Manuel Neila es un poeta, ensayista, aforista y traductor nacido en Hervás, Cáceres, en 1950. Colabora habitualmente en revistas literarias como Clarín, Turia, Cuadernos Hispanoamericanos, Claves y Quimera. Entre sus publicaciones más recientes destacan el volumen de ensayos Las palabras y los días (2000) y la edición bilingüe de Cantos de frontera (2003), cuya versión francesa corrió a cargo de Michelle Serre. Reunió sus colecciones de poesía en el volumen Huésped de la vida (2005) y ha publicado El camino original [Antología poética, 1980-2012] (2014). Su predilección por las formas breves se ha materializado en los volúmenes El silencio roto, Pensamientos de intemperie y Pensamientos desmandados, que se acogen al título genérico de El pensamiento errante. En la actualidad, dirige la colección de aforismos «A la mínima» para la editorial Renacimiento. Ha traducido a Gérard de Nerval, Charles Baudelaire, Philippe Jaccottet, Haroldo de Campos y Àlex Susanna entre otros.
En materia de sentimientos, todos somos autodidactas.
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La muerte es, más que cruel, insidiosa y devastadora; pues mata, en cada uno de nosotros, al resto del mundo.
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Tres cuartas partes de la humanidad son totalmente libres: demasiado pobres para endeudarlas y demasiado numerosas para encerrarlas.
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Ateísmo: religión de los descreídos.
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Todos tus conflictos proceden de tu naturaleza desdoblada: eres mundo y, al mismo tiempo, conciencia del mundo.
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La intimidad es el escenario personal donde los instintos y las pasiones luchan a vida o muerte.
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Lo contrario de los lugares comunes no son las ideas ingeniosas, sino las verdades que nadie quiere oír.
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Hay algunos libros de hoja perenne… y muchos, muchos libros de hoja caduca.
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La única eternidad que nos está permitido alcanzar es la del instante.
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La verdadera poesía es un don; corresponde al poeta el oficio de expresarla y la dignidad de merecerla.
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Aforismo de carácter natural: el copo de nieve que provoca finalmente una avalancha.
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Lo inesperado sucede a cada instante. Pero nosotros rara vez estamos allí para comprobarlo.
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Las estrellas no precisan de los hombres para existir, pero sin los hombres no serían estrellas.
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Mediante la escritura literaria, interiorizamos el rumor del mundo y, al mismo tiempo, exteriorizamos el humor del alma.
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Frente a lo sagrado que esclaviza, la poesía restituye lo sagrado que libera: el murmullo incesante de la materia, la melodía sucesiva de la vida, la alegría infundada de existir.
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