Raymond Carver fue un cuentista y poeta nacido en Clatskanie, Oregón, en 1938. Considerado como uno de los escritores más influyentes del siglo XX y de la literatura norteamericana, fue uno de los mayores exponentes del “realismo sucio”. Su obra se caracteriza por relatos de corte minimalista, narrados con un estilo seco y simple, sin concesiones metafóricas, en su mayoría ambientados en la región noroeste de los Estados Unidos y protagonizados por personajes atrapados en situaciones sórdidas de la vida cotidiana, perdedores por naturaleza. Carver, en contraposición a Bukowski, encarna la figura del alcohólico consciente de sus taras, faltas y adicciones que aspira a sentirse amado para redimirse con los suyos y con el mundo, que sabe que solo la ternura puede salvarle de la oscuridad. Algunos de sus libros más destacados son ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? (1976), De qué hablamos cuando hablamos de amor (1981) o Catedral (1983). Falleció en Port Angeles en 1988 en plena madurez creativa, poco antes de cumplir los cincuenta años, a causa de un cáncer de pulmón. Presentamos una selección de poemas de Todos nosotros, una antología de su obra publicada por Bartleby en 2007 con traducción de Jorge Priede. En el año 2019, la editorial Anagrama publicó su poesía completa bajo el mismo título. “Carver no escribe poesía de manera circunstancial entre relato y relato, más bien al revés: la poesía es para él un cauce espiritual del que se desvía para escribir sus relatos” afirmaba su viuda, Tess Gallagher en el prólogo de la edición original de All of us (1997).
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BEBIENDO EN EL COCHE
Es agosto y no he
leído un libro en seis meses
salvo una cosa titulada The Retreat Form Moscow
de Caulaincourt.
Sin embargo, soy feliz
cuando voy en coche con mi hermano
bebiendo una pinta de Old Crow.
No vamos a ningún sitio,
conducimos sin más.
Si cerrara los ojos durante un minuto
no sabría dónde estoy
y me tumbaría encantado a dormir para siempre
a la orilla de la carretera.
Pero mi hermano me da un suave codazo.
En un momento va a pasar algo.
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BANCARROTA
Veintiocho, un vientre velludo que sobresale
de la camiseta (insolvente)
aquí tumbado en mi lado
del colchón (insolvente)
escuchando el extraño sonido
de la voz de mi mujer (también insolvente).
Somos unos recién llegados
a estos pequeños placeres.
Perdonadme (le ruego al gobierno)
que no hayamos sido previsores.
Hoy mi corazón, como la puerta delantera,
está abierto por primera vez desde hace meses.
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POR LA MAÑANA, PENSANDO EN EL IMPERIO
Apretamos los labios contra el borde esmaltado de las tazas
e intuimos que esta grasa que flota
en el café logrará que el corazón se nos pare cualquier día.
Ojos y dedos se dejan caer sobre los cubiertos de plata
que no son de plata. Al otro lado de la ventana, las olas
golpean contra las paredes desconchadas de la vieja ciudad.
Tus manos se alzan del áspero mantel
como si fueran a hacer una profecía. Tus labios se estremecen…
Te diría que al diablo con el futuro.
Nuestro futuro yace en lo más profundo de la tarde.
Es una calle angosta por la que pasa un carro con su carretero,
el carretero nos mira y vacila,
luego menea la cabeza. Mientras tanto,
Rompo indiferente el espléndido huevo de una gallina de raza Leghorn.
Tus ojos se nublan. Te vuelves para mirar el mar
tras la hilera de tejados. Ni las moscas se mueven.
Rompo el otro huevo.
Seguramente nos hemos empequeñecido juntos.
***
LA OTRA VIDA
Ahora, a por otra vida. Una vida
sin errores.
LOU LIPSITZ
Mi mujer está en el otro lado de esta casa móvil
levantando acta contra mí.
Oigo su pluma arañar, arañar.
De vez en cuando se para y la oigo llorar,
luego araña, araña.
La niebla se levanta del suelo.
El dueño de esta unidad me dice
No dejes aquí tu coche.
Mi mujer sigue escribiendo y llorando,
llorando y escribiendo en nuestra cocina nueva.
***
MIEDO
Miedo a ver un coche de la policía acercarse a mi puerta.
Miedo a dormirme por la noche.
