David J. Calzado es un poeta nacido en Sevilla en 1979. Es autor de diversos volúmenes de crítica literaria y artículos divulgativos. Ha publicado los poemarios Planto de Gilgameš (Alegoría, 2011), Cuaderno de costa (Alegoría, 2016) y Malas artes (En huida, 2017), ahora compilados en su poesía reunida En alguna otra vida (Alegoría, 2022) junto a Los espinos, su último libro, de donde se extraen los poemas aquí presentados. La preocupación por el paso y el peso del tiempo en la existencia ordinaria, la infancia y la juventud abolidas o el amor redentor son temas recurrentes en su poética.
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Dos soledades
Esta tarde contigo
cuando nada nos une y cada uno
se repliega invisible y acerroja
su soledad,
comprendo
que no es el desamor ni la rutina
sino una consecuencia de ser vivos
en un abrazo mismo al mismo tiempo.
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Los puerros
No te sirven las hojas de los puerros
aunque hieran sus lanzas azuladas
y el verdor de sus tallos te conmueva.
Has tajado de un haz
la blancura pequeña de sus días
y su olor penetrante te recrea,
tras aquel delantal parapetada,
la imagen de tu madre en la cocina.
La esencia de aquel bulbo fue tu infancia.
Has creído volver en el olor
al beso de tu madre y al de todas las madres,
a la nuca del niño
palpitante en colonia, empapada en sudor.
Un sofrito en el fuego, lentamente
aromando la casa entre semana.
Tras el baño, pijama y calcetines,
la almohada y su abrazo, la ternura
y el sueño complacido, cuando el mundo
brillaba en cada esquina y cada esquina
era un mundo sin fin ante nosotros.
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Verano
Mis tías sacaban unas sillas
al fresco de la noche
y hablaban de la nada, pero todo
tenía una armonía inusitada.
En la mirada de la tita Pepa
comprendimos el miedo y la ternura.
Reía con jazmines en el pelo.
Mi abuela la sacó de un manicomio
y le compró un vestido de lunares.
La ropa en los cordeles. Y en la cal,
una salamanquesa sobre el muro.
Sentados en el poyo de la pila,
ajenos a su grieta,
las horas se pasaban.
***
Una fotografía
Hay cera derretida y velas apagadas
ante el viejo reloj del salón de mis padres.
Puntual da las seis.
Todos cantan y aplauden tontamente
en mangas de camisa.
Está desenfocada.
Mi hermano me hace burla y aprieta la calor.
Un niño va descalzo con un globo en la mano.
En mi bolsillo guardo el billete de mil
que me ha dado mi abuelo
con un beso que olvido y hoy me quema.
***
Brindis funeral por el joven que fui
Aquella manera de dar fuego
a quien me lo pidiera,
la primera calada siempre mía.
En tu muslo dibujo con mi dedo,
desde donde te deja el autobús,
el croquis inexacto hasta mi casa,
un piso compartido con turnos de limpieza
y apuntes por el suelo.
Lunes de filmoteca, vacunas contra el polen,
las ganas de viajar, un café a medianoche,
tres o cuatro lecturas simultáneas,
brindis de alcohol barato, sueños caros.
No os dejéis engañar por la resaca
de la burda nostalgia. Hubo entonces
libros inacabados, multas en bibliotecas,
exámenes suspensos, películas pedantes
y una tos persistente al despertar.
Ni se curó mi alergia, ni volvimos a Roma,
ni encajaron las piezas.
Hoy no fumo, a medianoche duermo,
mis sueños son baratos,
asumo el estornudo, el menor de mis males,
leo y releo sin prisa,
descorcho mejor vino, brindo y viajo
y soy mejor amante.
Descansa en paz, muchacho.
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