Ida Gramcko fue una poeta, ensayista, dramaturga, cuentista y periodista nacida en Puerto Cabello, Venezuela en 1924. Autodidacta, estudio solo un año en el colegio durante los tiempos del general Juan Vicente Gómez y las sombras de la dictadura poblaban el país. La literatura fue el refugio de la pequeña, sobre todo los poetas del Siglo de Oro español. Cuando se publicaron los primeros poemas en el estado Carabobo, el resultado no se hizo esperar: a los 13 años obtuvo su primer premio, lo que le trajo una fama de niña prodigio. El periodismo y la crónica la atrajeron de inmediato por entonces. Así entrevista a Rufino Blanco Fombona y a Antonia Palacios. En 1939 se traslada a Caracas. A sus diecinueve años, sin ser bachiller, es la primera reportera de periodismo policial en El Nacional, medio en el que hace carrera como periodista durante cincuenta años; de la mano del que sería su esposo, José Domínguez Benavides, también periodista. Colabora en la Revista Nacional de Cultura desde 1947 hasta 1963. En 1948, enviada por el presidente Rómulo Gallegos, realiza labores diplomáticas como encargada cultural en la Unión Soviética. A sus cuarenta años, después de terminar la escolaridad, egresa como licenciada en Filosofía de la Universidad Central de Venezuela, casa de estudios a la que volverá después para enseñar la cátedra de «Poesía y poetas» de la Escuela de Letras. Murió en la ciudad de Caracas el 2 de mayo de 1994, a los 70 años de edad. Algunos de sus obras más destacados son Umbral (1942), Contra el desnudo corazón del cielo (1944), Juan sin miedo (1956), Poemas de una psicótica (1964), Lo máximo murmura (1965), Sol y soledades (1966), Pirulerías (1980), Historia y fabulación en «Mi delirio sobre el Chimborazo» (1987) o Treno (1993).
***
El espantapájaros
Nunca amaste los pájaros. Es cierto.
Ni los niños que huyeron de tu sombra
¡crucifijo del hombre contra el cielo!
Se deshizo la ronda
en el jardín; volaron los insectos;
después, las mariposas…
Sólo quedó, en la soledad, tu espectro,
y un niño sólo en la pradera sola,
inválido y sediento.
Lejos de ti, volaron las palomas,
y la ronda infantil en otro huerto
levantó sus columpios, sus coronas…
Sólo permanecieron los almendros
abrieron sus corolas
glaciales como témpanos.
¡No podían volar! Y las bellotas,
los manzanos en flor y el limonero.
Pasaban, fugitivas, las alondras.
¡Pudiste detenerlas en su vuelo!
Pasaron golondrinas y gaviotas,
y mirlos y jilgueros,
y enamoradas tórtolas…
Y maduró tu fruto en el silencio;
en el silencio, sonrosadas pomas,
labios mudos, se abrieron.
Pero hoy el viento sacudió las hojas,
dispersó las semillas y los pétalos
y el pezón de los árboles se agota
en exhausto racimo amarillento.
¡No veles ya! Se marchitó la fronda.
¡Despídete del cerco!
En una alegre emanación sonora,
la infancia, en ronda florecida, ha vuelto.
Los pájaros celebran su victoria
picoteando tus restos:
tu pecho de aserrín, tu sien de estopa,
la hilacha sin color de tus cabellos.
Te sostiene una estaca melancólica
como al retrato de un payaso muerto.
¡Oh trágica derrota;
oh racimo de harapos verdinegros;
oh maniquí del campo que sollozas
mirando el alto nido y el alero,
hermano del fantasma, de la escoba,
del ciprés y del cuervo!
Hermano mío… ¡llora!
Llora conmigo sobre el campo yermo.
y aprende a amar los pájaros… ¡Que te oigan
cantar los niños y te escuche el viento!
Como un ángel caído al que perdona
la mano celestial, sube hasta el cielo.
¡Que se levante un ala milagrosa
en cada uno de tus hombros, quiero!
¡Que emprendas en tu muerte, que es tu aurora,
el viaje azul al paraíso eterno
en donde un niño solitario toma
gajos de luz que no consume el tiempo
a un árbol sin otoño y sin carcoma!
El niño aquél, inválido y sediento.
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El cuervo
A Edgar Allan Poe
Solo quedan, roídos, los peldaños
de una escalera en sombras;
una percha que incita con los garfios
de dos cuernos agudos, y unas ropas
sobadas por el tiempo y el espacio
y ausentes de calor y de memoria;
sólo un tapiz de raso
con manchas de oro y un sillón con borlas;
un abanico abierto, y un retrato
erguido, solitario, en una cónsola
un espejo que es agua de los años
con amorcillos en la cornucopia.
¡Ah, ya lo ves! Y mis dormidos pasos
que suben, sin querer, mientras azota
el viento en los cristales como un pájaro
con las húmedas alas en zozobra.
¡Ah, ya lo ves! ¿Acaso
soy el espectro errante de Leonora?
De mi cuerpo, caído campanario
se alejaron las últimas palomas.
Hoy sólo anida un cuervo en mi regazo
como en una cornisa melancólica.
***
Poema 12
Tú, párvulo indefenso,
encuentras cómo reventar el labio
para vengar con testimonio intenso,
el bello, el denso,
el increíble agravio.
***
Poema 14
Amor invalidándonos reflejo
para trocarlo en cómplice sumiso.
Estupor, reto añejo,
humillación en ámbitos de hechizo
donde el tocado, el tímido, el perplejo
padece culpa y huele paraíso
***
Esto soy todavía
un sosiego turbado por las lágrimas.
Esto fui: una pupila
húmeda, abierta y ávida.
Esto he de ser: el llanto, mientras viva.
Un erguido sollozo me levanta,
me hace andar en las cumbres, me encamina
hacia la azul montaña.
Y allí está la sonrisa
como una flor salvaje que me aguarda.
Veré la blanca flor y será mía,
¡mía!, y tendré, llorando, que arrancarla
del fondo de mi ser, pequeña y tibia,
de lo alto de la cumbre, pura y blanca.
¡Mía! Y el llanto surca mis mejillas
para que yo merezca su fragancia.
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