Miedo a no dormirme.
Miedo al presente echando a volar.
Miedo al teléfono que suena en la quietud de la noche.
Miedo a las tormentas eléctricas.
¡Miedo a la limpiadora que tiene una mancha en la mejilla!
Miedo a los perros que me han dicho que no muerden.
Miedo a la ansiedad.
Miedo a tener que identificar el cuerpo de un amigo muerto.
Miedo a quedarme sin dinero.
Miedo a tener demasiado, aunque la gente no creerá esto.
Miedo a los perfiles psicológicos.
Miedo a llegar tarde y miedo a llegar antes que nadie.
Miedo a la letra de mis hijos en los sobres.
Miedo a que mueran antes que yo y me sienta culpable.
Miedo a tener que vivir con mi madre cuando ella sea vieja,
y yo también.
Miedo a la confusión.
Miedo a que este día acabe con una nota infeliz.
Miedo a llegar y encontrarme con que te has ido.
Miedo a no amar y miedo a no amar lo suficiente.
Miedo de que lo que yo amo resulte letal para los que amo.
Miedo a la muerte.
Miedo a vivir demasiado.
Miedo a la muerte.
Ya he dicho eso.
***
ROMANTICISMO
A Linda Gregg,
tras la lectura de Clasicismo.
Las noches son muy oscuras aquí.
Pero si hay luna llena lo sabemos:
sentimos una cosa en un momento
y otra distinta al siguiente.
***
EL AÑO QUE VIENE
Esa primera semana en Santa Bárbara no fue lo peor.
La segunda semana se cayó de cabeza
por beber justo antes de una lectura.
En la esquina del bar, aquella misma semana, ella le quitó el micrófono
de las manos a la cantante y susurró
su propia canción de desamor. Luego bailó. Y luego se cayó redonda
sobre una mesa. Pero eso no fue lo peor, tampoco. Los metieron
en la cárcel esa misma semana. No conducía él,
así que le ficharon, le dieron un pijama
y le encerraron en Detox. Le dijeron que intentara dormir algo.
Le dijeron que podría ver a su mujer por la mañana.
Pero cómo iba a dormir si no le dejaban
cerrar la puerta de su habitación.
Entraba la luz verde del corredor
y se oía llorar a un hombre.
A su mujer le habían pedido que dijera el alfabeto
en el arcén, en mitad de la noche.
Eso ya es bastante raro. Pero los polis le pidieron también
que mantuviera el equilibrio sobre una pierna, que cerrara los ojos
e intentara tocarse la nariz con el índice.
Se negó a todo.
La encerraron por resistencia a la autoridad.
Él pagó la fianza cuando salió de Detox.
Condujeron de vuelta a casa hechos una ruina.
Pero eso no es lo peor. Su hija había elegido aquella noche
para marcharse de casa. Dejó una nota:
“Los dos estáis locos. Dadme un respiro, POR FAVOR.
No me sigáis”.
Pero esto todavía no es lo peor. Seguían
creyendo que eran el tipo de gente que decían que eran.
Respondiendo a sus nombres.
Haciendo el amor con sus nombres.
Noches sin comienzo que no tenían final.
Hablando de un pasado como si realmente lo tuvieran.
Diciéndose a sí mismos que el año que viene,
el año que viene por estas fechas,
las cosas iban a ser diferentes.
***
EL POEMA QUE NO ESCRIBÍ
Aquí está el poema que iba a escribir
antes, pero que dejé
porque te levantabas.
Estaba pensando otra vez
en aquella primera mañana en Zúrich.
Nos levantamos antes del amanecer.
Durante un instante no sabíamos dónde estábamos.
Salimos al balcón que daba
al río y a la parte vieja de la ciudad.
Allí estábamos, sin más, callados.
Desnudos. Viendo cómo se aclaraba el cielo.
Tan conmovidos y tan felices. Como si
nos hubieran colocado allí
justo en aquel momento.
***
MADERA DE BALSA
Mi padre está en el fogón delante de una sartén con sesos
y huevos. Pero ¿quién tiene ganas de comer algo
esta mañana? Me siento tan frágil
como la madera de una balsa. Alguien acaba de decir algo.
Fue mi madre. ¿Qué dijo? Apostaría
a que algo relacionado con el dinero. Contribuyo
si no como. Mi padre se vuelve desde el fogón,
“Estoy en un agujero. Imposible hundirme más”.
