Katherine Mansfield fue una de las escritoras modernistas más influyentes de su época, además de una de las mejores cuentistas en lengua inglesa de todos los tiempos. Sin embargo, su poesía nunca recibió la atención que sin duda merecía, sobre todo por su constante vaivén entre opuestos como lo mágico y lo cotidiano, lo decadente y lo moderno, la alegría y la tristeza, lo estético y lo político… La criatura terrestre y otros poemas, edición bilingüe ahora traducida por Jimena Jiménez Real, incluye las piezas —inéditas en castellano— descubiertas en 2015 en el archivo de la Biblioteca de Newberry (Chicago).
En Zenda ofrecemos cinco piezas de La criatura terrestre y otros poemas (Torremozas).
***
A K. M.
Ella es un pájaro.
Su cuerpo es verde y sus alas leonadas.
Es la extraña prole de su indómita madre marina
que se enamoró de un ramito de helecho
arrancado por el viento – y depositado en su seno.
Su cuerpo chilla de fatiga – pero sus alas nunca se cansan.
Su cuerpo se estremece bajo una sola gota de lluvia
el viento en la cerradura la asusta mortalmente;
la más pequeña de las espinas de zarza le perfora el corazón;
el sol la abrasa y la luna la hiela.
Ríe y llora cada vez que cambia el viento.
Una pompa a la deriva la puede magullar –
La sombra de una nube la deja sin resuello.
«Libérame, déjame en paz», grita su cuerpo.
Sus alas baten arriba y abajo
sobre los tejados de las ciudades
sobre las cimas de las montañas
sobre las arenas movedizas del desierto
sobre el rostro desdeñoso de su anárquica madre
sobre los bosques turbulentos donde el viento arranca los helechos.
«Un momento – un momento… me muero».
Arriba y más arriba baten sus alas.
***
Tulipanes escarlatas
Extraña flor, medio abierta, escarlata
qué suave es sentir y apretar
mis labios contra tus pétalos
Exaltación inhalada
Una fiebre y un anhelo
un deseo que arde en mí
una pasión violenta y escarlata
me agita salvajemente.
Extrañas flores medio abiertas, escarlatas
mostradme vuestro corazón de fuego
lo guardáis acaso en un envoltorio de seda
lo encontraré de todas formas
besaré vuestros pétalos escarlatas
hasta que me abran vuestro corazón
y una hermosa pasión trémula
nos una, salvajemente.
***
Té de manzanilla
Afuera las estrellas iluminan el cielo;
un rugido vacuo llega desde el mar.
¡Y pobres florecillas de almendro!,
pues el viento sacude el árbol.
Quién me iba a decir, hace un año,
en esa horrenda casita junto al Lee
que él y yo estaríamos así sentados
y bebiendo una taza de té de manzanilla.
Ligeras como plumas vuelan las brujas,
el cuerno de la luna se muestra sin ambages;
junto a una luciérnaga y bajo un narciso
un duendecillo y una abeja hacen un brindis.
Podríamos tener cincuenta años o tener cinco,
tan apretados, tan compactos, ¡tan sabios somos!
Bajo la pata de la mesa de la cocina
mi rodilla se aprieta contra la suya.
Nuestros postigos están cerrados, el fuego arde quedo,
el grifo gotea con sosiego;
las sombras de la cacerola sobre la pared
son negras y redondas y se muestran sin ambages.
***
¡Voces del aire!
Pero luego acontece el raro instante
en que, sin ningún motivo aparente
las voces diminutas del aire
suenan por encima del mar y del viento
El mar y el viento les obedecen
y, cantando, cantando notas dobles
de contrabajo – consienten en tocar
un vibrante acorde para las gargantas diminutas.
Las gargantas diminutas que cantan y se alzan
a la luz con hermosa facilidad
y con una suerte de sorpresa dulce y mágica
de oírse y conocerse por ellas.
Por estas voces diminutas: la abeja, la mosca
la hoja que golpetea, la vaina que estalla,
la brisa en las puntas de la hierba ondeante,
el sonido estridente y veloz que emite el insecto.
El insecto que pende de un tallo
y un hilo de agua que resbala entre
los musgos, las grandes piedras y su tiara
toda esta infinita y silenciosa canción.
Esta canción silenciosa, tan tenue y rara
que el corazón no debe latir ni la veloz sangre fluir
para oír la miríada de voces del aire
***
Pícnic
Cuando las dos mujeres de blanco
bajaron a la playa solitaria
ella arrojó su caja de acuarelas
y arrojó su cuaderno
y ellas se sentaron en la arena
La marea estaba baja
ante ambas las rocas cubiertas de maleza
eran como una manada de bestias desgreñadas
que hubieran bajado a beber a la poza
y se hubieran quedado allí – como estupefactas
Entonces ella se levantó y metió las piernas en una poza
pensando en el color de la carne bajo el agua
y entró a gatas en una cueva oscura
y se sentó allí pensando en su infancia
Después ellas volvieron a la playa
y se tumbaron sobre el vientre
con las cabezas ocultas bajo los brazos
Parecían dos cisnes.
—————————————
Autora: Katherine Mansfield. Título: La criatura terrestre y otros poemas. Traducción: Jimena Jiménez Real. Editorial: Torremozas. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: