James Joyce, algo beodo, y Marcel Proust, siempre hipocondríaco, atraviesan París en el mismo taxi, Hemingway y Ezra Pound hacen guantes en el mismo ring, y Einstein y Bergson debaten en el mismo estrado mientras Picasso cruza la calle… Así es la «instantánea» que Antonio Rivero Taravillo ha hecho en 1922 de París en el año que se publicaron Ulises y La Tierra Baldía.
Biógrafo de Luis Cernuda y de Juan Eduardo Cirlot, Rivero Taravillo ha tratado de plasmar «la relación directa que hay entre la vida y la obra» de los escritores que protagonizan 1922, una obra que es una sucesión de estampas de un París en ebullición, y unas páginas por las que transitan no menos de nueve autores que obtendrían el Premio Nobel, aunque, como ha contestado Rivero Taravillo, son aún más los autores que, personajes de esta novela, no obtuvieron ese premio aunque les sobraran méritos para ello: Borges, los mismos Joyce y Pound, Proust, Fitzgerald —1922 también fue el año de la publicación de El gran Gatsby—, Vallejo, Cavafis o Djuna Barnes, entre otros. Todos ellos componen en 1922 un fresco que, según su autor, ha sido rigurosamente documentado, de tal modo que todas las escenas de la novela, todos los encuentros de personajes que en ella se producen, todos los cruces de intenciones y coincidencias en el espacio y el tiempo están sustentados en cartas de los propios interesados, en biografías o en la literatura testimonial que ellos mismos dejaron.
Según su autor, 1922 es también «la instantánea de un paradigma de cambio, y París es el foco de esos cambios, pero también me he ocupado de otros lugares y de otros autores que no estuvieron allí en ese momento, como de las vanguardias hispanoamericanas, tan interesantes».
Este mes de febrero se cumplen los cien años de la publicación de Ulises, una novela sin la cual, ha asegurado Rivero Taravillo, «no existiría buena parte de la literatura moderna porque, incluso los autores que dicen que abominan de esa obra, aunque no la hayan leído, sí han leído a otros autores que sí han sido influidos por ella». «No me gusta mitificar Ulises, porque la literatura es hedonismo y hay que leer por placer, y es una novela a la que si se le hacen catas o se lee de manera placentera no defrauda», ha añadido el autor sobre una obra maestra de la que también considera deudora su 1922.
1922 sólo tiene trescientas páginas, sus capítulos son breves y van encabezados por títulos que se corresponden con cada momento de la narración y, aunque se lee sin dificultad, integra varias técnicas narrativas, como monólogos, flujo de conciencia, preguntas y respuestas, y breves «homenajes» no sólo a Ulises sino también a Dublineses. Rivero Taravillo, que también es poeta y traductor, ha rehuido de recursos vanguardistas o, como él mismo dice, «artificios extraños», y ha optado por «contar lo fundamental de manera fluida, con cierta plasticidad», de modo que 1922 es también un ejercicio de contención por la brevedad en la que condensa el enorme repertorio de escritores, filósofos, artistas que hacen que en cada una de sus páginas se describan no menos de dos o tres hechos, biográficos o históricos, memorables.
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