La luz se filtra desde la ventana. Alguien llora.
Lo último que recuerdo es el olor
a quemado de los sesos y los huevos. Toda la mañana
estuvieron en el cubo de la basura mezclados
con otras cosas. Poco después
él y yo vamos en coche hasta el vertedero, a diez millas.
No hablamos. Arrojamos las bolsas y los cartones
al oscuro montón. Chillidos de ratas.
Silban cuando salen de las bolsas podridas
arrastrando la tripa. Volvemos al coche
para mirar el fuego y el humo. El motor en marcha.
Huelo en mis dedos el pegamento del avión.
Me mira cuando me llevo los dedos a la nariz.
Luego mira a lo lejos otra vez, hacia la ciudad.
Quiere decir algo pero no puede.
Está a muchas millas de distancia. Ambos estamos muy lejos
de aquí, y alguien sigue llorando. Es entonces
cuando empiezo a entender cómo es posible
estar en un sitio. Y en algún otro, a la vez.
***
LA PEQUEÑA HABITACIÓN
Era un buen ajuste de cuentas.
Palabras arrojadas como piedras contra las ventanas.
Ella gritaba y gritaba, como el ángel del juicio final.
Entonces apareció el sol de repente adensando
el cielo de la mañana.
En el silencio repentino, la pequeña habitación
resultaba extrañamente vacía mientras él le secaba las lágrimas.
Se parecía a todas las demás habitaciones pequeñas de la Tierra
en las que la luz encuentra dificultades para entrar.
Habitaciones en las que la gente se grita y se hiere.
Y luego siente pena y soledad.
Incertidumbre. La necesidad de amparo.
***
EL MEJOR MOMENTO DEL DÍA
Frescas noches de verano.
Las ventanas abiertas.
Las lámparas encendidas.
Fruta en el frutero.
Y tu cabeza sobre mi hombro.
El momento más feliz del día.
El amanecer,
desde luego. Y ese momento
justo antes de comer.
Y las primeras horas
de la tarde.
Pero amo
estas noches de verano.
Más incluso, me parece,
que todos esos otros momentos.
El trabajo terminado por ese día.
Y nadie que nos pueda alcanzar en ese momento,
O nunca.
***
ZAPATILLAS
Los cuatro sentados en círculo aquella tarde.
Carolina nos contaba su sueño. Cómo se despertó
ladrando una noche. Y se encontró a su pequeño perro,
Teddy, al lado de la cama, mirándola.
El hombre que entonces era su marido
también la miraba mientras lo contaba.
Escuchaba atentamente. Incluso sonreía. Pero
había algo en sus ojos. Una forma
de mirarla, una mirada. Todos la teníamos…
Por entonces salía con una mujer
llamada Jane, pero no se trata aquí de juzgarle
ni a él, ni a Jane, ni a nadie. Cada uno fue
contando un sueño. Yo no tenía ninguno.
Miré tus pies, subidos al sofá,
en zapatillas. Todo lo que se me ocurría decir,
pero no lo hice, era que esas zapatillas
aún conservaban el calor
una noche que las recogí
de donde las habías dejado. Te las dejé junto a la cama.
Pero el edredón se cayó durante la noche
y las cubrió. Por la mañana, las buscaste
por todos lados. Entonces tu voz desde arriba:
“¡Encontré mis zapatillas!”. No tiene importancia,
ya lo sé, se queda entre nosotros. Sin embargo,
tiene su cosa. Aquellas zapatillas perdidas. Y
el grito de alegría.
Está bien que haya pasado
hace un año o algo más. Podía haber sido
ayer, o el día antes. ¿Qué más da?
La alegría, el grito.
***
MI CUERVO
Un cuervo se posó en el árbol que hay frente a mi ventana.
No era el cuervo de Ted Hughes, ni el cuervo de Galway.
Ni el de Frost, ni el de Pasternak, ni el cuervo de Lorca.
Tampoco era uno de los cuervos de Homero, impregnados
de sangre coagulada tras la batalla. Era sólo un cuervo.
Que jamás encajó en parte alguna
ni hizo nada digno de mención.
Se quedó ahí en esa rama durante unos minutos.
Luego alzó el vuelo maravillosamente
y salió de mi vida.
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