Frank Báez es un poeta nacido en Santo Domingo, República Dominicana, en 1978. Es autor de los poemarios Jarrón, Postales, Anoche soñé que era un DJ y Este es el futuro que estabas esperando. Ha publicado un volumen de cuentos, Págales tú a los psicoanalistas, tres libros de crónicas reunidos en La Trilogía de los Festivales, una recopilación de ensayos titulada Lo que trajo el mar y el libro artesanal La Marilyn Monroe de Santo Domingo, que contiene estampas del artista Nono Bandera. Es fundador y miembro de la banda El Hombrecito, que a la fecha ha lanzado tres discos y un DVD. Sus libros se han traducido al inglés, al árabe y al holandés. Su poemario Postales se editó en seis países y fue galardonado con el Premio Nacional de Poesía Salomé Ureña en 2009. En 2017 fue seleccionado por el Hay Festival dentro de la lista de autores del Bogotá 39-2017. En 2019 publicó Llegó el fin del mundo a mi barrio (Sonámbulos Ediciones).
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Todas las navidades recibíamos los regalos
que nos enviaban desde los Estados Unidos.
Barbies, carritos a control remoto, nintendos.
Libros, comics, casetes y videos.
Para vacaciones nos enviaban zapatos, ropa,
tenis de marca y guantes de pelota.
Hasta teníamos los cubrecamas de El hombre araña.
Desde la infancia nuestra vida estuvo subtitulada.
Todo era una preparación para cuando emigráramos.
Sentados en las marquesinas, esperábamos.
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La astróloga explica que las pesadillas
son trailers de las cosas que vendrán.
Golpean a tu puerta y al abrir está la stripper
Que ahora es Testigo de Jehová.
Acá todo ha perdido su magia.
Aquellos resplandores
que en las noches pensabas
que eran ovnis, resultaron ser drones.
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En la Biblia no aparece nadie fumando
Pero qué tal si Dios o los que escribieron la Biblia
se olvidaron de agregar los cigarros
y en realidad todas esas figuras bíblicas
se pasaban el día entero fumando
al igual que en los cincuenta en que se podía fumar
en los aviones y hasta en la televisión
y yo imagino a todos esos gloriosos judíos
llevándose sus cigarrillos a los labios
y expulsando el humo por las narices
en lo que aguardan
por sus visiones o porque Dios les hable,
e imagino a David tocando el harpa
en un templo lleno de humo,
a Abraham fumando cigarro tras cigarro
antes de decidirse a matar a Isaac,
a María fumando antes de darle a José
la noticia de que está embarazada,
e incluso imagino a Jesús sacando un cigarro
de detrás de la oreja y fumando
para relajarse antes de dirigirse a las multitudes
reunidas en torno suyo.
Yo no soy un fumador.
Pero a veces me vienen ganas y fumo
como en este instante en que miro la lluvia
caer tras la ventana
y me siento como Noé cuando esperaba
que pasara el diluvio y se la pasaba
de arriba a abajo por toda el arca
buscando donde había puesto
esa maldita cajetilla.
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Alguien me dijo en un bar que escribiera
un poema sobre el terremoto de Haití
¿Para qué? La historia lo ha probado:
la poesía no puede arrebatarle bebés a la muerte.
Ni un hueso. Ni siquiera un zapato.
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Una epístola para Walt Whitman
Querido Walt, te escribo para contarte
cómo tu barba ha inspirado a mi generación
más que tu poesía.
Estoy en el futuro observando una foto
que tomaron en mil novecientos setenta y nueve
cuando yo tenía un año y mi papá tenía treinta y uno
y donde este me carga detrás de un retrato tuyo.
Mi papá tiene una barba rala.
Y tú tienes tu poderosa barba whitmaniana,
y ahora que el tiempo ha pasado
comprendo que era una premonición
de que yo también acabaría con barba.
Me la dejé crecer hace unos años.
No fue nada planificado.
Fue creciendo así como una hiedra
que crece misteriosamente en el patio.
Y creció en mi cara y fue bien recibida
en una época en que quienes se dejaban la barba
eran talibanes o terroristas.
Pero yo la dejé que siguiera creciendo
y entonces cada vez más aparecían barbudos
y llegaron los hipsters con sus bigotes y sus barbas
las cosas inmediatamente cambiaron
y los barbudos se pusieron de moda
como en el medio oriente
y a nadie más le volvieron a vocear terrorista
por tener la barba larga
ya que ahora con una barba lucías cool
y hasta los policías y las mujeres se las dejaban
y en los aeropuertos no volvieron a verme raro
y en migración me dejaban pasar
sin cuestionarme de más
y sin llamarme Osama.
Ahora de cada dos hombres hay uno con barba
y cada vez que veo un barbudo
con una mujer hermosa de la mano
siento que el mundo va por buen camino
y sé que este asunto de la barba
ha molestado a los lampiños
que no saben qué hacer
y están los bigotudos
que no se quieren quedar atrás
y que han empezado
a dejarse crecer la barba
y juran que siempre han sido barbudos
como si uno no se diera cuenta.
Y los he visto paseando en bicicletas,
en picnics tomando té y galletas,
paseando perros y jugando con gatos.
Los he visto temprano en las mañanas
de pie en sus baños
aceitando y peinando sus barbas.
Querido Walt, he visto el puente de Brooklyn al atardecer
lleno de niños con barbas largas como la tuya.
Y a veces pienso que fue a ellos
a quienes te dirigiste cuando escribiste
los versos de «Cruzando en el ferry de Brooklyn»
y que quizás esa vez tuviste una visión profética
y alcanzaste a verlos a todos ahí arriba
con sus barbas paseándose en el puente de Brooklyn
que por cierto también era parte de la visión
ya que en esos días el puente tampoco existía.
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