Giselle Lucía Navarro es una poeta, narradora, diseñadora y gestora cultural nacida en Alquízar, Cuba, en 1995. Licenciada en Diseño Industrial por la Universidad de La Habana y egresada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, ha obtenido, entre otros, los premios José Viera y Clavijo de ciencias sociales, Benito Pérez Galdós de ensayo, Edad de Oro de poesía infantil, Pinos Nuevos de narrativa juvenil y el David de Poesía que otorga la UNEAC, además de menciones en los concursos Ángel Gavinet (Finlandia), Poemas al Mar (Puerto Rico) y Nósside (Italia). Ha publicado Contrapeso (Colección Sur, 2019), El circo de los asombros y la novela infantil ¿Qué nombre tiene tu casa? (Gente Nueva, 2019), La Habana me pide una misa (Extramuros, 2020), Criogenia (Ensemble Edizioni, Italia, edición bilingüe, 2021). Su obra se ha traducido al italiano, inglés, francés, turco y ruso, y publicado en antologías y revistas de una veintena de países. Es miembro del Comité Organizador del Festival Internacional de Poesía de La Habana.
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Contrapeso
Congelar el cuerpo de un hombre es una tarea difícil.
Congelar el cuerpo de una mujer una tarea imposible.
Congelar el cuerpo de un país es tener miedo a todo lo que crece.
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Visceral
Odio al artista
que cree que el arte viene desde el asco
y trepana su cerebro para extraer cada palabra dulce,
cada trozo de suavidad,
esas palabras que él llama defectuosas
y le arrancan la sensibilidad,
en busca de la perfecta belleza de su obra.
Odio lo perfecto
como todos los esquemas artificiales,
como el hombre perfeccionista
que subsiste gracias a su oportunismo,
un hombre que me odiaría si leyera estas palabras
y me llamaría cursi
y diría que aún soy transparente
y mi palabra no crece.
Un hombre que no se permite la dulzura
es un cuerpo que se quema de espaldas al sol.
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CASA/siembra
Mientras corto la demencia por la raíz alguien huye
y la casa reconstruye el verde entre la dolencia.
Podar es la nueva herencia.
Germinar una montaña.
Podar lo amargo
y la araña del corazón de los hombres,
pero recordar los nombres podados
como una hazaña.
Al podar el filo es doble
y hasta una semilla crece cuando finge que padece,
sabe que el árbol no es noble por dar fruto,
aunque redoble su sombra sobre el cuadrante.
Si la cabeza es trasplante
el árbol puede podar al hombre
sin gravitar en un retoño triunfante.
La habitación se clausura.
La tribu resiste el polvo.
Hemos sido guardapolvo del miedo hasta la fractura.
Una casa no es cordura para enderezar lo insano.
La casa es solo una mano para olvidarnos del mundo.
La casa es el más profundo vendaje de los humanos.
¿Qué es la casa si he vivido en el ardor de su huella?
La casa no es una estrella.
La casa no es lo adquirido.
Tampoco lo conocido
ni el mapa gestual que tengo
ni la pared que sostengo en medio del cromosoma.
La casa es solo el axioma de ignorar de dónde vengo.
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ADN
Mi semilla podría no ser casual.
Mis padres en vez de amarse pudieron odiarse a muerte.
La madre de mi padre
pudo no haberse negado
a cargarme en sus brazos.
El padre de mi padre pudo haber sobrevivido al infarto.
Y mis ojos pudieron seguir siendo azules
pero la blasfemia apuntaba con su dedo
sobre la inocencia de mi madre.
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