Philip Larkin fue un poeta, bibliotecario, narrador y crítico de jazz nacido en Coventry, Inglaterra, en 1922. Fue uno de los poetas más radicalmente británicos del siglo XX. Apenas salió de Inglaterra y vivió casi toda su vida en Hull, donde trabajó como bibliotecario de la universidad. En poesía, se afilió a una tradición que va de Thomas Hardy a Edward Thomas. Entre sus libros de poemas destacan Las bodas de Pentecostés y Ventanas altas, que tuvieron un notable éxito comercial. En 2014 la editorial Lumen publicó su poesía reunida. También es autor del libro All What Jazz: Escritos sobre jazz (Paidós, 2004) y de novelas como Jill (Impedimenta, 2007) o Una chica en invierno (Impedimenta, 2015). Murió en Hull el 2 de diciembre de 1985 con 63 años.
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XXVI
Esto es lo primero
que yo aprendí:
el tiempo es el eco de un hacha
adentro de un bosque.
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LLEGADAS, SALIDAS
Esta ciudad tiene muelles a los que llegan barcas sigilosas;
dóciles y estrechos pasos, altos galpones, y el viajero ve
(mientras el maletín de muestras le golpea las rodillas)
y oye, todavía por debajo de las máquinas que amainan,
anunciar su llegada a la orilla matinal.
Y nosotros, todavía medio dormidos,
percibimos el mugido de las llegadas a una triste distancia:
una vez más peliagudos dilemas en la puerta.
Ya verás como te equivocas, gritan, ya verás como te equivocas;
y nos levantamos. Por la noche otra vez
llamando ahora el viajero que se marcha:
No por mucho tiempo, gritan, no por mucho tiempo.
Nos sacan a empujones de la comodidad, y nunca sabemos
con qué tranquilidad podríamos ignorar sus sirenas,
ni si, esta noche, la felicidad también se marcha.
***
QUÉ TRISTE EL HOGAR
Qué triste el hogar. Está como lo dejaron,
adaptado a la comodidad de los últimos que se fueron
como para incitarlos a volver. No obstante,
privado de nadie a quien agradar, se marchita,
sin ánimo para superar esa ausencia
e intentar un nuevo comienzo,
cuando apuntó dichoso a cómo deberían ser las cosas
y falló estrepitosamente. Ya ves lo que fue:
mira las fotos, y la cubertería.
Las partituras en el taburete del piano. Ese jarrón.
***
REGRESO A LOS SAPOS
¿Quién no prefiere pasear
por el parque a trabajar?
El lago, el sol,
hierba donde echarse,
lejano rumor de críos
y niñeras de medias negras:
no está mal el lugar.
Pero no es para mí,
no soy uno de esos tipos
que te encuentras por las tardes:
hemipléjicos que apenas andan,
oficinistas con temblores,
pacientes de carne cérea
aún con secuelas del accidente,
y personajes de abrigo largo
que hurgan en las papeleras:
gentes que esquivan el sapo del trabajo
por estúpidos o por débiles.
¡Imagínate ser como ellos!
Oír cómo dan las horas,
ver cómo traen el pan.
el sol que se oculta tras las nubes,
los niños que vuelven a casa;
imagínate ser como ellos,
ir rumiando tus fracasos
junto a un lecho de lobelias,
no tener adónde ir
ni más amigos que unas sillas vacías.
No, dadme mi montaña de papales,
mi secretaria con permanente,
mi le-paso-la-llamada-señor:
¿qué más puedo responder
cuando las farolas se encienden a las cuatro
y acaba ya otro año?
Dame tu brazo, viejo sapo,
tomemos la Cuesta del Cementerio abajo.
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