Nicolás Gómez Dávila fue un escritor y filósofo nacido en Bogotá, Colombia, en 1913. Caracterizado por ser uno de los críticos más radicales de la modernidad, alcanzó reconocimiento internacional poco años antes de su muerte. De firmes creencias católicas y extremadamente conservador, fue un personaje controvertido por criticar abiertamente en su obra las ideologías marxistas y algunas formas de democracia y liberalismo, según el, por la decadencia y corrupción que abrigan. Sus aforismos, a los que denominaba escolios, están cargados de ironía corrosiva y profundas paradojas. Su obra consta de dos libros en prosa discursiva, Notas y Textos I; tres volúmenes de aforismos, Escolios a un texto implícito, Nuevos escolios a un texto implícito y Sucesivos escolios a un texto implícito; y dos artículos publicados en revistas colombianas, De Iure y El reaccionario auténtico.
El escritor que no ha torturado sus frases tortura al lector.
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Las opiniones no son el origen de los partidos. Los partidos son el origen de las opiniones.
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La sociedad del futuro: una esclavitud sin amos.
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El pueblo no elige a quien lo cura, sino a quien lo droga.
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En un siglo donde los medios de publicidad divulgan infinitas tonterías, el hombre culto no se define por lo que sabe sino por lo que ignora.
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Hombre culto es aquel para quien nada carece de interés y casi todo de importancia.
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La vida es taller de jerarquías. Sólo la muerte es demócrata.
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Cualquiera tiene derecho a ser estúpido, pero no a exigir que veneremos sus estupideces.
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Los problemas no se resuelven, meramente pasan de moda.
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El primer paso de la sabiduría está en admitir, con buen humor, que nuestras ideas no tienen por qué interesar a nadie.
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El suicidio más acostumbrado en nuestro tiempo es pegarse un balazo en el alma.
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Los hombres son menos iguales de lo que dicen y más de lo que piensan.
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El que se cree original solo es ignorante.
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Ser civilizado es poder criticar aquello en que creemos sin dejar de creer en ello.
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Aún cuando la humildad no nos salvara del infierno en todo caso nos salva del ridículo.
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La vida es un combate cotidiano contra la estupidez propia.
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