Juanjo Barral (Oviedo, 1962) es licenciado en Filología Hispánica y periodista. Ha publicado las novelas Londres, Parece mentira, Ya entiendo y Sobre la marcha, así como Gran reserva y Navajo Bridge. Es autor también de varios libros de poesía, entre otros: 37 latidos, Poemas de andar por casa, Teoría de la relatividad (premio internacional Surcos), ¿Todo ba vien?, La sombrilla de Mahou, Pop supuesto y 1.028 olas. Su obra ha sido incluida en varias antologías, como Poemas para cruzar el desierto y Voces del extremo. En 2015 publicó el fotolibro Apariciones.
Zenda comparte cinco poemas de Juanjo Barral, además de un texto introductorio de su autoría.
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Acerca de la poesía
La poesía es mucho más que un género literario.
Hace unos años me invitaron a dar una charla sobre poesía en un instituto. Lo más trascendente que les conté es que la poesía se encuentra en todas partes, que no es algo exclusivo de iniciados. Para ilustrarlo les llevé recortes de prensa con titulares en los que la palabra poema (o poesía) definía la obra de un arquitecto o una jugada de fútbol. Por no hablar de expresiones tan coloquiales como “su cara era un poema”. Les expliqué que la poesía estaba, sobre todo, en la forma de mirar el mundo y, por tanto, dentro de cada uno de nosotros. Que solo tenían que encontrarla.
También les dije, por supuesto, que la poesía está en los libros. En libros de poesía como los que han acogido estos poemas. Y que ahora ya son suyos.
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Un poema
Ojalá fuese yo el mensajero
y no quien recibe la noticia
de tu abandono.
Ojalá fuera manillas del reloj
que da vueltas al tiempo
y no pasto del paso de los días.
Ojalá cuna de alguna
revolución pendiente
y no el crío que llora
bajo los bombardeos.
(De Poemas de andar por casa)
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Objetivo
Una palabra se abre paso como puede
entre antenas parabólicas que emiten
conversaciones cancerígenas.
Busca dónde aparcar a salvo de autos que gritan con todos sus
neumáticos
y todas sus frustraciones dentro.
Trata de salir indemne de una frase lapa,
de una encerrona, de una cacería cultural.
En televisión hay un programa piloto que la sobrevuela.
Se abre paso como puede una palabra
que quiere arar la tierra que otros riegan con pesticidas,
que quiere asaltar el corazón que otros han secuestrado,
que quiere no ser dura ni arma, sino pan y lluvia.
Que quiere.
Como otros no.
(De Teoría de la relatividad)
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London Calling
Podría hablar de la primera exposición que vi desencajado
de Bacon. De aquella cena enmarcable en el Smiths
de Covent Garden. De las entradas por el jardín de Lady Di
en el restaurante San Lorenzo.
De la coincidencia de Agassi en el Froosts comprando yogures
un junio de Wimbledon.
De las mañanas dominicales en la gloria de Candem.
Podría extenderme en lo único que me preguntaban
los colegas al volver: qué tal el concierto de New Order,
dónde pillaste esa camisa, tienes que contarnos lo de Boy George
el otro día en la iglesia de Picadilly…
Pero prefiero hablar de lo que a nadie importaba: de las manos
que fregaron miles de platos y tenían un aspecto tan lastimoso
que no se atrevían a salir, no se atrevían a salir
siquiera de los bolsillos cuando libraba.
De los menús que serví a tantas turbas de hooligans asociados
para celebrar por todo lo bajo el party de Christmas. De las paradas
y paradas de metro rodeado de currelas por todas partes empezando
por la mía.
De los humillantes controles de aduana para entrar en UK
y veamos a dónde va y cuánto dinero lleva
y me lo enseña usted si es tan amable
como si no. De los inspectores de inmigración buscando a un tipo
con mi nombre y apellidos porque estaba en la agenda
de una amiga a la que impidieron la entrada en Gatwick.
Del mal trago en el Home Office con el visado.
De la pandilla de bastardos que casi me linchan por español.
De los neonazis en Trafalgar aterrorizando al propio Nelson.
Del paquistaní que me trató tan peor como los ingleses a él.
Del nudo en la garganta con las bombas del IRA en Oxford Street.
De la movida con un maricón en los baños de un cine del Soho.
De la debacle emocional aquel día que aquel hombre en aquel
festival en Battersea Park me golpeó con aquella sinrazón evidente.
Del impacto ante los cientos de homeless que dormían al ras
de varios grados bajo cero en la estación de Embankment.
Del pánico tantas noches a la altura de Putney.
De tanta desolación.
Que también hubo.
Y nunca lo conté.
(De En tránsito)
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Ajuar
Guardo a buen recuerdo
una colección de pasos
en falso, de decisiones que mejor hubieran sido tomadas
por nadie.
Qué le vas a hacer.
Tengo una estantería con un par de cachivaches que alguien
me dejó
por otro.
Y un tarro de bolígrafos de los que muchos ni siquiera
fueron fieles. Hay uno en concreto que escribió temor
en vez de amor, sinrazón donde debía poner
corazón.
En fin,
supongo que lo voy conservando todo para recordarle un día
a la vida
lo que le debo,
lo que me debe.
(De Con permiso)
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El día que empecé a odiar el capitalismo
Tan sólo había que juntar tres piezas.
Tres piezas tan sólo para conseguir el premio.
Conste que no me daba más
por los tigretones, aquellos pastelitos industriales
tan azucarados y empalagosos
(teniendo un padre pastelero
en cuyo obrador me habían acostumbrado
a la excelencia).
Pero, ay amigo, con cada tigretón venía un cromo,
uno de los tres que formaban el kart,
el sueño más deseado de todas
nuestras infancias.
Ingenuamente pensaba con 8 años que tendría que comer pocos,
que a fin de cuentas sólo tres piezas serían presa fácil
en el juego multiplicador de las probabilidades y los peces.
Pero el capitalismo jugaba también
con nuestra inocencia. Porque compraba y compraba,
comía y comía tigretones
y siempre salían los mismos cromos,
las mismas dos piezas del kart. Y es que había una tercera que no conseguía por más que compraba, por más que comía.
El caso es que tardé varios disgustos y una perforación de estómago a la vista, hasta que me convencí
de que nunca conseguiría la pieza definitiva para completarlo.
Sencillamente no existía. Al menos no a mi alcance.
Como digo, tardé en descubrir que el capitalismo también jugaba
con nuestra inocencia.
Desde entonces odio esos pastelitos.
Desde entonces odio el capitalismo.
(Inédito)
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