
¿La vergüenza, ese azote de Zeus,
aún no te ha herido la frente?

¿Cómo te va la vida? ¿Estás sano?
Y las musas, ¿te llaman aún a veces?
Y la dicha, ¿se hace ver? ¿Alguna vez?
¿Y esa llaga inmortal —la conciencia—
qué, mi pobre?

¿Cómo vives con un producto
del mercado? ¿Pesa mucho?
Tras el mármol de Carrara,
¿cómo te va con una prótesis de yeso?

Del mismo bloque tallamos a Dios,
para romperlo acto seguido.
¿Va bien una cienmilésima,
para ti, que conociste a Lilit?

¿Estás ya harto de esa mercadería novedosa?
Cansado de mi magia,
¿cómo te va con una mujer terrestre
que carece de sextos sentidos?

Venga, con franqueza, ¿son felices? ¿No?
¿Cómo se vive en un abismo
sin profundidad amor mío?
Cuesta, ¿verdad?
¿Te cuesta tanto como a mí con otro?

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Marina Tsvetáieva

Nacida en Moscú (1892), su destino está inextricablemente unido a la historia contemporánea de Europa, marcada por dos guerras mundiales y el advenimiento de dos regímenes totalitarios. Casada muy joven con Serguéi Efrón, queda sola en Moscú, con dos niñas pequeñas. Irina, la menor, morirá de inanición durante la gran hambruna del invierno de 1919-1920, cuando su marido marcha como voluntario del Ejército Blanco. En 1922 deja Rusia y, previo paso por Berlín, va a Praga, donde se reencuentra con su marido. En Bohemia, Marina pasa uno de los períodos más felices y cruciales de su vida, intensifica su producción poética y su correspondencia; vive, además, una relación amorosa con Konstantín Rodzévich, que dio lugar a numerosos poemas, entre ellos el que sin duda es una de sus obras mayores, 'Poema del fin'. En 1925, la familia se trasladó a París, donde Marina continuó con su actividad literaria. En 1938, y tras un período de angustiosas dudas, teme por el destino de los suyos y por el suyo propio, por el futuro de su hijo Mur y por las condiciones de vida que le esperan, y vuelve con su hijo menor a Rusia, donde se encuentran su marido y su hija, Alia, colaboradores del gobierno soviético. Al cabo de dos meses, sin embargo, Serguéi Efrón es arrestado y Alia enviada a los campos. El Estado le prohíbe entonces publicar. El círculo parece cerrarse y la vida se convierte en un callejón sin salida. En 1941, Marina y su hijo son evacuados junto con un grupo de escritores a un remoto pueblo tártaro, donde, presa de la desesperación y la tristeza, se suicidó poco después.

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